Por el tiempo y el espacio con que cuento, este artículo no podría considerarse slow; sin embargo, se ajusta a las propuestas de dicho movimiento contra los estragos que la aceleración provoca en el ser humano y su entorno. La prisa como hábito nos orilla a perdernos los detalles; percibimos poco, no dedicamos tiempo a atender los sucesos, la vida: eso que pasa mientras tú vas apresurado. Ante esta tendencia globalizada, el objetivo central del movimiento slow es ofrecer alternativas para llevar una vida plena y serena, así como promover que cada individuo se apodere de su existencia y controle su tiempo en un mundo donde el reloj lo somete.
Como el tiempo es oro, me lo voy a tomar para reflexionar: tres, dos, uno… listo. Ahora tengo prisa por explicar que la aceleración de los procesos comenzó con la revolución industrial y alcanzó su punto cumbre con la revolución digital; una era en la que se pretende, incluso, el dominio del nanosegundo. Pero no sólo se trata del control del tiempo, sino del control de la vida. Antes del registro cronométrico de todo proceso, los humanos estábamos más cerca de la naturaleza y, por tanto, más atentos a lo que sucedía tanto en el cosmos como en nosotros mismos. La vida humana estaba adaptada a los ciclos naturales; no obstante, más adelante los ciclos fueron adaptados a la dinámica social, y se inventaron parámetros e instrumentos para calcular la duración de actividades o acciones. Así, por ejemplo, el reloj de arena o el lapso que tarda en derretirse una vela medían el tiempo, pero no lo determinaban. Sin embargo, desde la mecanización del reloj en el siglo XIII, la obstinación por controlar el tiempo aumentó y la aceleración irrumpió en nuestra cotidianidad. En el siglo XXI, el reloj mide cada proceso y lo acelera, sin mencionar que la prisa se toma por virtud. La producción, asociada a la economía, es la principal responsable de lo anterior, pues “el tiempo es dinero”.
En esta era, la persona “lenta” es considerada incompetente, holgazana o tarada. Enajenación o alienación, en términos filosóficos, se refiere a privar de su personalidad al individuo, de su libre albedrío, al quedar éste dominado por los mandatos de un grupo o persona. De este modo, el ser humano se maquinizó en beneficio de la industria y no tiene tiempo para la reflexión o la comprensión, para husmear en el contexto y mucho menos para disfrutar cada actividad del día. Pero, en la tiranía de la prisa, hacer mucho no significa hacerlo bien.
Esto es lo que suele exigirnos y decirnos el paradigma imperante:
“Rápido. A lo tuyo. No pierdas segundos, el reloj checador del trabajo lo registra. Acelera, brinca topes; en el semáforo, estrésate, maquíllate, desayuna. En el autobús entra a empujones, economiza milésimas de segundo, pelea por el centímetro cúbico y duerme —parado o sentado— entre el apretujón lascivo y masivo. En la oficina: mientras más rápido mejor. Un compañero descarado se tomó veinte minutos de comida; en cambio, qué eficiente es el multichambas, estrellita en la frente por veloz. Espera con ansiedad la hora de salida. Corre, serán dos horas de camino. Come algo, rapidito, y compra fast food para la familia; calienta la comida en el microondas, sírvela en platos desechables. Reemplaza tu ropa, ya pasó de moda, y tu pareja también. No hay tiempo para conocer gente, las ciudades son anónimas; los rostros, ajenos. Si los quehaceres lo permiten, realiza una actividad recreativa o deportiva, o ambas a la vez. Siéntete productivo. ¿Te urge adelgazar?, toma pastillas y pierde diez kilos por semana. ¿Problemas existenciales?, la meditación está de moda, sólo te llevará minutos enriquecer tu espíritu. ¿Ir al psicólogo?, pérdida de tiempo y dinero, mejor racionaliza tus obsesiones: ser neurótico es positivo porque si lo canalizas te volverás bastante productivo, minucioso y extremadamente puntual. ¿Ya viene la quincena? Gasta mucho: muerto nada te llevarás. ¿Sedentario?, cambia tus hábitos: salta de un canal a otro del televisor, apúrate que ya comenzó la serie; mientras tanto, ordena tu habitación, prepara la cena, checa tus redes sociales. Ah, ¡qué internet tan lento! Aumenta tus gigas de velocidad, darás mil likes en tres segundos y conocerás las noticias nacionales e internacionales en poco tiempo. Sé activista de la red, haz revolución, resuelve problemas históricos con tres clics. Pasea diez minutos al perro. ¿No hay tiempo para leer?, invierte en un curso de lectura rápida: dos mil palabras por minuto. Programa el despertador. Mientras duermes, escucha un curso de inglés, tu inconsciente aprenderá lo que tu consciente no estudia. ¡Que ya sea viernes!, culmina tus pendientes el fin de semana. No hay tiempo de enfermar ni de ir al médico, aunque sepas que eres candidato a un accidente cerebrovascular por el estrés. Destina tiempo de calidad a tus hijos, amigos o pareja, pero no mucho, porque tú sí trabajas o estudias todo el día. En el cine, maldice las filas y sal antes de que termine la función para no encontrar lío en el estacionamiento. ¿Darás una caricia?, hazlo rápido, maldición, te alcanzó la precocidad. ¿Sabes cuántos años te quedan? Vive rápido. Para ser un digno habitante de este mundo hay que ir con prisa. A producir se ha dicho. ¡Anticuado y holgazán el que no se acelere!”
