Seré honesto con ustedes: a mí, como a muchos otros, se me educó para siempre querer más; es decir, para siempre desear tener más de lo que en este momento tengo y ser más de lo que ahora soy. Dado el entorno en el que crecí, pienso que mi familia creía que uno de los pocos medios honestos que teníamos para eludir el destino de la clase popular era esforzarnos para convertirnos en profesionistas —cosa que ni mis abuelos ni mis padres fueron—, tener un buen sueldo y así ganar cada día más dinero para comprar ropa, un automóvil y una casa en una buena zona, lejos de aquella colonia donde viví.
Así fue que, desde mi niñez, empezó una carrera frenética: en la escuela, ser el mejor de la clase, el que destacara más con mejores calificaciones; y en el mundo laboral, esforzarme al máximo para ser reconocido por mi rendimiento y por la calidad de mi trabajo, y así ascender por el organigrama para ganar cada vez más dinero. Y a medida que pasan los días en el calendario, es más palpable la prisa que siento por finalmente “dar el golpe” y ahora sí estar a la altura de los sueños que de niño formé mientras veía llover en el patio de mis abuelos. Pero hasta ahora la única solución que he encontrado es la misma: querer más, ser más de lo que soy para así poder tener más de lo que ahora tengo.
No obstante, una mañana me levanté y, luego de pensarlo mucho, decidí plantearme las cosas desde una perspectiva distinta: ¿y si, en lugar de estar siempre nadando en contra de la corriente para alcanzar la otra orilla, donde según yo está la “verdadera vida” que mi familia y yo nos prometimos para mi futuro, dejo de desear ser más y tener más, y empiezo por aceptar, disfrutar y trabajar con lo que ahora soy y lo que ahora tengo?
Consultado con expertos
Antes de ir al fondo del asunto, vale la pena preguntarse de dónde viene esto de siempre querer más, pues no es conveniente convertir en responsabilidad personal una compulsión que es común a la especie humana. En un artículo para Psychology Today, el doctor Dimitrios Satiris explora algunas vías para ser feliz con menos y menciona dos factores primordiales que detonan esta necesidad en nosotros: primero, está el hecho de que, desde un punto de vista evolutivo, estar en el presente no es algo natural para nosotros, pues una de las funciones de nuestro cerebro es protegernos de posibles amenazas, así que estamos programados para mirar siempre hacia el futuro y anticiparnos a todo lo que puede salir mal; en otras palabras, una parte primitiva de nosotros constantemente está asumiendo el peor escenario: el miedo a perder lo que tenemos despierta el instinto de acumular la mayor cantidad de recursos posibles mientras están disponibles.
En segundo lugar, según Satiris, la especie humana no está programada para estar satisfecha con lo que tiene y nuestro instinto es siempre querer más. Esto no sólo obedece al egoísmo, pues también ayudó a nuestros antepasados a acumular comida suficiente para superar los períodos de sequía y escasez, además de que el individuo con mayores excedentes destaca de la competencia y halla más fácilmente compañeras para el apareamiento. Por eso, la ansiedad por que un jaguar nos sorprenda y nos devore cuando nos acercamos a beber agua de un arroyo se convierte en la pulsión de desear ganar más dinero, tener una casa propia o tener más seguidores en las redes sociales.
Ahora, tampoco hay que ser tan puristas: hasta cierto punto está bien tener aspiraciones, desear ciertas cosas y esforzarnos por conseguirlas. El problema empieza cuando esta aprensión no nos permite apreciar, agradecer y disfrutar lo que sí tenemos hoy y lo que hemos logrado, y el asunto se agudiza cuando la frustración por no lograr nuestros propósitos se convierte en una fuente de reproches y descalificaciones dirigidos hacia nosotros mismos, lo que a menudo deriva en depresión y en la insoportable emoción de no sentirnos valiosos.
