
¿De dónde viene la necesidad de crear arte? Si bien el género humano se distingue por usar su creatividad para resolver problemas prácticos de modo efectivo y así prosperar, la creación artística no tiene la misma función, clara y utilitaria, que tiene una polea, una palanca o una rueda. Entonces, ¿qué necesidades humanas se resuelven a través de la creación artística?
Aunque el arte nos brinda placer y lo apreciamos, en torno a él existe un aura de misterio: ¿cómo hizo el artista para visualizar su obra? ¿De dónde le llegó la idea? ¿Cuántas horas de práctica necesitó para dominar la técnica? La inspiración, ¿es un don divino de las musas? Artistas como Madge Gill avivan estas preguntas y abren nuevas incógnitas sobre los orígenes del acto artístico.
Madge Gill nació en 1882 en el East End, un barrio pobre y descuidado de Londres, Inglaterra. Como fue hija ilegítima, pasó sus primeros años a puerta cerrada al cuidado de su madre y su tía, hasta que éstas decidieron encargarla en un orfanato. De ahí fue enviada a Canadá a trabajar en una granja.

A los diecinueve años, Gill volvió a la casa de su primera infancia, con su madre y su tía, quien la inició en el espiritismo y la astrología. Hoy en día, esto podría parecer una superstición cualquiera, pero en la Inglaterra victoriana el espiritismo era popular y respetado, y gente de todos los estratos sociales agendaba sesiones para contactar a sus seres queridos en el más allá o preguntar sobre su futuro.
Las enseñanzas de su tía dieron a Gill un trabajo en el que ganó cierta reputación, en una época en la que saber llevar una sesión espiritista y elaborar una carta astral era un oficio rentable. A los veinticinco años se casó y tuvo tres hijos; por desgracia, un embarazo resultó en una niña desfigurada y muerta, y poco después la influenza española le quitaría a su segundo hijo.
Durante la epidemia, la propia Gill enfermó gravemente y perdió un ojo. Antes de eso, su vida había sido difícil, pero ese fue un punto de quiebre que cambió todo: comenzó a dibujar compulsivamente. Conseguía grandes pliegos de cartón y papel para hacer dibujos a tinta china y se pasaba las noches en vela a la luz de una lámpara de aceite, a solas con sus creaciones.

Después de la guerra, 1946
Madge dibujaba mujeres de grandes ojos, paisajes arquitectónicos repletos de escaleras que no iban a ninguna parte, patrones de ajedrez, trazos circulares y vertiginosos, y otros motivos que luego repetía en bordados y tejidos. También confeccionó vestidos que decoraba con esos caprichosos patrones geométricos. Su necesidad de crear se desbordaba a todos los medios posibles.
Visto desde fuera, Gill era un caso inexplicable: sin ninguna formación artística, de un día al otro lograba crear complicadas y cautivadoras piezas que absorbían su tiempo y, lejos de agotarla, parecían darle un impulso para hacer más.¿De dónde venía ese talento? ¿Por qué se desató en ese momento y no antes?
Aunque hasta hoy nadie puede explicar el fenómeno de Madge Gill, ella nunca tuvo dudas sobre el origen de sus creaciones: aseguraba que no se debían a ella sino a un espíritu que la guiaba, llamado Myrinerest, cuyo nombre en inglés suena a “my inner rest” o “mi descanso interno”.

Multitud de caras, 1940
Algunos estudiosos interpretan esta afirmación como una alegoría para hablar de su propio espíritu creativo; sin embargo, Gill lo tomaba tan en serio que se negó a vender sus obras “para no molestar a Myrinerest”, al que consideraba una entidad independiente que se manifestaba a través de ella.
Pese a su desinterés por alcanzar la fama como artista, llegó a tener exposiciones que despertaban incógnitas en torno a su persona: parecía increíble que lograra composiciones tan cautivadoras sólo por instinto. Algunos de sus clientes creían que su arte era una prueba de sus poderes psíquicos, pero a ella jamás le interesó vender sus obras y consiguió mantenerse al margen del medio artístico.
Gill siguió ejerciendo como espiritista y creando obras que creía un puente entre el mundo de los espíritus y el nuestro hasta 1958, cuando tras la muerte de otro de sus hijos el flujo creativo fue aniquilado por la bebida. Murió tres años después, dejando atrás dibujos y bordados que la convirtieron en una curiosidad artística.
En 1972, Roger Cardinal acuñó el término Outsider’s Art —traducido como “arte marginal”— para englobar a los artistas sin afán de reconocimiento artístico y que no siguen las técnicas tradicionales, pero que logran creaciones artísticas de gran belleza. Pronto se comenzó a llamar así al arte creado por personas con alguna discapacidad o enfermedad mental, como el autismo o estrés postraumático.

Mirada de lado, 1940
Aunque muchos han rechazado el término porque demerita el trabajo artístico de estos creadores, Cardinal aportó una clasificación útil para artistas poco usuales, como Gill, y abrió el camino para reflexionar sobre el origen de la necesidad de crear. Con el paso de los años se ha prestado atención al arte marginal, dándole un lugar en los museos.
Así, la obra de Gill se exhibe permanentemente en la Colección de L’Art Brut en Lausanne, Suiza. Y para dejarse cautivar por ella no es necesario conocer la motivación que le dio vida, ya fuera la supuesta comunicación con un espíritu o el simple deseo de exorcisar el profundo dolor que marcó su vida.
