El arte de usar creativamente nuestra energía

El arte de usar creativamente nuestra energía
Ana Pazos

Ana Pazos

Creatividad

¿Por qué un artista decide consagrar su energía a la labor creativa? ¿Por qué un científico se obsesiona con comprender un determinado aspecto de la realidad? ¿Por qué yo escribo estas líneas, si podría encontrarme haciendo cualquier otra cosa? Para Sigmund Freud, todo acto creativo y todo apetito de conocimiento responde a un contenido inconsciente que se desea resolver. De modo que, si tomamos dicha teoría por cierta, entre más enmarañada se encuentre la madeja psíquica, más constantes y poderosos podrían ser nuestros intentos por desenredarla.

Si analizamos la obra de René Magritte, por ejemplo, hallaremos elementos que se repiten en un lienzo tras otro. Cuando Magritte tenía catorce años, su madre murió ahogada en un río. El futuro artista vio cómo sacaban el cuerpo del agua, cubierto sólo por un camisón blanco, y quizá tuvo que taparse los ojos para no vislumbrar la desnudez de su madre bajo la tela empapada. Desde entonces, utilizó casi toda su energía en tratar de exorcizar aquella imagen terrible: en muchos de sus cuadros aparecen aves —el espíritu que se eleva al cielo—, personajes con los rostros cubiertos por telas —los ojos que no quieren ver—, peces —los únicos acompañantes de la agonía de su madre— y paisajes marinos que se mimetizan con el cuerpo de una mujer desnuda.

"La invención colectiva", de René Magritte.

Con esto no pretendo afirmar que la creatividad necesariamente deba provenir de un lugar oscuro y trágico. Muchas situaciones, circunstancias o eventos en apariencia inofensivos pueden detonar una poderosa chispa interna que desea manifestarse creativamente en el exterior. Pensemos en el propio Freud, que no se cansaba de visitar la Basílica de San Pietro in Vincoli con tal de contemplar de nuevo El Moisés de Miguel Ángel. ¿Por qué el padre del psicoanálisis estaba obsesionado con una escultura que representa al patriarca de los judíos portando las Tablas de la Ley? Hay que empezar por decir que Freud era judío y, aunque deseaba separarse por completo de la religión, no podía negar el origen de su familia; pero además cabe recordar que en 1913 —cuando volcó su obsesión en un ensayo sobre la mencionada escultura de Miguel Ángel— su discípulo favorito, Carl Jung, decidió separarse de él y emprender su propio camino. Así que Freud, quien se veía a sí mismo como el “patriarca” del psicoanálisis, tuvo que enfrentar el hecho de que Jung se negara a respetar las tablas de su ley. Estos factores no sólo explicarían la fascinación de Freud por El Moisés, sino el origen de la fuerza que lo impulsó a escribir un ensayo sobre la misma [1] .

"Moisés", de Miguel Ángel.

Saber utilizar nuestra energía

Siguiendo el pensamiento freudiano, podría concluirse que la creatividad es proporcional a la necesidad de una persona por subsanar sus carencias o traumas inconscientes. Y como no existe la perfección psíquica, todos contamos con energía susceptible de canalizarse a actividades creativas [2] . Sin embargo, en ocasiones dejamos que ésta se acumule en nuestro interior, formando obstrucciones que nos generan nerviosismo o irritabilidad, en lugar de abrir válvulas que nos permitan liberar la energía de maneras edificantes. Las personas más creativas del mundo son conscientes de lo anterior; saben que la energía que cada uno posee es un recurso precioso y a la vez delicado, comparable a un buen vino que, si no recibe los cuidados necesarios, terminará convertido en vinagre.

