En la película Creed (2015), el director y guionista Ryan Coogler pone en boca de un vapuleado pero sabio Rocky Balboa (Sylvester Stallone) las siguientes palabras cuando enfrenta a Adonis Creed contra su propio reflejo en el espejo: “¿Ves a este tipo de aquí? Ese es el oponente más terrible que tendrás que enfrentar […] Eso es cierto en el boxeo y, según yo, también es cierto en la vida”.
Aunque el boxeo o las películas de Stallone no sean lo tuyo, reflexionemos en torno a esa frase: el o la oponente más terrible que tienes que enfrentar en la vida a menudo eres tú mismo o misma. Quizá por eso no sea de extrañar que, cuando nos sentimos rebasados, frustrados o tristes, tengamos diálogos internos en los que nos criticamos, juzgamos y reprochamos sin misericordia y con una dureza que difícilmente emplearíamos con un conocido o familiar.
Desde luego, no me refiero a las pequeñas reprimendas que uno se hace cuando, por ejemplo, olvida las llaves dentro de la casa o del auto, sino a los juicios absolutos y descalificatorios del tipo “Ya estoy viejo y acabado”, “No soy tan buena”, “No sirvo para esto”,“A nadie le interesa lo que digo” o “No hago nada bien”, con los que nos fustigamos a lo largo de la vida, a veces sin reparar en ello.
Con frecuencia, estas críticas tienen raíces en la educación y la formación familiar, pues se cree que un clima estricto y de exigencia motiva a los niños a ser mejores y que esto resultará en adultos exitosos. Pero en años recientes se ha descubierto que la empatía y la compasión con nosotros mismos nos permite, como a Rocky, reponernos mejor del fracaso y de los golpes de la vida.
Hay que distinguir entre la lástima —que se expresa en innumerables quejas y lamentos por las propias tragedias— y la compasión por uno mismo. No se trata de decirte “Pobrecita de mí, cómo sufro” y así justificar un destino lamentable, sino ser comprensiva y empática contigo para afrontar mejor un revés, y todo empieza por ser consciente de la manera en que te hablas a ti misma.
Un artículo de Harvard Business Review, da cuatro consejos para un diálogo interno que fomente la compasión y la gentileza con nosotros mismos:
- Usa un tono y un vocabulario amables y sin juicios,
- reconoce al dolor como una experiencia humana inevitable,
- no niegues o exageres tus emociones negativas, y
- confía en que puedes tomar la mejor decisión a cada momento.
Dicho artículo también recomienda algunas técnicas para cuando te descubres “machacándote” con el arrepentimiento, comparándote con alguien —casi siempre, más rico, más hermosa, más famoso o más joven que tú, y sintiéndote menos que él o ella— o señalando sin piedad tus imperfecciones.
Entre los consejos para evitar maltratarte con tu diálogo interno está reconocer tus patrones de autosabotaje y darles la vuelta, tomar frases de otros que te hacen sentir mejor y usarlas contigo mismo, detectar cuándo necesitas ser más compasivo contigo —por ejemplo, cuando aprendes algo nuevo y no consigues hacerlo bien a la primera— o, de plano, solicitar ayuda profesional.
Por último, hay que evitar los mitos y creencias difundidas sobre la empatía hacia sí mismo: no tienes que hablarte de modo cursi o como si fueras una niña, o inundarte de frases de aliento, alabanzas o de un positivismo hueco, pensando que repetir estas “afirmaciones” positivas lo resolverá todo. A veces habrá que realizar esfuerzos, adquirir conocimientos o hacer cambios radicales, y la empatía será como un lubricante que facilitará el arduo proceso.
Volviendo a la escena del espejo, Rocky Balboa nos dice: cada vez que le tiras un golpe, la persona en el espejo te lo devuelve. Algo similar nos sucede en la vida, pues a cada crítica que nos hacemos una parte de nosotros se retrae y se defiende. Por eso, como en el box, lo mejor para que tu “peor enemigo” del espejo no te lastime es atajar sus golpes, hacerte a un lado y contraatacar, pero con dosis de empatía y compasión por tu propia condición humana.