
La inteligencia artificial (IA) es una de las tecnologías que más revuelo han causado en años recientes, debido a su capacidad para realizar en segundos tareas que antes requerían de horas de trabajo e inteligencia humana. Desde la creación de imágenes y textos hasta la conducción autónoma de vehículos, la IA genera tanta fascinación como preocupación y está transformando la forma en que vivimos y trabajamos. Y en el caso de las industrias creativas, hay discusiones acaloradas sobre su uso pues, además de ver amenazados sus empleos, los creadores han entrado en debates éticos en torno a la utilización de sus trabajos para alimentar a las IAs, en una clara violación de sus derechos de autor.
Un ejemplo es lo que pasó en Hollywood en 2023, cuando guionistas y actores levantaron la voz en contra de que las IA replicaran sus trabajos, incluyendo la creación de “clones digitales” que los sustituyeran, lo cual amenazaba sus ingresos y la originalidad de sus contribuciones artísticas. Esta inquietud derivó en huelgas y negociaciones contractuales a partir de la interrogante: ¿quién posee los derechos de un guion o de una actuación digital realizados con una IA?
Algo similar sucede en el ámbito de la música, pues actualmente una inteligencia artificial es capaz de generar melodías, letras e, incluso, de imitar la voz de los cantantes, lo que ofrece nuevas herramientas para compositores y productores. Un ejemplo destacado es el audio viral “Mi primera chamba”, basado en la canción “Si la calle llama” de Eladio Carrión y Myke Towers: con herramientas de IA, un usuario de TikTok parodió digitalmente la voz del cantante para recrear un supuesto “primer día de trabajo”. Este trabajo, aunque entretenido, no reconoce la autoría, el proceso creativo ni los derechos de autor de Carrión.
Así, si bien la IA permite explorar nuevos territorios creativos y acelerar el proceso de composición, también plantea disputas sobre la autoría, el valor del trabajo y la propiedad intelectual de los compositores: cuando una IA con acceso a vastos datos musicales produce una nueva pieza, ¿quién es el verdadero creador o a quién debe adjudicarse el mérito: al programador, al usuario de la IA o a la empresa que la creó? Hasta hoy, las leyes de propiedad intelectual están diseñadas para proteger las obras creadas por autores humanos, pero el estatus legal de una pieza generada por una máquina es aún un tema pendiente.

Hablemos de otro ejemplo reciente: en marzo de 2025, el dúo de trap[1] experimental Ca7riel y Paco Amoroso publicó en YouTube el cortometraje “Papota”, una aguda crítica hacia la industria musical actual a través del humor absurdo que caracteriza a estos artistas. Esta producción desafía las narrativas lineales, ya que el espectador parece presenciar un universo onírico en el que elementos surrealistas se entrelazan con la cotidianidad, creando un contraste provocador que invita a la reflexión sobre los límites de la realidad.
En dicho corto aparece Gymbaland —un guiño al productor de hip-hop Timbaland—, quien ofrece a los artistas la oportunidad de lograr el éxito en los Estados Unidos y ganar un “Latin Chaddy” —¿te suena a Latin Grammy?—, con tres condiciones: que se ajusten a la fórmula establecida por una inteligencia artificial llamada “Chad GPT” —una alusión directa al chatbot más popular del momento—, que cambien su imagen consumiendo papota y que dejen de lado sus procesos creativos para que la IA tome el control de su vida artística. Así, el siniestro personaje se convierte en una parodia del productor musical que promete éxito a los artistas a costa de sacrificar su autenticidad y “Chad GPT” simboliza la dependencia de la tecnología y del marketing que buscan la viralización digital a cualquier costo.

A medida que las IA se vuelven más sofisticadas, los dilemas éticos derivados de su uso se acrecientan: ahora, los músicos profesionales tienen mayor competencia y enfrentan una contracción del mercado laboral a medida que las empresas y los consumidores eligen la música generada por IA, que es mucho más barata; además, es inaceptable que una IA genere música basada en obras de un determinado artista sin su consentimiento. Cuando una computadora aprende de un corpus musical y genera nuevas composiciones basadas en ese aprendizaje, la línea entre inspiración y copia se torna borrosa; a la larga, la proliferación de estas “falsificaciones” musicales creadas con IA podrían erosionar la motivación creativa hasta un punto preocupante.
En conclusión, el debate ético de la música generada con IA exige un diálogo continuo, profundo y reflexivo entre artistas, legisladores, sellos discográficos, desarrolladores tecnológicos y la sociedad en general. Se trata de encontrar un punto de equilibrio entre el fomento de la innovación, la protección de la propiedad intelectual del artista y la irreversible adopción tecnológica. En un futuro, contar con marcos éticos claros y adaptables garantizará que estas nuevas aplicaciones digitales se utilicen de manera responsable y beneficiosa para la mayoría.

[1] El trap es un subgénero musical del hip-hop originado en Atlanta, Estados Unidos, durante la década de 1990. Se caracteriza por un sonido electrónico, el uso de autotune y de sintetizadores, y letras que abordan temas de la calle, drogas y violencia,