La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es, o no, lo más sublime de la inteligencia.
Edgar Allan Poe
Escribía Viktor Frankl en su extraordinario tratado El hombre en busca de sentido que cuando una persona se encuentra con el sufrimiento, su única oportunidad radica en la actitud con la que sobrelleva su carga. Una idea salvadora. Inmersos estamos en una espesa masa de mitología popular con respecto al dolor espiritual o emocional, pero nada es más arriesgado ni romántico que el mito del genio atormentado: una ficción protagonizada por trágicos héroes como Frida Kahlo, Edgar Allan Poe, John Nash, Robert Schumann, Virginia Woolf y una lista interminable. Éste es un planteamiento absolutamente tóxico y estereotipado de la patología creativa, aunque detrás de él se encuentra un profundo discurso sobre el papel del sufrimiento en la vida humana y en la expresión creativa.
El concepto de creatividad ha gozado una metamorfosis a lo largo de la historia, desde ser un privilegio divino hasta convertirse en sólo un característico sello personal, un talento cultivado en una habilidad. Una persona con imaginación e inventiva, al igual que otra con un desorden mental, perciben al mundo de forma diferente, aunque no por las mismas razones. Muchos de los genios creativos más célebres fueron mentalmente enfermos. Pero en esta reflexión tan delicada habría que empezar planteando algunos cuestionamientos, porque no todos los locos son geniales ni todos los genios están locos. ¿Qué es la genialidad? ¿Qué es la locura? ¿Qué percepción tenemos del genio: la del héroe legendario con facultades sobrehumanas al que, ya muerto, se le rinde culto? ¿De qué tipo de locura hablamos: de la depresión, la psicosis, la bipolaridad? ¿Cómo asumir nuestra propia locura, cuando muchos de los criterios aparentemente sensatos con los que vivimos a diario no tienen sentido? ¿Es la cordura una forma de conformismo?
Todos los avances en la historia que son producto del genio creador tienen como común denominador dos elementos cruciales: el talento y la técnica. La técnica se basa en la persistencia obstinada, y nada hay menos romántico que eso, pues en la pasión cruda y desencarnada se encuentra el origen de la genialidad. Alguna vez dijo George Bernard Shaw: “La gente sensata se adapta al mundo; la insensata adapta el mundo a sí misma. Todo avance, por tanto, depende de la insensata”. La genialidad no es erudición ni saberlo todo; es saber formularse las preguntas correctas y obtener congruentemente las respuestas correspondientes. Es ese espacio previo de introspección, incubación y aislamiento lo que determina la dimensión del legado del genio. Un genio es una piedra que golpea y crea ondas en la superficie de la historia. Muchos de ellos dicen una gran verdad —a veces con terribles consecuencias— largo tiempo antes de que a alguien más se le ocurra. Muchas ideas geniales estuvieron al borde de ser una locura, o así se les tachó en su tiempo; la mayoría de ellas nunca fueron descubiertas o impulsadas y, al igual que sus creadores, se escaparon de la inútil fila de la fama póstuma.
Una definición de la locura sería repetir una y otra vez la misma conducta que ha llevado a resultados decepcionantes, esperando un resultado distinto; Freud acuñó el concepto de “compulsión repetitiva“ en torno a esta idea. Hay, sin embargo, una diferencia entre la repetición negligente y la inteligente: repetimos nuestros patrones arriesgados no por una imposición ciega, sino porque así evolucionamos y algo en ello nos transforma. Esta es la premisa de la evolución en un sentido estrictamente científico, y la repetición es su pulso primordial.
El trastorno bipolar, siendo uno de los desequilibrios mentales más recurrentes en la patología de la expresión artística, implica cambios dramáticos del humor que van de la euforia o la felicidad extrema —conocidas como manía— a la depresión profunda. Este salvaje caldo cíclico engendra procesos mentales que, de modo inevitable, salen de los caminos convencionales. Al salir de una depresión, pueden surgir chispas de creatividad; cuando el estado de ánimo de un paciente bipolar mejora, su actividad cerebral también se transforma. Un cambio neuronal similar sucede cuando la gente tiene brotes de creatividad. El arte o la genialidad derivan de múltiples factores que siempre conservarán una gran parte enigmática. La locura no es más que la inteligencia disfrazada. O no.
