La “adicción a la dopamina” y otros mitos que nos dicen para vender

La "adicción a la dopamina" y otros mitos que nos dicen para vender
Igor Übelgott

Igor Übelgott

Cada día que pasa, con mayor convicción pienso que es momento de cerrar mis redes sociales o, al menos, de limitar sustancialmente mi acceso a ellas. Una de las razones es la involuntaria exposición a la ingente cantidad de publicidad de productos y servicios que no me interesan, parecen fraudulentos, son inútiles, carecen de calidad o, de plano, usan la mentira, la estupidez o el miedo para intentar vender algo. Y recientemente, muchos de estos anuncios tienen que ver con el tema que deseo abordar hoy: la dopamina, su relación con el placer, la adicción y la depresión, y la desinformación que existe en torno a ello.

Seguramente te has dado cuenta de que existen en el mercado apps, cursos, sitios web y otros productos tecnológicos que prometen corregir tus bajos niveles de dopamina —causantes, entre otras cosas, de tu falta de atención, desmotivación, desorden, impuntualidad y poca productividad—, o bien, eliminar la “adicción a la dopamina”, que te lleva a conductas de riesgo como el abuso de drogas, las apuestas, el exceso de velocidad al conducir y el sexo inseguro o compulsivo. Así, mediante una simple compra, estos nuevos “productos milagro” hacen de ti una mejor persona, más feliz y exitosa. O eso dicen…

¿Bajos niveles de dopamina?

La verdad es otra. Pero antes de exponerla es preciso explicar qué diantres es la dopamina: se trata de una hormona que se produce en el cerebro y funciona como neurotransmisor; en otras palabras, la dopamina permite que un impulso eléctrico generado en una fibra nerviosa se transmita a otra fibra nerviosa, a una fibra muscular o a alguna otra estructura. Entre sus numerosas funciones, está involucrada en el movimiento, la lactancia, el aprendizaje, la memoria y la regulación de estados de ánimo y de la motivación en general.

A menudo la dopamina es llamada “la molécula del placer”, pero esto es una concepción muy limitada, por no decir errónea, ya que su liberación no se produce con el acto placentero, sino cuando uno lo anticipa o siente la compulsión de llevarlo a cabo: al llegar a tu mesa la deliciosa crème brullée que te fascina y a la que estás a punto de hincarle el diente; o, si eres fumador, en el momento que experimentas la imperiosa necesidad de encender el primer cigarrillo de la mañana y “darle el golpe” para que la nicotina entre a tu torrente sanguíneo.

Otro mito a rebatir es la responsabilidad de la dopamina en los procesos adictivos. Un artículo del periódico The Guardian explica que las drogas adictivas alteran el sistema de motivación/recompensa, pero que esto no es lo mismo que el efecto placentero: muchos adictos reportan que obtienen poca alegría con un solo “golpe”, mas aun así sienten la compulsión de continuar. Así generan tolerancia, ya que el abuso constante a la larga sobreestimula el centro cerebral de recompensa, que no puede manejar los altos niveles de dopamina liberados y, en consecuencia, disminuye su producción y reduce la cantidad de sus receptores. Entonces, el adicto necesita una dosis cada vez mayor para sentir el mismo efecto, pero esto de ningún modo se equipara a ser “adicto a la dopamina”.

¿Dopamina en procesos adictivos? Otro mito a rebatir

Otros mitos muy populares son la posibilidad de “hackear” a la dopamina o que un “detox” de esta hormona es benéfico para tu salud o la clave para deshacerse de conductas perniciosas y adoptar hábitos saludables, como sostiene la publicidad de muchas apps. Ninguna de estas afirmaciones está respaldada con estudios o datos científicos; de hecho, el creador del “ayuno de dopamina”, el psiquiatra Cameron Sepah, ha aclarado que éste más bien se refiere a estrategias cognitivo-conductuales para atajar conductas impulsivas o dañinas, y no a una privación del neurotransmisor en cuestión.

Lo más peligroso de este asunto es que síntomas como la procrastinación o las ganas de quedarse todo el día en cama podrían obedecer a una depresión mayor que estaría siendo desatendida o enmascarada por la falsa noción de los supuestos “bajos niveles de dopamina”. Así, el consejo médico es no morder el anzuelo publicitario de la curación sencilla y “al alcance de un clic”.

En resumen: si estás profundamente desmotivado, sientes que no vas ni llegas a ningún lado, tu casa u oficina son un desorden permanente, eres improductivo o impulsivo, comes a deshoras, haces compras compulsivamente, pones en riesgo tu vida o ya no disfrutas de las cosas que gozabas antes, no culpes a tus “bajos niveles de dopamina” ni creas que el asunto se va a solucionar instalando una app y haciendo los ejercicios que te dice tu smartphone.

En lugar de eso, duerme bien, toma el sol, haz veinte minutos de ejercicio al día, procúrate una vida social rica y revisa qué carencias o aspectos no resueltos podrían estar originando las conductas negativas descritas arriba. Y si persisten las molestias o crees que estás perdiendo el control de tu vida —o del consumo de una sustancia—, consulta a tu médico.

Dos reflexiones finales: la primera es que, a título muy personal y sin ánimo de ofender, percibo en esta suerte de satanización del placer un resabio de culpa, algo tal vez heredado por nuestra tradición judeocristiana, católica, protestante: las ideas de que “el placer es malo”, pues conduce al pecado —y de pilón es adictivo, ¡caray!— y, por tanto, hay que controlarlo o sublimarlo en forma de obras, de trabajo o de servicio, lo cual no está mal, pero de ahí parte mi segunda reflexión: este afán entre emprendedor, empresarial y del márketing de hallar siempre un fin utilitario o económico a los propósitos que decidimos darle a nuestro tiempo.

Por mi parte, creo que seguiré siendo “adicto” al placer de abrazar a una pareja amada, de dar un beso en la frente a mis hijas, de acompañar un jugoso corte de carne con una copa de vino o de dar la cara al sol de mediodía mientras estoy en la cima de mi montaña sagrada favorita. Y espero que el estrés, el trabajo o la vida cotidiana nunca me distraigan de todo ello.

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