Escribir una novela es un trabajo solitario que requiere de sacrificio y mucha introspección. Los autores exploramos nuestro mundo interior, revisitamos nuestras experiencias, traumas, alegrías y aprendizajes para simbolizarlos a través de una historia ficticia. Tomamos una verdad y la convertimos en una larga mentira, con la paciencia de un escultor que poco a poco va revelando la figura que desea representar. Tras un proceso de meses o, incluso, años, sentimos una gran satisfacción al ver cómo un fragmento de lo que somos, de nuestra humanidad, ha quedado plasmado en las páginas que conforman nuestro libro. Justamente en esto último radica el secreto para conectar con los lectores. Sin embargo, hoy existen programas de inteligencia artificial capaces de escribir novelas enteras en tiempo récord o de asistir a los humanos para que terminen sus historias más rápidamente. En un futuro, ¿los escritores seremos reemplazados por la inteligencia artificial o será común trabajar colaborativamente con ella?
Jennifer Lepp es una autora de “misterio paranormal acogedor” —desconozco lo que eso signifique— famosa por escribir novelas en cuarenta y nueve días con ayuda de una inteligencia artificial llamada Sudowrite. Cuenta que, al encontrarse trabajando en la última entrega de su serie, Bring Your Beach Owl, se enteró de la existencia de la mencionada aplicación y, dada la premura de su fecha de entrega, decidió darle una oportunidad. Escribió el último veinte por ciento de su historia con la asistencia de Sudowrite en miserables tres días. Desde entonces, gracias a este “programa milagroso”, termina una nueva novela cada nueve semanas. Según ella: “Son sólo palabras. La historia es mía, lo mismo que los personajes y el mundo creado. ¿Y qué pasa si la escribió un robot?”
Pasa, mi querida Jennifer Lepp, que en toda la extensión de la palabra, tú no escribiste esos libros. El proceso es comparable al de los pseudoartistas que contratan a terceros para que realicen el trabajo que ellos no son capaces de hacer. A quién pertenece la obra, ¿al que tuvo la idea o al que la ejecutó? Una cosa es que un artista requiera de asistencia para terminar un trabajo monumental como La Capilla Sixtina, y otra muy diferente que alguien diga: “Se me ocurre plasmar en esta bóveda tan bonita a los antepasados de Cristo, nueve escenas del Génesis y una representación del Juicio Final, pero como no sé pintar, le voy a decir a Miguel Ángel que lo haga por mí. Eso sí, yo me voy a quedar con el crédito porque fui quien tuvo la idea”. En mi opinión, el artista debe involucrarse en todas las etapas del proceso creativo y, regresando al tema de la escritura de una novela, pienso que, si el objetivo es crear arte, no hay lugar para los asistentes de inteligencia artificial.
La literatura no se trata de “sólo palabras”, como dice Jennifer Lepp, sino de desenredar una madeja interna a partir de ellas, de contactar con la voz del inconsciente para descubrir ideas y frases que nunca hubieran podido ocurrírsele a una inteligencia artificial por el simple hecho de que no es humana. Al menos hasta ahora, la IA no conoce los miedos, las contradicciones, los sentimientos ni la angustia existencial que sólo podemos experimentar quienes pertenecemos a la especie Homo sapiens. Una historia escrita por algo que ignora la desesperación de vivir atrapado en un cuerpo finito no puede aspirar a la profundidad ni a la honestidad que sólo un escritor humano puede alcanzar. Cada frase en una novela requiere de trabajo minucioso, pues convertir el mundo interior en palabras no es una ciencia exacta que pueda reducirse a algoritmos. Quizá la inteligencia artificial sea capaz de emular nuestro estilo narrativo, pero no de expresar lo que la vida significa para nosotros ni las sutilezas que definen nuestra personalidad. Narra historias, pero carece de vivencias, la materia prima del trabajo artístico.
No escribo este texto desde el miedo a ser reemplazada por la inteligencia artificial, sino desde el anhelo por que el arte no se diluya debido a la necesidad de producir todo en una línea de ensamble, donde no importa quién hizo qué ni cómo, siempre y cuando el producto final pueda transformarse en dinero. Entiendo que algunos autores se sirvan de la inteligencia artificial para buscar inspiración o para solucionar un dilema narrativo, pero al menos por ahora, me rehúso a utilizar dichas aplicaciones y a leer historias escritas por un amasijo de circuitería. Para mí, una novela debe tener corazón, aquello de lo que carece hasta la más sofisticada inteligencia artificial.