
Ha comenzado marzo, el mes del Día Internacional de la Mujer y de la Marcha 8M. En esta movilización, mujeres, niñas, señoritas y colectivos feministas salen a las calles, formando un torrente de voces que se alzan en un grito unísono de protesta y libertad. El 8M es un día en que el dolor se convierte en fuerza, el miedo se torna valentía y la rabia se encauza en esperanza. Cada paso es un eco de las luchas pasadas, un homenaje a las mujeres que ya no están y un grito por las que vendrán. Las pancartas se ondean como banderas de resistencia, los tambores resuenan como latidos de un corazón colectivo y las consignas se repiten como mantras.
La Marcha 8M es un momento para pausar la rutina y contemplar el camino recorrido por todas las mujeres. A menudo, el feminismo se asocia con posturas radicales, lo que genera rechazo en diversos sectores sociales; sin embargo, no se puede negar que los avances logrados por el movimiento en materia de igualdad de género nos han beneficiado a todas, sin importar sus perspectivas ideológicas. Algunos de estos beneficios son el acceso a la educación superior, el derecho al voto y la participación activa en el ámbito laboral.
Así, aunque muchas mujeres no se identifiquen con el movimiento feminista, es importante reconocer que su lucha allanó el camino para que ahora gocemos de derechos y oportunidades que antes eran impensables: la libertad de elegir nuestro destino, de tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo y de aspirar a puestos de liderazgo son legados directos de la lucha feminista. Negar esta realidad sería ignorar la historia de todas quienes la escribieron.
Durante décadas, la mujer ha buscado su propia manera de habitar el mundo y de expresarse en diferentes ámbitos de la vida, incluyendo las artes: en la literatura, Simone de Beauvoir desafió las normas sociales con la intención de explorar la feminidad en obras como El segundo sexo (1949) o La mujer rota (1967); la pintora Georgia O’Keeffe siguió su propia visión artística con gran independencia creativa y sin ajustarse a las expectativas sociales en lienzos como Grey Line with Black, Blue and Yellow (1923) o Bleeding Heart (1932); en el cine, Tatiana Huezo visibilizó la experiencia femenina en contextos violentos y desiguales con sus filmes Tempestad (2016) y Noche de fuego (2021); en la danza, Martha Graham exploró la expresión corporal femenina y desafió los límites del movimiento en Lamentation (1930) y Cave of the Heart (1945), mientras que la escultora Louise Bourgeois ahondó en la psique femenina y la maternidad en Janus florido (1968) e Instruction (2002).

En el caso particular de la música —que me atraviesa por completo—, ésta ha sido una poderosa herramienta de resistencia pues, desde los primeros movimientos feministas, las canciones han sido un vehículo para difundir mensajes de igualdad, justicia y empoderamiento: hablamos de cantantes como Billie Holiday, quien denunció el racismo y la violencia contra las mujeres negras en Estados Unidos con su “Strange Fruit” (1939); años después, figuras como Nina Simone, Aretha Franklin y Patii Smith desafiaron los roles de género tradicionales y abrieron camino para futuras generaciones de mujeres artistas con canciones como “Four Women” (1971), “Young, Gifted and Black”(1972) y “Gloria”(1975), respectivamente.
Como una segunda ola, la década de 1970 impulsó música que abordaba temas como la violencia doméstica, la diversidad sexual y las luchas por la igualdad de derechos. La banda Sweet Honey in the Rock fue una voz clave en el feminismo lésbico y la música de mujeres, con su icónica canción Ella’s Song (1978); en la escena punk y new wave, bandas como X-Ray Spex y The Slits desafiaron normas de género y crearon un espacio de expresión en la música alternativa: así, “Oh Bondage Up Yours!” (1977) y “Ping Pong Affair”(1979) se convirtieron en himnos.
Al final del siglo XX, las feministas continuaron usando la música como un canal de activismo y expresión personal. En América Latina, Julieta Venegas denunció la violencia de género, el machismo y la desigualdad social en las letras de su álbum Aquí (1997), que se convirtió en un emblema para muchas mujeres que se identificaron con su sinceridad y su estilo alternativo. Otra voz influyente fue la de Shakira —y no hablo de su tiradera viral contra su ex pareja en Music Session vol. 53— con su álbum ¿Dónde están los ladrones? (1998),en el que fusionó ritmos latinos con letras empoderadoras, desafiando estereotipos de género.
El feminismo en la música ha evolucionado a lo largo del tiempo, adaptándose a los contextos sociales y políticos, pero siempre manteniendo su compromiso con la lucha por la igualdad y la justicia. En la década del 2000, Beyoncé nos sorprendió con “If I Were A Boy”(2006), que es considerada una declaración feminista, ya que invierte los roles de género tradicionales, expone las expectativas desiguales que enfrentan las mujeres en sus vínculos y resalta su frustración al no ser vistas como personas capaces y seguras de sí mismas.
Otras han demostrado el impacto social de sus canciones en la escena del hip-hop: la Mala Rodríguez, con “La niña”(2003), que explora la complejidad de la identidad femenina que rompe con las expectativas sociales; Ariana Puello, por su lado, reivindica el derecho de la mujer a expresarse en libertad en “Juana Kalamidad”(2008), y Gata Cattana con su “Lisístrata” (2012) actualiza a la aguerrida mujer de la obra de Aristófanes[1] en una canción que celebra la fuerza y la autonomía de la mujer en un mundo liderado por los hombres.
La música feminista no sólo ha servido como un medio de protesta, sino también como una forma de construir comunidad y solidaridad entre mujeres. En festivales musicales, colectivos de artistas y redes sociales se han generado espacios para que ellas compartan sus experiencias y encuentren una red de apoyo que celebre su diversidad. De igual modo, ha contribuido a la creación de una cultura vibrante y diversa que reconoce y valora las contribuciones femeninas en la música y la sociedad en general, volviéndose un testimonio del poder de la expresión artística para desafiar normas y promover cambios sociales. Así, este es el momento ideal para honrar a las mujeres que alzaron su puño de lucha ya sea escribiendo, pintando, bailando, esculpiendo, cantando… o saliendo a las calles a levantar la voz.

[1] Lisístrata es una comedia de la Grecia clásica, escrita en el siglo V a.C., en la que la protagonista intenta dar fin a la Guerra del Peloponeso convenciendo a las griegas de ponerse en “huelga sexual”, negándoles intimidad a sus hombres. [N. del E.]