
Desde un punto de vista pragmático, se puede decir que el universo nos deja señales y signos de su existencia o rastros de su historia. Por ejemplo, está la luz de las estrellas, que es un rastro lumínico de algunos cuerpos celestes que habitan en este plano de la realidad y también de otros que dejaron de existir hace millones de años y que, sin embargo, aún podemos ver en el cielo nocturno.
Pero este texto se refiere a otro tipo de conexiones y causalidades que podríamos llamar nuestras “luces estelares”. Es decir, las señales que se nos presentan para que logremos nuestros propósitos o, dicho de un modo más simple, los indicadores de nuestro camino en la vida.
Contaré algunas anécdotas para demostrar mi punto, empezando con una que tiene que ver con mi primer empleo relacionado con la escritura. Debo aclarar dos cosas: una, que nunca he tenido idea de qué hacer con mi vida, pero tengo muy claro que quiero vivir de escribir: es un propósito al que no puedo renunciar; y dos, que siendo un tanto antisocial, rara vez acepto invitaciones a fiestas o reuniones. Pero esa vez había decidido ir al cumpleaños de una de mis mejores amigas de la universidad, y fue gracias a esa decisión que el destino llamó a la puerta.
Las primeras personas en esa fiesta fuimos un productor de televisión y yo, así que en lo que llegaban más invitados pudimos platicar. El momento fue ameno y, al despedirse, el productor me pidió escribir unos storylines para una serie; hasta hoy ésta no se ha producido, pero ese fue mi primer trabajo pagado como escritor. La lección es que a veces se deben tomar riesgos, aceptar cosas nuevas y agradecer que el universo conecte los puntos en un mismo día.
Más tarde, terminé la universidad. Desesperado y sin saber qué hacer para volver al mercado laboral, acepté trabajar como maestro suplente en una secundaria; aunque fueron pocos días, pensé que iba a padecer mucho por la distancia, mi inexperiencia y mi falta de empatía por los adolescentes. Pero, por fortuna, el destino llamó de nuevo: un colega, al que había conocido hace poco, me ofreció escribir una serie de ficción para niños. El universo me había salvado, un nuevo camino se iluminó y me había dicho: si lo que quieres es escribir, escribe. Y así lo hice, renuncié a ser suplente y empecé a estudiar guionismo para televisión.
Pero como los pagos de un guionista tardan en llegar, durante un tiempo no tuve idea de por dónde seguir mi camino. Decidí pedir empleo en alguna publicación, y aunque mi experiencia estaba en otro lado, me armé de valor y empecé a buscar correos de revistas o periódicos para hacer una solicitud. Al principio, me dirigí a una revista de artículos pop, pero me rechazaron un par de ocasiones —la última vez me dijeron que estaban en quiebra y por eso ya no aceptaban colaboradores. Estaba por desistir, cuando me encontré con una revista que me gustó mucho y que obtuve gratis en un evento del Instituto de la Juventud.
Empecé a buscar el modo de contactar con esa revista: di con su cuenta de Twitter y, casi sin esperanzas, les envié un tuit que decía: “Un día voy a escribir en su revista”. El universo me contestó por el mismo medio, pues me puse en contacto con la directora de la revista, le envié un texto y aceptó publicarlo. Fue una sensación muy grata: recordé eso de que, tras la derrota más larga, viene la victoria más dulce. Por si te lo preguntas, el nombre de la revista es Bicaalú.
Mi camino ha sido iluminado por otras luces estelares. Pero a veces estas luces no me llevan a un buen término, pues son augurios de la desgracia —como la Casandra del mito griego— y te dicen la verdad aunque no la quieras escuchar.
Cuando yo tenía diecisiete años, mi abuela llevaba tiempo enferma, dormía mucho, se sentía cansada y casi no salía de su cuarto. Yo iba a la escuela en la mañana y volvía por las tardes, con una sensación inquietante. Un día regresé y hallé una casa vacía: sin personas, sin un recado… y sin abuela. El primer pensamiento que cruzó por mi mente fue: “Abue ya no va a regresar”. Sacudí la cabeza tratando de librarme de ese pensamiento.
El tío que vivía conmigo aseguraba que su madre volvería pronto: “Tenemos que limpiar la casa, para que cuando regrese tu abue la vea bien bonita”. Pero, por desgracia, mi abuela nunca volvió a su habitación y sólo regresó a casa para ser velada. Ese fue un diciembre frío y la cena familiar navideña se celebró en medio de un silencio extraño: ella ya no estaba con nosotros.
El universo tiene sus maneras de mostrarnos la luz. A veces en una decisión que cambia el rumbo de tu vida, otras con una llamada telefónica que te salva, en ocasiones con un tuit y, a veces, con intuiciones dolorosas…