Algunas personas muy inteligentes han sido obsesivo-compulsivas. Estar loco no es un requisito o garantía para ser brillante, pero encuentro fascinantes algunas de sus anécdotas y conmovedoras sus debilidades, quizá porque comparto algunas de ellas —o al menos me parecen mucho más interesantes que el culto fanático a la frívola celebridad habitual a la que estamos expuestos todo el tiempo. Sin embargo, el estereotipo del genio loco está parado en un doble filo controversial: por un lado idealiza un padecimiento doloroso y potencialmente mortal, y por el otro ignora la gran diversidad del temperamento, la imaginación y el talento esenciales para toda actividad artística. Nos gusta romantizar las ideas y las historias. Y el principio de la idealización es una ilusión, un delirio, está fuera de la realidad. Nada romántico hay en la angustia o en la depresión.
Una mente brillante no suele alinearse, se dispara en todas direcciones. Por inspiradora que pueda resultar, en la mayoría de los casos acarrea un áspero efecto secundario: el inevitable conflicto con su entorno y las consecuencias que de esto se desprenden, ésas que acaban determinando el curso que habrá de tomar. Pienso en Van Gogh, en Mozart, en Wilde, en Hemingway. Ese persistente y necio afán humano de aplaudir a los dóciles vivos y a los rebeldes muertos no suena ni muy inteligente ni muy empático.
La humanidad adora irse a la cama oyendo historias sobre la gente que rompe los esquemas que ellos tanto temen cuestionar. La mayoría de la gente vive la emoción que le falta a sus vidas a través de la de los héroes, las celebridades, los agitadores. Alaban a sus genios locos, se inspiran en sus frases que desbordan las redes sociales, los presumen como trofeos en vitrina; pero siempre de lejos, a una distancia conveniente, como a un animal peligroso. Es más cómodo admirar a Van Gogh en una pared, un libro o en el estampado de tu bolsa —pobre Vincent, jamás lo hubiera imaginado— que si fuera tu vecino, gritándote y sangrando desorejado sobre el tapete nuevo de tu puerta. De lejos cambia el ángulo y, en consecuencia, cambia también su percepción. El mito romántico contra la realidad visceral. La línea entre lo real y lo ideal. Al lunático genial se le confina o se le levantan estatuas.
“Un artista necesita una cierta cantidad de agitación y confusión”, opinó la cantante y pintora Joni Mitchell. Pero quizás esa peculiar perturbación de los genios creativos sea la compulsión por el perfeccionamiento de su materia que da la ilusión de locura al mundo exterior, pero que en realidad es el motor central en la vida interior del artista. Al igual que con ciertos trastornos mentales, hay un elemento de misterio aún indescifrable en el proceso creativo. Es el sabor de una mente efervescente. La genialidad y la locura no caminan de la mano, pero cuando se encuentran saben correr juntas. Lo único que realmente tienen en común es que viven en un mundo diferente al del resto.
La vida no es miel sobre hojuelas; raspa, es violenta. Así es el universo, un lugar indiferente a nuestros intereses humanos, donde llueven meteoros y explotan supernovas. La mayoría de la gente nos alejamos de esta idea, nos incomoda, intentamos ignorar sus filosas aristas, pero no podemos escapar de ellas; tarde o temprano alguna terminará por alcanzarnos. El acto de nacer es violento, el acto de morir es violento. Y, como habrás notado, el acto mismo de vivir vaya que lo es. Un artista debe aprender a nutrirse de sus pasiones y de sus angustias. Estas cosas deben perturbarlo, para bien o para mal; la tragedia sería que no las utilizara. Los sentimientos de angustia y miseria son más útiles para un artista que la complacencia, porque expanden su rango de sensibilidad. Cada sensación experimentada en ese amplio espectro tendrá su traducción equivalente en una palabra, un color, una imagen, una idea. En los casos más beneficiosos, la percepción de un mundo adverso se mezclará con la turbulencia creativa interior y dejará huella en la belleza de una obra de arte o de un avance científico. Pero en cualquier caso, para ser justos, nosotros somos los más afortunados, a diferencia de ellos. Cuando entendamos que todos padecemos cierto grado de locura, muchos misterios se aclararán y la vida se explicará sola.