Francisco I. Madero y sus amigos invisibles

Francisco I. Madero y sus amigos invisibles
Bernardo Monroy

Bernardo Monroy

Inspiración

Imaginemos a un hombre que, a finales del siglo XIX, llega a su rancho en Chihuahua y se encierra en una habitación que usa especialmente para contactarse con el mundo sobrenatural. Se sienta a la mesa, donde hay papel y pluma. Cierra los ojos, mientras sus manos comienzan a ser movidas por fuerzas que no son de este mundo. El caballero, vestido con elegante traje decimonónico, no para de garabatear palabras que se convierten en mensajes. Un espíritu le está hablando desde el Más Allá. Cuando sale del trance, descubre que tiene una misión: liberar a México del yugo de la dictadura que vive. El dictador en cuestión es Porfirio Díaz. El espíritu, Benito Juárez.

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La historia de México, más allá de las aburridas lecturas a las que nos someten en la preparatoria, está repleta de personajes fascinantes, datos que ignoramos y episodios que van desde lo divertido hasta lo inverosímil. Con el tiempo, comprendemos que los “héroes” que desfilan a lo largo de los siglos no son buenos ni malos, y que sus acciones responden a la compleja naturaleza humana. Tal es el caso de Francisco I. Madero y su afición al espiritismo.

La creencia de Madero en el mundo de los espíritus no es algo que se pueda explicar de modo sencillo: decir que era un hombre ridículo y crédulo o afirmar que realmente contactaba con los muertos, es pecar de simplista. Su firme creencia en el Más Allá determinó su vida, del mismo modo que el catolicismo rige la de muchos políticos contemporáneos. Antes de juzgarlo, hay que conocer a quien derrocó a Porfirio Díaz, al igual que el tiempo que le tocó vivir.

La “moda” del siglo XIX

Para comprender el total impacto que el llamado “mundo invisible” tuvo en Francisco I. Madero, primero es necesario entender a la sociedad de mediados del siglo XIX, cuando el francés Allan Kardec fundó la doctrina espiritista. Aunque tuvo una vertiente inglesa y otra gala, ésta se resume como la creencia en que los mortales podemos entrar en contacto con los espíritus y permitir que influyan en nuestra vida. Nosotros, los mortales, somos seres “encarnados” y los que dejaron este mundo, “descarnados”. Durante el siglo XIX y hasta inicios del XX, el espiritismo gozó de gran popularidad. Dos espiritistas particularmente famosos fueron sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, y Charles Dickens. Hoy en día, en tiempos de los teléfonos inteligentes, percibimos estas creencias como algo absurdo, pero en aquel siglo éstas eran una filosofía, un estilo de vida, una religión y una línea de pensamiento; en síntesis, una manera de contemplar el mundo.

Sesión espiritista

Así, en la sociedad victoriana era común suscribirse a revistas, intentar hablar con los descarnados, usar la tabla ouija, trabajar todo el día para llegar a casa en la noche, concentrarse ante un lápiz y un papel, y desempeñar la función de “médium escribiente” —talento que Madero poseía— con la esperanza de obtener respuesta y consejo de los seres amados fallecidos.

Y esto nos lleva aMadero.

Madero, político y médium

Francisco I. Madero es un personaje de nuestra historia que no necesita mucha presentación: con su libro La sucesión presidencial de 1910, en oposición a la reelección de Porfirio Díaz, desencadenó la Revolución Mexicana que terminó por derrocar al dictador; entonces, Madero asumió la presidencia, pero en 1913 fue asesinado por golpistas a las órdenes de Victoriano Huerta. Sin embargo, sobre su vida hay mucho más que contar: por ejemplo, que durante muchos años se creyó que su nombre era Indalecio, cuando en realidad era Ignacio.

Fue a la edad de 18 años cuando Madero conoció la doctrina espiritista en la biblioteca de su padre, al encontrar ejemplares de la revista Revue Spirite, fundada por nadie menos que el mismísimo Allan Kardec. Su amor por dicha doctrina fue inmediato: fue su epifanía, en términos católicos.

Poco a poco, Francisco comenzó a adentrarse en el tema, siendo El libro de los médiums uno de sus libros de cabecera. Aprendió cuanto pudo y viajó a Francia para conocer el espiritismo de primera mano, convirtiéndose en “médium escribiente”, una supuesta habilidad sobrenatural que consiste en permitir que los seres descarnados dirijan tu mano y la usen como instrumento para enviar mensajes desde el plano ultraterreno.

A los veinte años, Madero regresó de la Ciudad Luz y se estableció en su rancho en San Pedro de las Colonias, Coahulia, donde empezó a promover el pensamiento espiritista entre todos los interesados. En aquel entonces no imaginaba los planes que los seres de ultratumba le tenían proyectados.

En su rancho coahuilense, Madero recibió el contacto de Raúl, su hermano menor, quien de pequeño murió quemado en un terrible accidente. Otra de las entidades que lo contactó fue “José”, quien posiblemente había sido su bisabuelo. El tercer espíritu fue toda una celebridad: el ex presidente Benito Juárez. Las tres ánimas lo aconsejarían a lo largo de su vida, hasta que Madero se convirtió en una de ellas. Al principio, le dijeron que debía dedicarse a la homeopatía y al magnetismo curativo; pero después lo condujeron a su verdadera vocación: la política; según estas voces, él estaba destinado a liberar al país del yugo porfirista.

Aunque Madero era un hombre cauto y solía mantener sus creencias alejadas de la cuestión política, era inevitable que la información se filtrase. Financiaba revistas sobre el tema, como La cruz astral, donde escribía artículos con el seudónimo de Arjuna. Además publicó, bajo el sobrenombre de Bihma, el Manual espírita, donde responde preguntas y aclara dudas sobre el espiritismo. El libro, un éxito de su época, fue traducido a varios idiomas.

Algunos mexicanos se mantenían al margen de las creencias de Francisco, otros las apoyaban, y unos más se burlaban descaradamente de ellas, como José Y. Limantour, ministro de Hacienda de Porfirio Díaz. No faltaban las caricaturas políticas, publicadas en diarios como El Imparcial, donde Madero aparecía ridiculizado en una sesión espiritista. Pese a las burlas, Madero fue siempre fiel a las creencias que lo acompañaron hasta su muerte durante la Decena Trágica.

Para entender a Madero

Existen libros e información para comprender mejor las creencias espiritistas de Francisco I. Madero. Uno de los mejores sobre el tema se titula La revolución de los espíritus: Francisco Ignacio Madero, publicado por editorial Turner y escrito por el excelente historiador mexicano Alejandro Rosas, quien ha profundizado sobre el tema de manera maravillosa y escribió el documental 1910: La revolución espírita, dirigido por Alejandro Fernández.

Rosas, un historiador objetivo, es muy claro cuando apunta: “no existe ninguna prueba lógica o racional de lo sucedido durante las sesiones espiritistas que Francisco tenía con el Más Allá”. Los interesados también pueden consultar el Manual Espírita que Madero escribió bajo seudónimo y es muy fácil de encontrar en Google.

Hoy en día, Francisco I. Madero está enterrado en el Panteón Francés de la Ciudad de México. Muchas calles del país llevan su nombre, y algunas de ellas son lugares repletos de cantinas, bares y restaurantes. Pero quizás el espíritu de Madero flota por las aulas de las escuelas de México, anhelando que su vida se conozca en su totalidad, porque en su momento fue un ser humano tan complejo y contradictorio como cualquiera de nosotros.

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