Si Dios tomara DMT, ¿nos vería a nosotros?
Nuestra relación con las drogas es tan ancestral como el género humano. Algunas personas creativas consumen sustancias para acentuar la imaginación al alterar su percepción; para otras, es un asunto no tanto recreativo sino escapista: aunque todo ser humano es creativo, algunos somos más susceptibles a las cargas sensoriales y emocionales —para alguien sensible, incluso contemplar es una labor de tiempo completo— y tratamos de ocupar la mente del modo más placentero posible.
En nuestra cultura occidental, el estereotipo popular del artista, músico o escritor refuerza la asociación del uso de sustancias con la creatividad como algo común o incluso deseable. Pero aun con estas referencias de carácter más bien anecdótico —que olvidan mencionar los peligrosos efectos secundarios—, la realidad es que poca evidencia científica apoya la idea de que el consumo de alcohol o fármacos en verdad pueden convertirte en alguien más creativo.
De forma legal e ilícita, la mariguana se ha utilizado para fomentar la creatividad y agudizar la percepción y la introspección. El alcohol se sirve en todo el mundo para relajar las inhibiciones, exhortar la espontaneidad y estimular la originalidad. Las sustancias psicotrópicas, como el ácido lisérgico (LSD), la mescalina, la psilocibina de los hongos alucinógenos y la metilendioxianfetamina (MDMA) se han aprovechado también para intensificar la apreciación estética, mejorar las técnicas artísticas y potenciar la creatividad.
Muchos piensan que consumir una sustancia los va a ayudar a inspirarse, a ser más creativos y productivos, y en sus múltiples intentos coquetean con la adicción o la muerte; algunos más defienden la idea de que las drogas son un atajo al mundo interior. Pero en realidad no se trata de que te conviertan en alguien más o menos creativo, lo que sucede es que algunas de ellas disminuyen la actividad del lóbulo prefrontal, lo cual favorece el pensamiento espontáneo. Al bloquear el juicio —la percepción de moralidad y el pensamiento social—, las conexiones más extrañas fluyen con las ideas y los conocimientos almacenados en tu cerebro. Pero para que éstos se transformen en una creación debe haber mucho talento, disciplina y pasión de por medio.
Los narcóticos no sólo pueden hacerte pensar diferente por desinhibirte, sino que crean vínculos conceptuales en tu cerebro entre elementos que normalmente no habrías vinculado. No lo es, pero funciona como un juego: abre al azar un diccionario y vincula la primera palabra que te encuentres con el primer objeto que veas inmediatamente después. Acabas de engendrar una conexión nueva; mientras más absurda o inusual, claramente será más recordable. Gran parte de la creatividad consiste en combinar conceptos para generar nuevos, y algunos fármacos cooperan para que tengas ciertos procesos mentales diferentes. Desde luego, en el proceso de creación de una obra maestra intervienen factores mucho más elegantes que una simple asociación de términos.
Los estupefacientes pueden ayudar a una mente creativa, pero no crean una mente creativa. Ser artista es una condición del temperamento, no una eventualidad en la química cerebral. Es inspirarse y reaccionar interiormente de una forma descarnada ante las eventualidades del mundo, de uno mismo, para plasmarlas luego de una forma bella, con voz propia, como nadie más lo ha hecho. Un verdadero impulso de la creatividad puede generarse en una mente sobria. Lo que las sustancias permiten es que la gente se sienta bien —o mal, pero diferente— con base en una percepción alterada. Abren puertas para que la mente vaya a lugares que de otra forma no habría explorado.
En la década de los sesenta, impulsada por la psicodelia, mucha gente comenzó a consumir drogas para expandir la mente y aumentar el flujo creativo. Algunos se perdieron, pero otros encontraron parajes interesantes en el camino. Esto desencadenó nuevas formas de pensamiento y expresión; se estableció el estilo de vida del artista, el cual consiste en trabajar para nadie más que para él mismo, sin estar atado a una jornada laboral detrás de un escritorio, con mayor libertad para producir y consumir lo que desee. Con la rebelión frente al status quo, el consumo de sustancias se convirtió en una opción aceptable para el perfil creativo.
No todos funcionan igual, pero sustancialmente —el juego de palabras es intencional— lo que sucede con los estupefacientes es que provocan que chorree la dopamina en el cerebro, abrumando a su dueño con placer. Sin embargo, como sucede con todos los fármacos, gradualmente se genera tolerancia. El peligro es depender cada vez más de la sustancia y perder poco a poco la capacidad de experimentar otras formas de placer de las que también nace la inspiración. Sentirse creativo y ser creativo no es lo mismo. La droga no hace a un gran artista. La creatividad desenfrenada, la disciplina y el talento son parte de lo que hace a un gran artista.
La gente entiende la relación de las drogas con la creatividad de la misma manera en que asocia la enfermedad mental con la creatividad: cree que van de la mano, cuando no es así necesariamente. Es cierto que algunos artistas, como Charles Bukowski o Anita O’Day, lograron un balance tóxico-creativo en la delgada línea sobre la que caminaban; pero la mayoría declarará que, bajo su efecto, les es más difícil componer una obra elocuente. Drogas y creatividad no se necesitan, pero saben convivir bien juntas.
Las drogas también se han utilizado a través de la historia para sondear las profundidades de la mente, esas que normalmente uno no pisaría sobrio. El poder real de las sustancias consiste en estimular a la mente y doblarla, en estirar y distorsionar su realidad, lo que a algunos les permite pensar lo que nunca habían pensado. Pero la interacción de los diferentes tipos de drogas varía de persona a persona, al igual que la capacidad para controlar sus efectos, lo cual también puede resultar contraproducente. La creatividad y el arte son subjetivos. Ambos traducen muchas cosas distintas a diferentes personas. Lo que tú oyes en una canción es escuchado por otra persona desde otra perspectiva totalmente diferente. No hay dos personas que hayan leído el mismo libro o visto la misma película. Cuando un estupefaciente está relacionado con la historia de un artista, no hay que olvidar que es parte indisoluble de la ecuación. Lo que realmente importa es el impacto que la obra crea en ti y en nadie más. Y lo ideal, creo yo, no es intoxicarte para olvidar cuánto te aburre lo que haces, sino encontrar una actividad que ames tanto que se convierta en una droga natural para tu cerebro, una que te haga sentir muuuuuy bien…