La música imposible de John Cage

La música imposible de John Cage
Mad hi-Hatter

Mad hi-Hatter

Café sonoro

Todo lo que hacemos es música.
John Cage

Imagina que entras a una sala de conciertos. Al fondo, en contraste con la penumbra del área de pasillos y asientos, bajo un deslumbrante spotlight, se encuentra un impecable y lustroso piano de cola Steinway & Sons. El pianista, elegantemente enfundado en un frac, entra al escenario. Se escuchan algunos aplausos. El virtuoso agradece con una reverencia y toma asiento frente al piano.

La tapa que cubre las teclas está abierta. Una voz anuncia la obra que estamos a punto de escuchar —si así se le puede llamar—: 4’33”, de John Cage. El pianista carraspea un poco, se sienta en el mullido cojín de piel y abre el cuadernillo que contiene la partitura; poco después, el sexagenario músico se pone unos lentes de aumento. Junto a la partitura hay un cronómetro, que el pianista toma con la mano derecha, e inicia la interpretación bajando la tapa del teclado y accionando, con un notorio ademán, el cronómetro. Pasa un minuto. Pasan dos minutos. Pasan tres, cuatro minutos, y a la mitad del quinto minuto, cuando el cronómetro marca treinta y tres segundos, el pianista detiene su marcha. Vuelve a subir la tapa del teclado y se levanta. Esta vez no se escucha ningún aplauso. Acabamos de escuchar —repito, si así se le puede llamar— 4’33”, de John Cage: cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio…

“Bueno, ahora sí, ¿qué diantres fumó el mentado Mad hi-Hatter antes de escribir el artículo de este mes?”, podrías preguntarte, y no te faltaría razón. Pero la culpa no es de este humilde sombrerero, sino del artista conceptual, filósofo, teórico musical y pintor estadounidense John Cage (1912-1992), quien es el autor de la obra que te acabo de describir y que, quizás, a estas alturas de la lectura creas que es otra tomada de pelo más, de esas que los snobs llaman “arte contemporáneo” y que los espíritus más agrestes califican de “puras payasadas”. Y es que, ¿a quién se le ocurre que la música puede estar hecha de silencio?

El espacio de esta columna es muy breve para explicar a profundidad qué quiso decirnos Cage con sus cuatro minutos y treinta tres segundos de silencio. O cuál fue su intención cuando fue a un observatorio astronómico e hizo tomar algunas fotografías a la estrellada bóveda celeste para después graficar matemáticamente esas imágenes y otorgar a cada uno de los puntos luminosos un valor dentro de la escala de notas musicales conocidas, resultando todo en una composición que, si bien no responde al “orden mozartiano” al que están habituados nuestros oídos occidentales posmodernos, sí construye un ordenamiento sonoro apreciable, aunque casi nunca comprensible —y mucho menos disfrutable dentro de los cánones tradicionales. O bien, cuál era la pretensión de una obra como “Organ2 / ASLAP (As Slow As Possible)”, que está diseñada para que su interpretación dure seiscientos treinta y nueve años —sí, leíste bien: más de seis siglos— y que empezó a tocarse en un órgano en la iglesia de St. Burchardi, en Halberstadt, Alemania, con la intención de que termine en el año 2640, si es que aún existe el órgano, y un planeta, que lo soporten.

“Más ridículas payasadas”, quizá insista tu cerebro. Pero, ante eso, es muy probable que el propio Cage sonreiría divertido y quizás te diría que los cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio en realidad no son tales, porque aunque el pianista no produzca ni una nota con su instrumento, en el lugar habría otros sonidos causados por la naturaleza o por las personas, otra música que sólo ese silencio prolongado te permitiría apreciar. Tal vez te diría también que el “orden mozartiano” es sólo una de las infinitas maneras en que se pueden arreglar los sonidos para crear una obra con una intención artística, y que si es verdad que los cielos obedecen a un orden superior, éste puede ser aprehendido y convertido en música. Acaso argumentaría que a ningún artista se le puede culpar por anhelar que su obra trascienda los límites de su vida biológica y se extienda por varios siglos. Y quizá remataría diciendo que tratar de entender la música es como querer escuchar el sabor de la comida o intentar describirle el color del cielo a una persona que nació ciega: así las cosas con Cage y su música imposible.

Hasta el próximo Café sonoro

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