Aunque no hay una receta universal para aprovechar de la mejor forma nuestra energía, al revisar las rutinas de los grandes artistas y pensadores de la historia [3]  emergen algunas constantes que podrían iluminar el camino de quienes desean trabajar con creatividad, inspiración y placer. Revisémoslas una por una:

Tener una vida rica. Destinar todo nuestro tiempo a una sola actividad puede conducirnos al agotamiento, la frustración y la pérdida de lucidez. Por ello, es recomendable incorporar distintos colores a la paleta de nuestro día, buscando un equilibrio entre trabajo, recreación y descanso. Para ilustrar esta idea, veamos cómo era la rutina de Charles Darwin, uno de los científicos más influyentes de la historia. El naturalista inglés comenzaba el día con un paseo; después de desayunar, se encerraba en su estudio durante noventa minutos para realizar el trabajo más demandante de la jornada; luego se reunía en el salón de dibujo con su esposa Emma, donde ella le leía en voz alta alguna novela o las cartas enviadas por familiares. A las 10:30, Darwin regresaba a su estudio y trabajaba hasta el mediodía. Tras la comida, leía el periódico y contestaba cartas. Cuando el reloj marcaba las tres de la tarde, subía a su habitación para fumar un cigarro, mientras Emma le leía un capítulo de la novela en curso; tomaba una pequeña siesta y, a las cuatro, salía a dar otro paseo. De vuelta en casa, trabajaba durante una hora más, a lo que seguía otro periodo de lectura y descanso. Más tarde se reunía con la familia para cenar, jugaba dos partidas de backgammon con Emma, leía un libro científico y, poco antes de dormir, se acostaba en el sofá para escuchar a su esposa tocar el piano. Sin lugar a dudas, la rutina de Darwin presenta una diferencia comparable a la del día y la noche si pensamos en el esquema trabajar-comer-internet-dormir que impera en el siglo XXI.

Menos es más. Una máxima de nuestro tiempo parece ser: “Entre más horas trabajes, más productivo serás”. Sin embargo, la creatividad suele darse mejor en campos labrados decididamente durante unas cuantas horas que en tierras trabajadas de sol a sol por un campesino exhausto. Y si bien es cierto que el mundo de la creatividad también está poblado por aves nocturnas e infatigables, muchos artistas y pensadores prefieren realizar su trabajo más importante durante las primeras horas del día, cuando se sienten frescos y descansados. Un ejemplo de ello lo encontramos en Truman Capote, quien destinaba no más de cuatro horas diarias a la escritura de sus historias —entre las que se encuentran A sangre fría y Desayuno en Tiffany’s—, las cuales empezaban a correr poco tiempo después de que despertaba. Por las tardes, Capote salía a disfrutar de la vida, y las noches las destinaba a revisar el trabajo realizado durante la mañana.

Truman Capote.

Las personas creativas salen a caminar. Al abandonar nuestro espacio conocido y entregarnos a un paseo, activamos los mecanismos de la creatividad. El caminar sin prisas, con una respiración sosegada, aunado a la delicia de no haber fijado un destino, permite que la energía psíquica recobre su equilibrio, mientras los sentidos se nutren de escenarios, de sonidos que rompen con la monotonía del lugar de trabajo, de la estela de palabras que los otros caminantes van dejando a su paso… El movimiento lubrica el engranaje de la mente, haciendo que más y mejores ideas broten a la superficie. Por ello, no es de extrañar que en el imaginario colectivo el genio camine de un lado a otro, esperando que una idea fabulosa se encienda en su mente. Ahí está, por ejemplo, Charles Dickens, que diariamente hacía caminatas de tres horas durante las cuales buscaba imágenes que pudiera usar como base en alguna de sus historias. Aristóteles, Henry David Thoreau, Steve Jobs y Woody Allen son sólo algunos más de los incontables —y geniales— caminantes famosos.

Como se puede ver, no existe una fórmula mágica para utilizar creativamente nuestra energía. Sin embargo, los grandes creativos de la historia nos han revelado algunos ingredientes fundamentales de la mezcla. A los ya mencionados, habría que agregar una cantidad importante de disciplina, sin olvidar la disposición de transformar nuestros diques psíquicos en manifestaciones más elevadas y satisfactorias.

Cierre artículo

[1] El ensayo se titula “El Moisés de Miguel Ángel” y es uno de los cinco trabajos estéticos que escribió Freud.

[2] En psicoanálisis, esto se conoce como sublimación, que es la desviación de energía hacia actividades intelectuales, humanitarias, culturales y artísticas.

[3] La información de las rutinas mencionadas en este texto fue extraída del libro Daily Rituals de Mason Currey, editorial Alfred. D. Knopf, 2013.

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