El olfato: la fragancia de la creatividad

El olfato: la fragancia de la creatividad
Franz De Paula

Franz De Paula

Creatividad

El perfume es la forma más intensa de la memoria.
Jean-Paul Guerlain

El olor. El primer instinto. El lenguaje invisible de la naturaleza. La química. Las feromonas. El olor de ya-sabes-quién. Los átomos se aparean en tu cerebro y se transforman en mariposas en el estómago. Pocas cosas en la naturaleza tienen tanto poder de persuasión como el olor: no se puede disuadir, simplemente porque es más fuerte que cualquier argumento, intención o postura.

Somos como radares químicos: como emisores y receptores, coleccionamos olores y con cada olor cambia nuestra escenografía mental, pues cada uno carga una atmósfera diferente con efecto imbatible. Si es memorable, se instala en una parte imborrable de tu mente y dispara una emoción sin que puedas hacer nada al respecto. De eso estamos hechos: de lo que nos toca por dentro.

El olfato es el más evocador de los sentidos: rompe la barrera del espacio y del tiempo, y te traslada mentalmente a sitios remotos y a cualquier instante que hayas vivido. Los olores son como diminutas minas terrestres en el suelo de tu cerebro, escondidas bajo la espesura del tiempo y de la vida, que detonan en tu memoria cuando las pisas. Si das con un olor, los recuerdos asociados con él te estallarán a la vez; si la memoria fuera una casa, el olor sería la llave.

Mujer oliendo una flor

Dicen que en esta vida las cosas que escapan a los ojos resultan las más esenciales. Quizá de eso se trata la evolución de la inteligencia: de ir más allá de nuestra escafandra humana, identificar la esencia en las cosas y comprender que no todo lo que percibimos es real y que no podemos percibir todo lo que es real.

Entre nuestros sentidos, la vista acapara el protagonismo: creemos ciegamente en lo que vemos —un juego de palabras intencional— y pensamos que lo que no vemos no existe. Pero que no podamos ver el aire no significa que no estemos envueltos en él; tampoco podemos ver la luz ultravioleta, los agujeros negros o las partículas subatómicas, pero sabemos que están ahí.

De hecho, tenemos múltiples sentidos, no sólo cinco, pero el del olfato es quizás al que menos atención prestamos. Aunque experimentamos diferentes olores, pocas veces nos detenemos a evaluar la influencia que ejercen en nuestro estado mental y en nuestra sensación de bienestar. Somos una especie peculiar: nos deleitan los aromas frescos y dulces, como los de las plantas y las flores, pero repudiamos ciertos olores ante nuestros prójimos e intentamos disimularlos con perfumes y fragancias. Quizá lo hacemos porque el olor natural nos recuerda a nuestro instinto animal, que durante siglos ha sido muy castigado.

Nuestra fascinación por el perfume nos ha acompañado desde los tiempos de los antiguos egipcios, y hoy la industria de la perfumería es uno de los mercados con mayor consumo en el mundo. Y es que el olfato, además de su clara utilidad al evocar sensaciones y vivencias, despertar el apetito y prevenirnos del peligro, es un agente natural que influye en nuestra calidad de vida.

Tres botellas de perfume

Existe una razón científica por la que los olores son tan efectivos para liberar recuerdos y tiene que ver con la anatomía de nuestro cerebro: los aromas “se brincan” el tálamo —una porción del encéfalo en la base del cerebro que interviene en la actividad de los sentidos— y llegan directamente al bulbo olfativo, que está conectado con el hipocampo y la amígdala, los cuales están vinculados con la memoria y las emociones. Esta estrecha conexión física explica la capacidad de los olores para detonar recuerdos, también llamada “efecto Proust”.

Por eso, al desarrollar nuestra habilidad olfativa enriquecemos también la creatividad: pensamos de modo diferente, nos comportarnos de manera más presente e incluso hallamos motivos de inspiración artística. Me vienen a la mente dos ejemplos con el olor como protagonista: Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, y El perfume, de Patrick Süskind.

Las ideas más innovadoras surgen de las muchas capas de nuestra conciencia y la mente creativa puede aprovecharlas de diversos modos. Puedes, por ejemplo, encender un incienso o velas aromáticas para estimular tu percepción y crear un ritual que le indique a tu cerebro que está entrando a una atmósfera para enfocarse y concentrarse, lo que por sí mismo puede ser provechoso.

Por otro lado, algunas técnicas de brainstorming buscan activar los cinco sentidos habituales —vista, oído, tacto, gusto y olfato—, y como el olfato resulta muy efectivo para evocar experiencias pasadas, cuando organices una sesión de lluvia de ideas, intenta integrar aromas —gelatina, café en grano, pan recién horneado, eucalipto o plastilina— y observa qué ideas brotan.

Cocinero percibiendo el aroma de un ingrediente

El colosal potencial del olfato es ocupado por la publicidad y el comercio como herramienta para llamar nuestra atención y atraernos o alejarnos de algo, lo cual plantea nuevos e interesantes caminos de exploración creativa y es un medio eficaz de comunicación que estimula las papilas gustativas e induce la aceptación de una campaña o el recuerdo de una marca.

El poder del olfato sobre nosotros es memorable en muchos sentidos: puede revivir buenos o malos recuerdos, despertar sensaciones cómodas, atemorizantes o viscerales sobre algo o alguien, o desplazarnos imaginariamente a otros lugares y tiempos. Los olores, si les prestamos más atención y nos permitimos explorarlos, nos cuentan muchas historias, y con cada una llegan quién sabe cuántas ideas.

Quizás hay algo de cierto en la máxima que sentencia que, en la vida, aquello que escapa a la vista es lo que más persiste. Tiene sentido. Aunque la flor ya no exista, su fragancia puede continuar. Algo poéticamente similar a la esencia de nuestra mente que perdura en los libros. El cuerpo se enamora de lo que el cerebro se “enaroma”. “Enarómate”, altera tu percepción y transforma tu mente.

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