La creatividad ha sido estudiada y explicada desde diversos enfoques y por muchos autores; por eso hallamos tantas formas de definirla. Por ejemplo, en su libro Psicología, Diane Papalia la define como la habilidad de ver las cosas bajo una nueva perspectiva e inventar luego soluciones nuevas, originales y eficaces.
También se le considera un proceso de elaboración de productos originales, una facultad del ser humano para solucionar problemas o hasta la posibilidad de descubrir problemas donde otras personas no los veían; en lo que está de acuerdo la mayoría es en que se trata de una capacidad que puede desarrollarse.
Y si hablamos de creencias que impiden el desarrollo del pensamiento creativo, Alexander Ortiz Ocaña, autor del libro Educación infantil, expone algunas ideas erróneas que pueden impedir su expansión plena. Por ejemplo, que ser creativo es un don especial que se tiene o no se tiene y que, si no se posee, poco o nada se puede hacer; que sólo las personas con alto desarrollo cultural pueden ser creativas o que los creativos son, por regla general, personas desordenadas.
Pero también existen patrones de pensamiento que obstaculizan el ejercicio y desarrollo del pensamiento creativo. Detallo algunos de los más importantes.
El racionamiento perfecto
Giorgio Nardone, especialista en psicoterapia breve estratégica y autor del libro Psicotrampas, refiere que la idea de que afrontar las dificultades de la vida a través de un razonamiento iluminado por una lógica aplastante no es más que un autoengaño sublime, una forma rígida y absoluta de analizar cada fenómeno.
Si bien las habilidades del pensamiento crítico basadas en la lógica son una de nuestras principales fortalezas para evaluar la viabilidad de una idea creativa, a menudo son enemigas de pensamientos verdaderamente innovadores. Una forma efectiva de escapar de las limitaciones de la lógica es usar metafóras: esta estrategia funciona porque las aceptamos como verdaderas sin pensar en ellas.
El conocimiento exacto
Para Nardone, también la confianza inmoderada en alcanzar el conocimiento definitivo ha hecho que se sobrevalore su poder. De hecho, uno de los peores aspectos de la educación formal es la idea fija de que existe “la respuesta correcta” a cada pregunta o problema en particular.
Si bien nos ayuda a funcionar en sociedad y ha ayudado a sentar las bases de muchas disciplinas científicas, este enfoque coarta la creatividad puesto que los problemas de la vida real son ambiguos y los argumentos objetivos y racionales no siempre alcanzan para explicar o gestionar aquello que creemos controlar.
A menudo hay más de una respuesta “correcta”, y la segunda que se te ocurra puede ser mejor que la primera. Intenta replantear el problema de varias maneras diferentes para generar respuestas numerosas y diferentes.
La tentación de aplazar
Aplazar, posponer y procrastinar son tácticas sutiles en las que “no renuncio, pero tampoco evito: simplemente lo haré después”. El problema es que más tarde, cuando ya no hay más opción que enfrentarse al asunto que aplazamos, nos damos cuenta de que la postergación reduce nuestra capacidad de actuar de forma voluntaria y efectiva, además que nos deja con el tiempo justo y nos orilla a no explorar otras iniciativas.
Algo que puede ayudarte a dejar de lado el “Al rato lo hago” es pensar en las consecuencias negativas y los efectos devastadores que el aplazamiento puede ocasionar. Aquí, como en todo, la práctica hará la diferencia.
Pensar que tu crítico interno tiene razón
Para la diseñadora Danielle Krysa, autora del libro Tu crítico interior se equivoca, el crítico interno es como el moho que prospera en una habitación húmeda y caldeada, pues la crítica se nutre y florece en un entorno lleno de culpa, que puede tener un origen parental, familiar o laboral. Por eso, lanza la pregunta: ¿Y si Leonardo da Vinci se hubiera sentido culpable por perder el tiempo pintando La Mona Lisa?
Krysa cuenta que logró neutralizar a su crítica interna con este breve ejercicio: escribe todo lo que tu voz crítica te dice, después léelo a todo pulmón y pregúntate si eso se lo dirías a tu mejor amigo, a tu hija o a un colega. La respuesta por lo general es “No”, ya que el crítico interno casi siempre es excesivo y adopta un tono de abuso y violencia verbal.
No caigas en las trampas de la mente: resiste… y persiste.