‘m just your average ordinary everyday superhero,
Nothing more than that, that’s all I really am.
Smash Mouth, “Everyday superhero”
¿Qué es lo primero que pensamos cuando escuchamos o leemos la palabra superhéroe? Claro: lo primero que viene a la cabeza son batallas espectaculares en Nueva York, tipos en mallas salvando a periodistas entrometidas, vigilantes enmascarados golpeando rufianes en ciudades ficticias asoladas por el delito… y por supuesto, viñetas, globos, dibujos. En una palabra, cómics.
Es muy común que quienes desconocen la riqueza, la diversidad y los argumentos de las historietas, también llamadas “noveno arte”, las consideren literatura barata o, incluso, productos que alejan a los niños y jóvenes de la literatura. Nada más lejano de la realidad; algo como si en nuestro mundo un humano pudiese volar.
Es frecuente leer adaptaciones de literatura a los cómics: la colección Classics Illustrated, que durante años adaptó textos de Dickens, Shakespeare, Dumas, Goethe o Cervantes es un buen ejemplo. Además, los guionistas de historietas que han incursionado en las novelas se cuentan por decenas: Neil Gaiman, el magnífico creador de Sandman, es un prolífico autor de ficción; Alan Moore, quizá el mejor guionista del medio, ha publicado La voz del fuego y Jerusalén, dos novelas con una complejidad literaria y lingüística que muchos seudoescritores soñarían con imitar; incluso Stan Lee —quien dejó este plano de realidad el pasado 2018— quería desarrollarse como novelista, sin embargo descubrió que lo suyo eran los personajes en mallas.
Pero la fusión de literatura con cómics, especialmente de superhéroes, va más allá. Existe un subgénero de la ciencia ficción que en los últimos años ha cobrado mucha popularidad, aunque en esencia existe desde hace siglos. Se trata de la superhero fiction o “ficción de superhéroes”.
Héroes cotidianos
El concepto de superhéroe, tal como lo conocemos, se definió en los cómics y, posteriormente, en el cine y la televisión: fue en 1939, cuando Superman apareció por primera vez, que nacieron estos personajes. Pero la idea de gente con máscara que ayuda a los desprotegidos, al igual que los humanos con poderes que realizan hazañas increíbles, tiene mucho tiempo en el mundo de la literatura. Para mayores señas, están las mitologías de la antigüedad. Pero de modo específico, el primer protector enmascarado de los débiles es La Pimpinela Escarlata, creado y publicado en 1905 por la Baronesa de Orczy; el libro trata sobre Sir Percy Blakeney, un inglés en tiempos del Terror durante la Revolución Francesa, que rescata personas inocentes asumiendo una identidad secreta. Pocos sospechan de él, pues finge ser un millonario despreocupado.
En 1912, Edgar Rice Burroughs nos daría dos de los primeros prototipos del superhéroe: John Carter de Marte y Tarzán de los Monos. Ambos serían justicieros, protectores de terceros y, desde luego, arquetipos a seguir. Siete años después, Johnston McCulley publicó La maldición de Capistrano, donde aparece Don Diego de la Vega, un rico hacendado en tiempos de la Nueva California que parece ser un hombre inepto y superficial; lo que nadie sabe es que, de noche, acude a la gruta de su mansión y asume la identidad secreta de El Zorro, ayudado por su leal criado mudo, Bernardo. Con su antifaz negro, el Zorro sube en su corcel Tornado y salva a los oprimidos del malvado Rafael Montero.
La estructura narrativa creada por McCulley sería el modelo a seguir para que Bill Finger y Bob Kane dieran vida a Batman, y ellos lo homenajean cuando los padres de Bruce Wayne van al cine a ver la adaptación cinematográfica de El Zorro, antes de ser asesinados.
Durante los años treinta, con el surgimiento de las revistas pulp, proliferarían personajes con superpoderes como Doc Savage, quien era literalmente invulnerable, o The Shadow, que tenía el poder de la “umbraquinésis”; es decir, de controlar las sombras con el pensamiento.
