Pequeño manual ‘neo-hippie’

Pequeño manual 'neo-hippie'
Patricio Bernal

Patricio Bernal

Inspiración

“Eres bien hippie“, me dijo una compañera de la licenciatura a la que pretendía cuando la hice escuchar una de mis canciones preferidas: “The Great Gig in the Sky” de Pink Floyd. Y yo, con esas simples palabras, supe que jamás habría algo entre nosotros; quizá porque implicaban una infranqueable distancia entre los que somos así y los que, como ella, no lo son… o quizá porque no dijo si le gustaba o no esa música y lo que implicaba. A mí me parecía que no.

En México, cuando hablamos de hippies, lo primero que viene a la mente es el festival Rock y Ruedas de Avándaro, realizado en 1971, pocos años después de la represión estudiantil de 1968: una época marcada en algunos círculos por el movimiento contracultural llamado “La onda”, que proponía la rebelión ante la autoridad a través de la resistencia pasiva, la unificación y la paz. Avándaro fue, también, la versión “jipiteca” del festival de Woodstock, con la presencia de cerca de medio millón de personas que acudieron al lugar a escuchar a dieciocho grupos de rock nacional durante un fin de semana.

Avándaro fue, también, la versión "jipiteca" del festival de Woodstock.

Por supuesto que, siendo México un país conservador, los medios no se limitaron a usar la etiqueta de “jipiteca”. Por el contrario, en aquella época fueron frecuentes las películas, fotonovelas, sermones, discursos televisivos, artículos periodísticos y revistas amarillistas que hablaban de la “juventud descarriada”, se escandalizaban por “el nudismo, las drogas y el amor libre” de los hippies, y culpaban a los “padres permisivos” que ponían en peligro la estabilidad de nuestra sociedad. ¿Y qué iba a pensar el niño que era yo cuando leía “Amor y paz”, el lema hippie por excelencia, pero todos los adultos a su alrededor le decían que no fuera como esos “hippies cochinos” que no se bañaban, eran drogadictos y tenían sexo con quien fuera?

Como muchos otros movimientos, los hippies surgieron en los Estados Unidos e Inglaterra, y después se extendieron por el mundo a través de la música y la literatura. Herederos de la generación Beat —esos escritores estadounidenses de la posguerra que se alejaron de los convencionalismos narrativos y exploraron la espiritualidad oriental, la liberación, la identidad sexual y el uso de psicotrópicos—, los hippies [1]  también tuvieron esa orientación contracultural: a lo largo de los años sesenta, organizaron eventos y conciertos masivos con el fin de oír música, consumir drogas psicoactivas para “expandir la conciencia”, practicar el amor libre y explorar nuevas formas de agruparse socialmente —como las comunas hippies—, enarbolando la bandera de la protesta, a través tanto de la música como de las letras.

En esta época posmoderna llena de hiperrealidad gracias a unas redes sociales omnipresentes, en que la música no es adquirida en discos de vinilo sino escuchada como una transmisión efímera y personalizada —streaming—, y en la que los temas recurrentes de la música más popular son el amor y el desamor, y ya no la guerra, la paz o la armonía social, ¿es el concepto de vida hippie algo decadente, algo para contarle a los hijos o nietos, pero que ha perdido vigencia en la ajetreada vida del siglo XXI?

Yo pienso que no. De hecho, sostengo que muchas de las frases, posturas e ideas de los hippies —como “Amor y paz”, “Hagamos el amor y no la guerra” o “Darle una oportunidad a la paz”— han sido plenamente asimiladas por la cultura popular. Por ejemplo, el activismo que caracterizó a los años sesenta ahora es fácil de encontrar en las redes sociales: con sólo apretar un botón, compartes una idea o subes un tuit que incluye un hashtag —el símbolo # seguido del mensaje— para promover una causa social que puede convertirse en tendencia mundial. Pero también es cierto que hay gente que, como en los sesenta, sigue saliendo a las calles a protestar por situaciones que les gustaría que cambiaran. Recientemente ha sido por la violencia de la guerra al narco, por el esclarecimiento de lo sucedido a los estudiantes de Ayotzinapa y, hoy que escribo esto, muchas mujeres y algunos hombres saldrán a las calles a protestar en rechazo a la violencia sexual contra las mujeres.

"Fueron ellos quienes dieron impulso al vegetarianismo, los alimentos orgánicos y la comida macrobiótica..."

Otro aspecto que se ve influido por los hippies es la alimentación: fueron ellos quienes dieron impulso al vegetarianismo, los alimentos orgánicos y la comida macrobiótica. Tristemente, ahora esta idea está muy comercializada: ¿qué pensarían aquellos hippies que cultivaban sus propias verduras si nos vieran comprar alimentos procesados y exhibidos en bandejas de unicel, forrados con polietileno y con un alto contenido de saborizantes, emulsificantes y conservadores artificiales? Y es que uno podría ser “más hippie” si dejara de comprar alimentos supuestamente orgánicos en supermercados o tiendas verdes y acudiera, directamente y sin intermediarios, con los productores.

En cuanto a la música, existe una gran cantidad de grupos y artistas de esa época que nos pone a reflexionar con sus letras y a alucinar con su música: Bob Dylan, Joan Baez; Crosby, Still & Nash o los tres grandes J —Jim Morrison, Janis Joplin y Jimi Hendrix. Hoy día, si nos alejamos de la música popular que se compra por un dólar en las tiendas virtuales, tal vez podríamos encontrar equivalentes actuales a esos artistas sesenteros en portales dedicados a difundir la música de grupos indie como Jamendo o Libre.fm. Y seguramente también existen eventos culturales en cada localidad en los que es posible conocer grupos artísticos cuya oferta resulta interesante. En este sentido, las redes sociales pueden servir como punto de encuentro; sólo es cuestión de explorar alternativas más allá de las cuentas de celebridades, corporaciones o tuitstars que entretienen a las masas con videos o imágenes chuscas, pero no aportan mucho.

Algo muy notorio en los hippies era su ropa: estrafalaria, original, multicolor, casi siempre confeccionada por ellos mismos. Y aunque si bien la ropa hecha a partir de fibras naturales —algodón o cáñamo— teñidas con la técnica batik se puede relacionar con la psicodelia y la búsqueda de la expansión mental, lo que se puede recuperar de ese tiempo es la idea de no preocuparse por las modas impuestas desde las grandes casas de ropa de diseñador, seguir nuestros propios gustos y usar lo que nos resulte más cómodo.

En el párrafo anterior mencioné la expansión mental. En los años sesenta, se tenía acceso a ésta a través del uso de substancias enteógenas como los hongos alucinógenos, el peyote o el LSD. Medio siglo después, la mayoría de estos compuestos están prohibidos o controlados en su consumo, pero existen opciones al alcance de cualquiera, como la práctica de la meditación, la biorretroalimentación o los sonidos binaurales, por mencionar algunas.

¿Es posible ser un neo-hippie en el siglo XXI? Si uno ve el asunto solamente en lo superficial —la ropa multicolor, el cabello largo, el amor y la paz, el sexo libre y sin compromisos, las drogas como recreación—, podría ser una moda y nada más; pero si se le mira como una actitud crítica ante la vida y la sociedad —contestataria, comprometida, díscola pero solidaria—, yo creo que el cabello largo, la ropa psicodélica y los huaraches ni siquiera son necesarios…

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[1] De la palabra en jerga afroamericana hip: “sofisticado, enterado, a la moda”.

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