Ahora, con rapidez, conozcamos otra opción: la de respirar, tomar las cosas con calma y disfrutarlas lentamente —o, en inglés, slowly. Pero no te confundas, hay que diferenciar entre pereza y lentitud. Ésta última no significa ineficiencia, sino que está vinculada con el equilibrio que, por ejemplo, podemos encontrar intentando trabajar para vivir y no vivir para trabajar. El movimiento slow, entonces, es revolucionario, pues cuestiona los patrones que establece el sistema económico imperante de entregar la vida entera a la producción y el consumo.
Esta corriente tiene iniciadores o teóricos, pero no líderes. Simplemente germinó al hacer conciencia sobre lo negativo de la aceleración. A Carl Honoré se le considera uno de los principales teóricos slow y a su libro Elogio de la lentitud (2004), un texto guía. Honoré propone llevar un ritmo sosegado hasta en las actividades más cotidianas, pues para este periodista una vida apresurada es superficial, ya que no permite profundizar en nada. Sin embargo, la historia del movimiento comenzó mucho antes, en 1986, cuando el periodista y gastrónomo Carlo Petrini, sorprendido por la apertura de un McDonaldʼs en la milenaria ciudad de Roma, le declaró la guerra a la comida rápida. Se creó así el movimiento slow food, a favor de la preparación y degustación minuciosa de recetas tradicionales, con productos frescos, para cenar en familia sin televisión ni ningún otro distractor. En los años noventa, lo slow se manifestó en otros ámbitos, como en el turismo, el trabajo, la educación, el arte, la ropa, el periodismo y el sexo. Por otro lado, una cittaslow —citta significa ʽciudadʼ en italiano— tiene menos de cincuenta mil habitantes y aloja a gente interesada en plazas, teatro y paisajes vírgenes, que además gusta de la naturaleza. En la actualidad existe una red de ciudades de este tipo que pretende enriquecer la experiencia de vida sin depender del reloj; por ello adoptó al caracol como distintivo, pues se trata de ir lentamente, pero sin estatizarse.
El turista slow, por su parte, disfruta, se aleja del barullo. El slow work desacelera la jornada para aumentar la productividad, pues es bien sabido que la sobresaturación y la prisa repercuten en la salud y el rendimiento. Con base en lo anterior, algunas empresas permiten a los trabajadores gestionar el tiempo a conveniencia y ofrecen instalaciones confortables, gimnasios, jardines, música en vivo y hasta guardería; para los hijos de éstos hay una slow school, que permite reflexionar y aprender en una atmósfera relajada. El arte slow, por otro lado, rechaza las obras fabricadas en serie; y la moda ajustada a este movimiento propugna por la reutilización, lo artesanal y lo auténtico, denunciando de este modo los daños que la industria textil causa al planeta. Existe, asimismo, el periodismo slow, que goza y hace disfrutar de un relato o artículo cuidadosamente construido y refuta la prisa que, en virtud de proveer información inmediata, descuida la calidad, la profundidad y la veracidad. ¿Sexo slow? Sí, también; se propone vivir la experiencia profundamente, ya que debido al cansancio y el estrés, el sexo ha disminuido en calidad: la prisa, en vez de glorificar al famoso “rapidín”, provoca insatisfacción y hasta precocidad. Por ello, hazlo slowly…
Como se puede ver, la filosofía slow se propaga por el mundo de distintos modos. Cabe recalcar que no se trata de holgazanear, sino de decidir la velocidad conveniente en cada contexto, pues irónicamente cada segundo de nuestra existencia se utiliza en función de las fuerzas de producción y no en favor de nuestro bienestar. Al hablar del movimiento slow nos referimos al equilibrio y a la calidad de vida; por eso, ¿qué tal si te tomas un tiempo para considerar esta opción? Anda, no queda mucho tiempo…