De la viñeta a la letra
No fue sino hasta finales del siglo XX e inicios del XXI cuando la ficción de superhéroes empezó a formar parte de la narrativa como tal. Así lo señala el editor Claude Lalumiere en su libro Super Stories of Heroes & Villains, una buena recopilación de cuentos con elementos del cómic y literarios. Un ejemplo es “El orfanato pentecostal para niños voladores”, de Will Clarke, acerca de un héroe volador que llega a un pueblo de Louisiana y deja embarazadas a varias mujeres que dan a luz a pequeños que desafían la gravedad; así, la prosa y la trama mezclan conceptos de DC y Marvel con realismo mágico —existe una versión de este cuento en español en el libro 25 minutos en el futuro, editado por Almadía.
Hoy en día, sobran ejemplos de novelas que hablan de superhéroes, y también de villanos, ¿por qué no? Incluso podríamos afirmar que en los Estados Unidos el mercado está saturado. Tristemente, abundan textos sin calidad literaria, pero hay algunos que destacan. Por ejemplo, el hijo de Stephen King, Joe Hill, tiene el cuento corto “La capa”, acerca de un niño que obtiene una capa mágica que le permite volar… pero usará el poder para el mal.
Por otro lado, está la novela After the Golden Age de Carrie Vaughn, que mezcla las obsesiones adultas con la cultura pop del cómic, teniendo por protagonista a una contadora, hija de una pareja de superhéroes, que debe seguir la pista a un villano dedicado a la evasión fiscal; este relato mezcla el mundo “godínez” con los golpes onomatopéyicos. Por su parte, Prepare to Die!, de Paul Tobin, conjunta dos mundos aparentemente antagónicos: los monólogos interiores, el espacio interior y la introspección de la buena literatura, y los golpes, poderes paranormales y las luchas contra villanos del cómic, al seguir los pasos de Steve Clarke, un superhumano que sabe que sus enemigos lo matarán y no puede hacer nada, salvo recordar su niñez y adolescencia. Es, como dice su autor, una aventura de héroes, sexo, y orígenes secretos.
La ficción de superhéroes en México
Aunque pareciera propio de los Estados Unidos y los países de habla inglesa, este subgénero literario ha llegado hasta nuestro país, y varios exponentes destacados de la ciencia ficción mexicana le han inyectado el estilo característico de nuestras tierras. Uno de los primeros ejemplos es Xanto, Novelucha libre, de José Luis Zárate; en este relato —publicado en 1994, década en la que comenzó en nuestro país el boom por los superhéroes debido a la muerte de Superman—, el famoso enmascarado de plata, a quien José Luis cambió el nombre por cuestión de derechos, enfrenta a unas deidades sacadas de los escritos de H. P. Lovecraft.
Otro ejemplo es Bajo la máscara de Bernardo Fernández, mejor conocido como BEF: esta novela corta adolescente es un homenaje a la ficción superheróica desde el título, pues alude al libro de memorias que se menciona en la novela gráfica Watchmen, de Alan Moore; la preparatoria a la que asisten los personajes —El Chico Electrostático y Capitán Tóxico— se llama Germán Butze, como el creador de Los Supersabios; y las primeras líneas son “Mientras tanto…”. Otra antología notable de cuentos de superhero fiction es Somos héroes, cuya selección corre a cargo de F. G. Hagenbeck, y se compone de relatos de escritores mexicanos destacados, divertidos y variopintos.
Pese a que cineastas como Alejandro González Iñárritu digan que las películas de estos personajes sobrehumanos son un “genocidio cultural”, no se puede negar lo que afirman escritores como Grant Morrison: que los superhéroes son la mitología de nuestro tiempo y saltan de los dibujos a las letras. En ellos vemos la luz solar del último habitante de Kriptón, pero también la depresión y oscuridad del protector de Ciudad Gótica. En resumen, los superhéroes son como dioses paganos que nos ayudan a comprender nuestra propia naturaleza.