Del manuscrito encontrado al video encontrado

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Bernardo Monroy

Bernardo Monroy

Creatividad

La premisa de las películas del género found footage es simple: alguien halla pietaje de una película, ya sea en cinta o digital, lo reproduce y, al hacerlo, descubre el registro de una historia horripilante; justo en el momento más tétrico, la grabación concluye de golpe. ¡Fin!

El found footage está de moda. Ante el éxito de El proyecto de la bruja de Blair (1999), muchos cineastas han imitado su estructura narrativa, a veces con acierto y ganancias en taquilla —como la saga Actividad paranormal—, y otras sin tanta fama pero con resultados escalofriantes, como The Poughkeepsie Tapes (2007). Aunque este recurso parece novedoso, sus orígenes son muy antiguos.

El documento falso como recurso literario

El documento falso como recurso literario

La idea de unos personajes que encuentran un documento, lo ven y a partir de eso desarrollan una historia, es mucho más antigua de lo que creemos. Data de 1508, con la publicación del Amadís de Gaula, en cuya introducción se asevera que fue hallado en un arcón enterrado. Un siglo después, Miguel de Cervantes Saavedra se aprovecharía del recurso en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha; lo mismo haría sir Arthur Conan Doyle en Las aventuras de Sherlock Holmes, en las que se parte de la idea de que se trata de las memorias de Watson y no de narraciones ficticias.

La letra escarlata es, o se supone, un documento del protagonista, Hester Prynne, que el autor Nathaniel Hawthorne se encontró. Un caso similar es el de La familia de Pascual Duarte: Camilo José Cela recoge un manuscrito del personaje que da título al libro. Y el encanto que encierra encontrarse con un mensaje en una botella arrojada al mar ha sido la materia prima de relatos de viajes y naufragios como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe,y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift.

Otro autor que usó magistralmente este método es Umberto Eco, en El nombre de la rosa: las aventuras del fraile Guillermo de Baskerville están narradas con un estilo medieval que hace pensar al lector que Eco no hizo sino una labor de portavoz. Con Yo, Claudio, escrita en primera persona, Robert Graves también incursionó en la ficción histórica disfrazada de verdad.

Más recientemente, Michael Crichton —autor de Jurassic Park, La amenaza de Andrómeda, Esfera, Congo y Micro— ha sabido mezclar la ficción y la realidad en sus libros: cita documentos históricos y científicos inexistentes como si fueran reales, de modo que el lector llega a tragarse la idea de que es posible clonar dinosaurios gracias al ADN de mosquitos atrapados en ámbar.

Otros escritores, tan dispares como H. P. Lovecraft, Egdar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Paulo Coelho —aunque éste con menor maestría que los antes citados— emplearon en algún momento la premisa del documento hallado, cuyo éxito y fascinación, tanto de lectores como de escritores, se explica de modo muy simple: aunque sabemos que todo es una farsa, la trama rompe la llamada “cuarta pared” y decidimos creer que es verdadera, porque nos gusta pensar que los dinosaurios pueden clonarse, que las ficciones de Borges son ciertas, que Don Quijote cabalga y que Holmes resuelve casos imposibles en las calles de Londres.

Idóneo para el terror

Quienes vimos El proyecto de la bruja de Blair y Actividad paranormal sabemos que la idea de hallar un registro con imágenes o descripciones horripilantes aumenta la efectividad de la narración; pero esto lo sabían los escritores siglos antes que Daniel Myrick, Eduardo Sánchez y Oren Peli dirigieran sus cintas. Por ejemplo, Drácula (1897), de Bram Stoker, resulta aterradora por consistir de supuestos fragmentos de diarios, cartas, telegramas, informes, bitácoras y reportes que hicieron creer a los londinenses de la época que el conde realmente vivía en Carfax.

Un caso similar, en la misma época, fue El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, que supuestamente concluye con la carta póstuma de “este desafortunado que fue Henry Jekyll”. La moral de la época acrecentó el miedo a la existencia de Mr. Hyde —además de que, dos años después, aparecería Jack el Destripador.

Robert Bloch, el genial autor de Psicosis, en gran medida sentó las bases de la narración de horror moderna, tanto en el papel como en la pantalla: muchas de las historias de terror con found footage se basan en su cuento “Cuaderno hallado en una casa abandonada”, publicado en 1951. Es la historia —perteneciente al ciclo Los mitos de Cthulhu, creado por Lovecraft y continuado por sus amigos— de las escalofriantes peripecias de Willie Osbourne, un niño que tras la muerte de su abuela se va a vivir con sus tíos a una casa embrujada en los bosques.

Actualmente, una de las novelas de terror más destacadas es La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. La historia inicia cuando un tatuador recibe la llamada telefónica de un amigo que ha descubierto el cadáver de un anciano que sostiene en sus manos un texto llamado El Expediente Navidson, que será la novela en sí. A lo largo de la historia, el autor cita infinidad de películas, artículos académicos y libros de texto, todos ellos inexistentes.

Todo se puede grabar

Mucho antes de la fiebre actual, el found footage nació con la película Holocausto caníbal (1980), dirigida por Ruggero Deodato, que cuenta la supuesta experiencia de unos jóvenes que se adentran en el Amazonas con la intención de filmar a una tribu de caníbales, pero terminan siendo secuestrados por ellos. Cuando la película se exhibió, Dedoato fue arrestado y se le confiscaron las copias de la cinta; el director fue obligado a explicar que todo era un montaje cinematográfico diseñado para que el espectador creyera que en realidad había sucedido.

'Holocausto caníbal (1980)', dirigida por Ruggero Deodato

Después siguieron las películas ya mencionadas, pero con el tiempo la fórmula se agotó y los espectadores del cine de terror ya no se creían la farsa del pietaje encontrado, de modo que el género llamó la atención de realizadores de otros géneros. En 2012, por ejemplo, Max Landis —hijo del cineasta John Landis— escribió el guión de Chronicle —estrenada en México como Poder sin límites—, en la que una cámara inestable sigue a dos muchachos que adquieren superpoderes, de modo que pasamos del terror a la ciencia ficción. En un tono de fantasía, más propio de La historia interminable que de una cinta macabra, está la película noruega The Troll Hunter (2010), de André Øvredal; en ella, seguimos los pasos de un grupo de documentalistas que buscan trolls en su país, pues el gobierno oculta la verdad al respecto. Finalmente, alejada de la fantasía y centrada en la comedia adolescente, tenemos Proyecto X (2012), en la que tres estudiantes de preparatoria graban todo lo acontecido durante la caótica fiesta que, sin duda, todo adolescente sueña con tener.

Fin de la grabación

Así termina la grabación —o el texto, como tú prefieras—: de forma abrupta, repentina e, incluso, molesta para el espectador. Ése es el típico final del found footage, en el que nunca sabemos en qué termina la historia ni qué pasó con los personajes, pero lo sobreentendemos. Del mismo modo, la conclusión de este artículo se sobreentiende: aún hay found footage para rato.

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