En un borriquillo camino también
pobre peregrino con hambre y con sed.
Pero tú me alumbras, coplilla encendida,
estrella bonita que luce en Belén.
“Campanas de plata”, villancico tradicional.
Como soy fan de la saga Star Wars, admito que estoy viendo por cuarta ocasión la serie El Mandaloriano y he de confesar que me está emocionando tanto como la primera vez que la vi. Eso me hizo reflexionar sobre la pasión que despierta —no sólo en mí, sino en todos— la fantasía, pues el género humano es adicto a los cuentos, a las fábulas, a las leyendas y a los relatos que nos arrebatan con sus héroes, sus grandes proezas y sus romances… ¡o que, del susto, nos hacen saltar del asiento!
En estos tiempos, podemos elegir una historia del impresionante acervo que nos ofrece el streaming por televisión; años antes, sólo contábamos con la programación de la TV abierta o, si se tenían las posibilidades económicas, con los canales por cable; mucho más atrás, nuestros abuelos y bisabuelos se maravillaban con las radionovelas, del mismo modo que en siglos anteriores los cuentos y las novelas por entregas, el teatro y la ópera despertaban el mismo interés y la pasión de la que estoy hablando. Podríamos seguir retrocediendo hasta llegar a los trovadores de la Edad Media europea o a la mitología nórdica, la griega o la egipcia; incluso podemos imaginar los albores del Homo sapiens, cuando los ancianos prehistóricos fascinaban a los más jóvenes con relatos prodigiosos que se contaban en noches oscuras alrededor de una fogata.
Así, estamos a punto de llegar a la fecha que conmemora una de las narraciones más fascinantes e influyentes en la historia de la humanidad. En este fin de año, incluso con la enorme distracción de las luces, la música, las esferas, los árboles, los adornos, la incesante publicidad y la invasión de santa clauses en plazas, alamedas, series y películas, resulta imposible olvidar que todo este ajetreo inició con la anécdota común y corriente deuna pareja joven en apuros que buscaba un techo bajo el cual recibir y dar cobijo a su bebé. Para algunos, esta escena es un cuento y, para otros, una historia real; lo cierto es que resulta increíble que una de las devociones más importantes y con mayor número de creyentes en todo el mundo, el cristianismo, haya tenido su inicio con un niño que nació en un humilde pesebre.
Por otro lado, todos estamos transitando por un momento difícil en el que las dificultades son el pan nuestro de cada día: las exigencias del trabajo, si lo tenemos, y su intromisión en nuestro espacio personal; los conflictos en las relaciones de pareja, los problemas con la educación de los hijos, una economía inestable y la continua incertidumbre sobre el surgimiento de una nueva cepa o de un nuevo virus que podría generar una crisis similar a la que apenas estamos superando… o que sea aún peor.
Pero todo parece indicar —o al menos así lo afirman algunos medios— que al fin estamos empezando a salir de la emergencia mundial más inesperada, terrible y dolorosa en lo que va del siglo XXI: la pandemia por covid-19. A pesar de ello, aún se resiente el aporreo de sus consecuencias psicológicas, físicas y económicas, las cuales amenazan con ser aún peores el año próximo. Por todo eso yo digo que, ahora más que nunca, nadie puede negar que nos urge un respiro, un chispazo, un milagro que nos diluya las ojeras y el cansancio, y nos devuelva la esperanza.
En lo personal, no me cuesta mucho trabajo equiparar el trance que atravesamos con la situación que vivían los pastores que presenciaron el nacimiento en el Portal de Belén: eran personajes oprimidos, explotados, adoloridos y cansados de trabajar de sol a sol sin ver mejoras en sus vidas. Me sincero con ustedes y reconozco que, al igual que lo narran las Escrituras, me encantaría que en estos momentos a mí y a mi familia se nos apareciera un ángel para anunciarnos que, en una gruta cercana, está por tener lugar el mayor prodigio del mundo y de la historia.
Entonces reflexiono y sonrío, pues me doy cuenta de que ha habido otras ocasiones en las que los problemas se han recrudecido y ha parecido que acabaremos asfixiados por esos momentos oscuros de profunda desesperanza y tristeza; pero, al final —lo aseguro por experiencia— de una u otra manera nuestros pantanos terminan diluyéndose y se evaporan bajo un sol brillante y generoso. Entonces, la esperanza regresa, nuestro corazón retumba otra vez con ímpetu mientras recupera sus matices y los contornos de nuestra cara vuelven a enmarcar una amplia sonrisa.
Es en estos momentos cuando nos damos cuenta de que la oscuridad sólo está presente en algunos peldaños de la escalada. A aquellos que aprendimos a creer en una fuerza superior, la fe nos regresa al contemplar el bello resplandor que corona la cima de nuestro peregrinaje. Y no me refiero a la recompensa llamada Cielo —que, aseguran algunos, nos espera después de la muerte—; por el contrario, yo pienso que esa retribución es posible y está a nuestro alcance en este mundo.
Escucha: la Navidad está a la vuelta de la esquina. Puedes tomarla como una celebración religiosa más, como la de todos los años, o como una fiesta íntima para recuperar fuerzas al lado de quienes más amas; aunque quizá sería más que extraordinario que todos nos diéramos la oportunidad de tomarla como una celebración de la esperanzay como el emblema de que es posible un milagro que transforme el panorama tan gris. Los golpes de la vida son momentáneos; pero, si te das la oportunidad de creerlo, el Lucero de Belén en tu corazón jamás se apagará. ¡Feliz Navidad a todos!