Neil Gaiman —o del placer de descubrir a un nuevo autor favorito—

Neil Gaiman —o del placer de descubrir a un nuevo autor favorito—
Patricio Bernal

Patricio Bernal

Personas que inspiran

Inspiración

Los únicos que vituperan contra el escapismo son los carceleros.
J. R .R. Tolkien

Hasta hace unas semanas, si alguien me hubiera pedido mi opinión acerca de Neil Gaiman, seguramente en mi respuesta habría predominado el desdén. Y ni siquiera habría sido el género lo que provocaría tal reacción, pues no tengo empacho en leer novelas de fantasía y ciencia ficción. Más bien habría intervenido mi experiencia releyendo a los clásicos del género, que me han acompañado desde la infancia.

A Edgar Allan Poe lo conocí gracias a cuatro tomos que mi madre recibió de regalo al comprar a plazos una enciclopedia; H. P. Lovecraft fue una consecuencia lógica tras haber agotado los cuentos de Poe, y poco a poco la lista creció hacia distintos lados: desde Horace Walpole a Stephen King, de Ray Bradbury a Clive Barker, y de Isaac Asimov a Arthur C. Clarke. Confieso que pocos autores latinoamericanos entraron a mi lista, aunque no me siento culpable de ello, pues yo leía lo que tenía a la mano y a aquéllos había que buscarlos con lupa; sin embargo, tengo el dulce recuerdo de algunos pasajes fantásticos en Jorge Luis Borges o en Julio Cortázar, y el Kalpa Imperial de Angélica Gorodischer. Hubiera sido interesante haberme topado entonces con al menos un buen autor mexicano de estos géneros.

Sucedió entonces que, un día, la mujer con la que comparto mi vida se vio obligada a participar en un intercambio de libros en su trabajo y, contrario a lo que siempre le había sucedido, en esta ocasión se hallaba tan deleitada con lo que había recibido que no dudó en compartirlo conmigo. Se trataba de The Ocean at the End of the Lane de Neil Gaiman, quien es considerado por muchos como el autor de fantasía más relevante en la actualidad. El libro estaba escrito en inglés, su lengua original, pues el intercambio había sido entre profesores de lengua extranjera. Al comenzar a leerlo, recordé que hacía mucho que no hallaba un libro que no quisiera dejar de leer, y evoqué también la zozobra cuando terminé de leer todo lo de Poe, así como el regocijo cuando descubrí una veta aún más rica en Lovecraft y sus cofrades. Así fue que me puse a investigar más acerca de Neil Gaiman y hoy me resulta imposible no compartir mis hallazgos en estas líneas.

Al parecer, al nacido en Portchester, Inglaterra, en 1960, la fama le estorba para hacer lo que más disfruta: escribir. En una entrevista publicada en 2013 en New Stateman, Gaiman confesó que estaba buscando maneras de ya no pasar tanto tiempo firmando autógrafos —actividad que realiza con tanta frecuencia y tanto entusiasmo que se ha considerado su inclusión en los Récords Guinness por las miles de ocasiones en que ha plasmado su rúbrica—, dando conferencias y realizando otras actividades promocionales, y así poder dedicar más tiempo a la escritura. Tal fama no es inmerecida: su historia es la de un lector empedernido que admiraba a sus autores preferidos, a quienes después escribió para pedir tutelaje antes de hacer sus pininos en la escritura; lo que siguió fue la historia soñada de todos quienes alguna vez han empuñado la pluma —o puesto los dedos en el teclado— con la convicción de dedicarse a la literatura.

¿Cuál es el secreto de Gaiman? De entrada, que es muy fácil identificarse con sus personajes, que casi siempre tienen un rasgo autobiográfico: seres con problemas para socializar que prefieren hundir las narices en un libro —u otra actividad igualmente escapista— para evadirse de los problemas que les provoca la diaria convivencia con otros seres humanos. Es igualmente cautivante cómo, en sus relatos, la realidad cotidiana se llega a convertir en algo insólito o extrañamente familiar, provocando a la vez asombro y temor: algo que Freud llamó Unheimlich y que puede explicarse como la extraña sensación que sentimos al mirar a un androide, a una muñeca o a una figura de cera, cuyos rasgos y gestos nos parecen muy parecidos a los humanos pero, a la vez, intuimos o percibimos algo en ellos que no es humano, y eso nos provoca fascinación y repulsión, atracción y desagrado.