En nuestro tiempo, la ambición es algo socialmente bien visto y no son pocos los que admiran a determinado empresario, emprendedor o multimillonario y tratan de seguir sus pasos al éxito: cada quién sabrá y no soy nadie para condenarlo. Pero si te sucede que a cada tanto te sientes exhausto por estar todo el tiempo “correteando la chuleta” y porque cada vez que consigues algo tu “mente millonaria” te hace pensar en la siguiente meta a conseguir, quizá te estás autoexplotando y es momento de tomar algunas medidas al respecto:
1. Reduce tus pretensiones
Las anécdotas virales sobre los multimillonarios y la literatura que nos vende la idea simplificada de un éxito que se consigue a partir de un esfuerzo incesante y de la “actitud mental correcta” a menudo nos deja exhaustos y frustrados por que los decretos simplemente no parecen hacer que el universo se alinee con nuestros deseos. Entonces, quizá resulte prudente “bajar el listón” de nuestras pretensiones de fama y fortuna, recordando que el dinero no garantiza la felicidad y que el éxito es relativo y fugaz. Así, en lugar de estar persiguiendo y anhelando un futuro donde habrá más cosas que te harán feliz, trata de aquilatar, agradecer y disfrutar eso que tienes hoy… y que de seguro te ha costado muchísimo tiempo, energías, esfuerzo y talento, ¡enhorabuena por ello!
2. Bájale a la productividad
¿Eres de esos que acostumbran organizar sus actividades usando una agenda o un planificador como el Google Calendar? Felicitaciones por eso, habla de que eres una persona organizada y comprometida con lo que desea lograr; pero, en tus planeaciones, ¿consideras solamente el trabajo y las actividades productivas, o incluyes también otros aspectos como la creatividad, el descanso, la diversión, el cuidado de otros y el tiempo para ti mismo?
Nuestra sociedad está obsesionada con la productividad y los logros monetarios, así que es fácil hacer que las actividades económicas sean nuestra prioridad —lo cual es doblemente cierto cuando, por necesidad, uno toma dos o más trabajos—; no obstante, es preciso recordar que no sólo somos trabajadores, empleados, empresarios, directivos o entes económicos: también somos papás y mamás, hijos y abuelos, amigos y parejas, así que para ser personas integrales ejerzamos también esos roles con placer y equilibrio.
3. No te obsesiones con el dinero
El dinero que uno ha ahorrado o invertido, así como nuestros ingresos mensuales o quincenales, no sólo tienen un valor monetario: dentro del sistema en que vivimos, son dos métricas concretas y tangibles que a menudo se usan para determinar nuestra valía como personas, además de que ronda por ahí la no tan peregrina idea de que una cantidad sustanciosa en el banco es el mejor seguro contra cualquier contingencia a la que la vida puede enfrentarnos; por eso es que estamos programados a siempre buscar “un poquito más”.
Al respecto, sólo hay que cuidar que esta búsqueda no comprometa nuestra salud física y mental, ni desplace el tiempo que pasamos con las personas que queremos. Llevando las cosas al extremo, tal vez sólo una persona desquiciada aceptaría un sueldo de 150 mil pesos mensuales libres si, para ganarlo, tuviera que trabajar bajo un estrés constante dieciocho horas diarias todos los días y renunciar a pasar tiempo con su familia y amigos… pero creo que aun así muchos tomarían la oferta.
4. Toma en cuenta a los demás
Un estudio del Departamento de Psicología de la Universidad de California confirmó el adagio inglés que dice: “Detrás de toda fortuna, hay un cadáver en el armario”, pues encontró un vínculo entre la posición social elevada y las conductas poco éticas como mentir, robar o defraudar. Sin duda, en todas partes hay gente rica que además es generosa y piensa en los otros, pero lo que revela el estudio es que para amasar una gran fortuna hay que ponerse a uno mismo en primer lugar y hacer de nuestras ambiciones una prioridad absoluta.
Así pues, la cura para esta tendencia egocéntrica es dejar de gastar en ti mismo y empezar a hacerlo en los demás, aunque el dinero no te sobre. Al beneficiar a otros es posible que en algún momento sientas una satisfacción tan genuinamente profunda que empieces a dejar de concentrar tus esfuerzos en recibir u obtener, y los canjees por el deseo de vivir y de compartir: un poco como el niño que se da cuenta de lo aburrido que es ganar todas las canicas y tenerlas en el bolsillo, en lugar de repartirlas y ponerse a jugar con los demás.