Kintsugi – 金継ぎ: el arte de embellecer tus cicatrices

Kintsugi – 金継ぎ: el arte de embellecer tus cicatrices
Nancy Gutiérrez Olivares

Nancy Gutiérrez Olivares

En Japón, entre los grandes artesanos de la cerámica, se desarrolló una técnica que guarda para la posteridad el instante en que una pieza se rompe. El kintsugi es el arte de reparar la cerámica con polvo de oro, pero como metáfora de la vida, puede ayudarnos a ver en qué forma es posible embellecernos con nuestros propios resquebrajamientos, pues como dijera Muhammad Rumi: “La herida es el lugar por donde entra la luz”. Acompáñanos a leer sobre este fascinante arte nipón y a aprender un poco sobre la profunda filosofía que esconde.

El kintsugi es una práctica estética que data del Japón del siglo XVI, la cual consiste en resaltar el valor de los objetos —especialmente de aquellos hechos de cerámica— acentuando las transformaciones que han sufrido a lo largo de su historia, haciéndose de este modo incluso más valiosos que aquellos que han quedado intactos.

Así, en su calidad de víctimas de rupturas y desuniones, tazones y recipientes son reparados a través de esta técnica que se basa en la utilización de una resina natural, llamada urushi, combinada con polvo de oro para volver a conectar las piezas que fueron separadas al momento del quiebre. Lejos de tratar de ocultar los accidentes que han sufrido, el kintsugi se centra en destacarlos, viendo en la imperfección la belleza y celebrando la hermosura de la fragilidad.

Así, en su calidad de víctimas de rupturas y desuniones, tazones y recipientes son reparados...

La más antigua evidencia del uso de esta técnica, según algunos historiadores y diseñadores como Guy Keulemans —quien escribió el interesantísimo artículo “The Geo-Cultural Conditions of Kintsugi”—, proviene de la época de transición entre la era Azuchi-Momoyama y el periodo Edo, a finales del siglo XVI y principios del XVII. El uso del urushi como pegamento para reparar objetos es rastreable hasta el siglo II; sin embargo, su utilización en conjunto con materiales preciosos fue casi con certeza un invento del Japón medieval, que se popularizó en definitiva durante la época moderna. Actualmente, el kintsugi es considerado un arte con grandes representantes, como Muneaki Shimode, Kunio Nakamura y Takahiko Sato, entre otros. Las piezas reparadas con esta técnica se han expuesto en importantes galerías de arte en Francia, Inglaterra y, desde luego, en Japón.

Más que una técnica artística, aunque quizá precisamente por lo que tiene de arte, la profunda visión del kintsugi puede trasladarse a la vida misma. Si atendemos el valor conceptual de la palabra kintsugi, obtenemos la sucesión de ideas kin (金) ‘oro’ y tsugi (継 ぎ) ‘conexión’ o ‘continuidad’ o ‘sucesión’. Desde aquí se advierte una rica posibilidad de interpretaciones simbólicas y metafóricas sobre la trascendencia y la belleza asociadas, en este caso, al metal áureo. Podemos incluso atisbar un empalme, quizá paradójico, entre el quiebre, las cicatrices y sus valores estéticos.

El corazón o el alma de una persona puede dañarse y quedar “hecha pedazos”, del mismo modo que una preciosa porcelana antigua. Y al igual que sucede con la resina y la cerámica, hay elementos que pueden ayudar a unir las piezas de un ser humano destrozado. Es así como nacen las cicatrices de batalla.

La capacidad que tiene el ser humano de sobreponerse ante una situación compleja se conoce como resiliencia, y ésta consiste en adaptarnos a situaciones adversas para ser capaces de enfrentar con valentía y fortaleza la realidad cuando se vuelve complicada. El kintsugi nos invita no sólo a transformar la tragedia en aprendizaje, sino a embellecerla. Eso parece aún más complicado.

El kintsugi nos invita no sólo a transformar la tragedia en aprendizaje, sino a embellecerla.

Reunir todas las piezas de un alma rota por el desamor, la muerte de un ser querido, el abandono, la frustración o por cualquier otra desventura, es la primera dificultad que debemos afrontar y superar. Una vez que el alma ha recuperado su fuerza esencial, es momento de mirar el momento del quiebre desde otra perspectiva y buscar en él la belleza del aprendizaje y de aquello que conservaremos después de esa batalladada y perdida —o quizá ganada. Hará falta, entonces, mirar con tal valía ese pasaje en nuestras vidas para considerarlo tan valioso y bello como la resina y el oro con los que se une una vasija rota.

El célebre poeta musulmán Muhammad Rumi decía que “La herida es el lugar por donde entra la luz”, pero cuando se tiene una herida profunda, es posible que el deslumbramiento nos ciegue. Y si bien la metáfora hace que la ceguera suene bella, la verdad es que sobreponerse a un episodio doloroso requiere de mucho tiempo y esfuerzo. Por ello, como cualquier otra técnica, aplicar la filosofía del kintsugi a nuestra vida supone trabajo cotidiano con nosotros mismos. Algunos postulados que pueden ayudarnos a convertir esta técnica artesanal en una filosofía de vida son los siguientes:

Sentir (感じるkanjiru’)

Detente por un momento e identifica las emociones y sentimientos que las cosas más cotidianas te generan: levantarte por la mañana, la ducha tibia en la regadera, tus dinámicas de trabajo, tus relaciones interpersonales. ¿Qué sientes? Al terminar este proceso de introspección, nombra a tus sentimientos y emociones, evitando a toda costa encasillar tus hallazgos como “buenos” o “malos”.

No resistir (抵抗しないteiko shinai’)

Poner resistencia a una emoción es tan absurdo como querer detener las olas del mar. Las emociones viven en nosotros y a diario experimentamos varias de ellas. Eso que llamamos “días buenos” o “días malos” no es más que el resultado de la combinación de emociones que nos atraviesan durante el día. De la misma forma que los instantes de gozo, las heridas pueden generarse de manera intempestiva, así que vive tus emociones y aprende a recibirlas. Como sucede con las mareas, llegará el momento de quietud.

Recordar (思い出すomoidasu’)

“¿Cuál ha sido el peor día de tu vida?” He hecho esta pregunta a una decena de personas y, sorpresivamente, pocas respondieron de manera inmediata. Algunos, más afortunados, confesaron no haber tenido un día tan malo como para considerarlo el peor de sus vidas. Sin embargo, incluso ellos —quienes no han tenido algún episodio tan catastrófico— han sido en algún momento una vasija quebrada, o al menos despostillada, y han necesitado reparase. Entonces, la “pulsión de reparación” es humana.

Así que recuerda cuando te sentiste como una pieza de cerámica rota y también cómo reparaste tu alma, recuerda cómo la ungiste con el oro y la resina que mejor pudiste fabricar. Si estás aquí ahora, leyendo estas líneas, no dejes de advertir que hoy, con todo y tus cicatrices, con todos tus quiebres y tus enmendaduras, eres un ser mucho más bello del que fuiste aquella vez.

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