Si la quinta sinfonía de Beethoven ilustra el “llamado del destino”, y su novena es el epítome de la alegría, el Adagietto de la séptima sinfonía podría simbolizar ese Unheimlich: una melodía que parece querer recordarnos algún momento crucial ahora olvidado. En uno de sus libros más conocidos, Coraline, Gaiman lleva a la protagonista a encontrar a una familia casi idéntica a la suya, con excepción de sus ojos, que son como botones: un rasgo sencillo pero poderoso. Recuerdo el inolvidable impacto que tuve la primera vez que lo presencié y no creo haber sido el único: en el videoclip de “Lazarus”, uno de los últimos que protagonizó David Bowie, el protagonista aparece con los ojos cubiertos con una venda y, en lugar de ojos, tiene unos botones. Esta alusión a Gaiman sobresale en los diez minutos que dura el video, que está plagado de muchas imágenes portentosas.

Los críticos no dejan de notar la riqueza intertextual, el uso magistral de la alusión y las constantes referencias en la obra de Gaiman a diversos autores, estilos y corrientes literarias, queotorgan una riqueza impresionante a su obra, pues incluso quienes no han leído las obras aludidas podrán detectarlas, ya que han sido fuentes de inspiración para muchos otros autores. Por ejemplo, basta con aludir al Lobo Feroz para que diversos arquetipos se activen en nuestra memoria y se creen expectativas acerca de los roles que jugarán otros personajes, haciendo que nos preguntemos quién será la abuela, quién la Caperucita, quién el leñador y si la interacción entre ellos será como en el cuento original de Charles Perrault, o si habrá una vuelta de tuerca que nos revele un nuevo significado en la relación entre la niña inocente y uno de los personajes más perversos de la literatura.

La flexibilidad de Gaiman también debe considerarse para dar cuenta de su popularidad: además de libros para todas las edades, Neil también ha creado historias que se convirtieron en cómics de culto y le han hecho merecedor de múltiples premios y de un par de disputas por la autoría de los personajes —la cual ganó en ambas ocasiones. En virtud de dicha flexibilidad es que Gaiman puede campear en las listas de autores populares tanto en géneros infantiles como de fantasía, ciencia ficción, poesía, ensayo y hasta de guiones para televisión, como es el caso de la serie American Gods (2017 -).

Un ingrediente final que podría explicar el fenómeno Gaiman se condensa en el epígrafe de este artículo y es, probablemente, la cita favorita de la que el autor echa mano para responder un cuestionamiento que escucha con mucha frecuencia: ¿cómo le hace sentir el hecho de que sus libros son, fundamentalmente, una forma de escapismo? Su postura es clara; ante esa pregunta, suele replicar con esta otra: “¿qué hay de malo en el escapismo, si para muchos la vida es como una jaula con candados en la puerta? Ofrecerles un modo de escapar de esa realidad asfixiante, y no sólo de escapar sino también de aprender algo en el camino, de dotarse de armas, de conocimiento y de una armadura, y de traer todo eso de vuelta a su prisión, que ahora será un lugar mucho más amable… ¿qué hay de malo en ello?”.

Y ahora, me excuso de seguir divagando sobre Neil Gaiman, pues prefiero practicar yo mismo el escapismo con uno de sus libros en la mano y burlándome discretamente de los carceleros del cuerpo y de la mente.

Obras selectas de Neil Gaiman
Novelas: Neverwhere (1996), Stardust (1999), American Gods (2001), Coraline (2002), InterworldEl sueño— (2007), The Graveyard BookEl libro del cementerio— (2008), The Ocean at the End of the Lane —El océano al final del camino— (2013), Eternity’s Wheel (2015). Libros para niños: Chu’s Day; El primer día de escuela; Instrucciones. Cuentos y poesía: Smoke and MirrorsHumo y espejos— (1998), Fragile ThingsMaterial sensible— (2006). Cómics y novelas gráficas: Black Orchid # 1-3; The Sandmand (2006-2011).

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