
En el intrincado mundo de hoy, pareciera que cada vez hay menos tiempo y espacio para cuidar del bienestar físico y mental. Pero gracias a gente muy práctica que ha creado algunas reglas muy básicas, basadas siempre en números redondos, la cosa se simplifica: así, para estar sano basta con dormir ocho horas diarias, beber ocho vasos de agua y caminar veinte minutos al día, del mismo modo que para adoptar un nuevo hábito sólo hay que reforzarlo durante 28 días; pero, ¿realmente es tan matemáticamente simple establecer la rutina de levantarte a las seis de la mañana, dejar de fumar, volverte runner o descartar para siempre los azúcares de tu dieta?
“¿Qué, no eran veintiuno? ¿O treinta?”, podrás preguntarte —y con razón—, pues en la literatura motivacional y pseudocientífica que abunda en la red y los libros de autosuperación, el periodo necesario para adquirir un nuevo hábito varía según el autor o la fuente. Pero sólo una cosa es cierta: la gran mayoría de los hábitos saludables toman más de 28 días para arraigarse y convertirse en una costumbre que no cuesta demasiado esfuerzo seguir.

Según un artículo de la revista Scientific American, el origen del “mito de los 21 días” data de la década de 1950, cuando el cirujano plástico Maxwell Maltz notó que sus pacientes se acostumbraban a su nuevo aspecto luego de tres semanas y que los desafortunados que habían sufrido la amputación de una pierna sentían “una extremidad fantasma” durante el mismo periodo. Así, sin mayores estudios, incluyó estas conclusiones en su libro Psico-cibernética (1960), que en su tiempo fue un éxito de ventas e inspiró a otros titanes de la autoayuda como Zig Ziglar —autor de Nos vemos en la cumbre— y Tony Robbins —que popularizo la programación neurolingüística o PNL—, quienes se encargaron de propagar la creencia en sus respectivos bestsellers.
Pero la ciencia opina otra cosa. Y espero que la cruel verdad no rompa tus ilusiones, pues un estudio de la Universidad del Sur de Australia (UniSA) descubrió que un nuevo hábito comienza a formarse más o menos en dos meses —mediana de 59 a 66 días—, pero puede tardar hasta 335 días en establecerse. Eso explica por qué la mayoría de los propósitos de Año Nuevo se diluyen a finales de enero, cuando la fórmula fácil de los 21 o de los 28 días ha demostrado su claro fracaso.

Hablando del saludable —aunque, a veces, obsesivo y narcisista— hábito de ir al gimnasio, investigadores de la Universidad de Victoria, en Canadá, hallaron que “los nuevos” deben acudir al gym al menos cuatro veces a la semana durante seis semanas consecutivas para establecer el hábito del ejercicio; el estudio añade que ejercicios simples y divertidos, pero consistentes, son más favorables para la formación de hábitos.
O sea que, como siempre le digo a la gente que quiere empezar a correr, no se trata de forzarte o de imponerte el ejercicio, sino de encontrar uno que te guste y te motive a practicarlo con constancia. En mi caso, he aprendido a disfrutar tanto el espacio personal de la naturaleza, la música y el movimiento que me da el trote mañanero, que desde el día anterior ya anhelo la sensación de estar bañado en sudor, estirando los músculos y las articulaciones: eso es un hábito ya adquirido. Por eso, aunque por una lesión, enfermedad o simple flojera falle una o dos semanas, en algún momento “el cuerpo me lo pide” y regreso a la práctica.
En el mismo artículo de Scientific American, la psicóloga Philippa Lally de la Universidad de Surrey sugiere “darse un premio” para reforzar un hábito, pero no después de haber cumplido la tarea sino durante ella, lo cual fortalecerá la asociación de la actividad con el placer; como ya había dicho en otro artículo, yo que soy melómano disfruto mucho trotar escuchando un LP completo o una playlist de alguna de mis bandas de rock favoritas. Entonces, tal vez no es que “no tengas fuerza de voluntad” sino que no has aprendido a motivarte.
Una última idea la aporta Oliver Burkeman en su columna para el diario The Guardian, y es que solemos plantear mal el cambio de hábitos: nos proponemos dejar de comer helado, por ejemplo, pero es evidente que deseamos seguir comiéndolo; así, lo que realmente queremos es dejar de desear. Entonces, hay que admitir que los hábitos son respuestas a nuestras necesidades: si comes helado para sentirte reconfortado y feliz, no necesitas cambiar tu dieta, sino hallar una forma más sana de brindarte confort y felicidad.
