A quien conteste con la mentira más elaborada se le considera más cuerdo.
A quien dice la verdad, “sólo veo una mancha de tinta”, no.
La cordura no es decir la verdad, sino el estar de acuerdo
con la expectativa social. [1]
Seguramente conoces esta prueba: la forma canónica de aplicarla es con una persona sentada junto a ti, que coloca diez tarjetas con manchas de tinta simétricas —algunas monocromáticas, otras con un poco de tinta roja y unas más multicolores— una a una en tus manos, y te pregunta en cada ocasión qué es lo que ves en ellas. Después de que hayas dicho lo primero que te viene a la mente, la persona que aplica el test volverá a mostrarte las mismas imágenes una a una, recordándote tu asociación y pidiéndote que, en esta ocasión, expliques qué parte de la imagen te hizo pensar en lo que dijiste.
¿Te suena familiar? Tal vez realizaste la prueba en una revista o en un website y, como yo, terminaste por concluir que no entiendes cómo ese tipo de pruebas pueden diseccionar tu psique —aunque la versión disponible en los sitios web es sólo una adaptación.
Obviamente, todo el mundo se pondría en guardia si alguien tratara de hurgar en sus pensamientos más íntimos. Pero con el test de Rorschach no tienes que molestarte en tratar de ocultarlos: ese detalle ya está previsto en el diseño de la prueba. Cada acción u omisión es significativa, pues no sólo se registra tu interpretación, sino el tiempo que demoras en responder, si giras la tarjeta o mueves la cabeza —incluso si antes pides, o no, permiso para hacerlo—; si te refieres a una parte ínfima de la imagen o si, más bien, tratas de dar sentido a la totalidad de la mancha, o si tu atención se centra en los espacios blancos y no en la imagen… todo es observado y codificado para su posterior análisis.
De seguro Hermann Rorschach[2] (1884-1922), ese psiquiatra y psicoanalista suizo que trabajaba con adolescentes en un hospital psiquiátrico a principios del siglo XX, nunca imaginó que su nombre se convertiría en un sinónimo de su área de especialización. El famoso test —que está a punto de cumplir un siglo— surgió al observar que sus pacientes solían dar respuestas muy distintas a las comunes en el Gobolinks, un juego popular en aquel entonces que explotaba la pareidolia —el fenómeno perceptivo de hallar imágenes conocidas en donde no las hay, ya sea en nubes, manchas de café o en las vetas de la madera. En su libro Psychodiagnostik (1921), con un lenguaje bastante técnico, el suizo expone los detalles de los experimentos que llevó a cabo con las tarjetas durante poco menos de cuatro años, al término de los cuales culminó eligiendo diez imágenes de entre un ciento de ellas, las cuales habían sido usadas con sus decenas de pacientes, quienes ya habían sido diagnosticados mediante otros métodos ampliamente verificados.
Lo anterior sirve para explicar por qué hasta la fecha se siguen utilizando las mismas imágenes: si bien sería bastante sencillo verter tinta sobre un pedazo de papel y doblarlo a la mitad para conseguir imágenes, e incluso existen aplicaciones que replican este efecto mediante procesos digitales, para que la prueba sea efectiva es necesaria una estandarización de respuestas, pues la interpretación depende, en gran medida, del contraste entre las respuestas de una persona y las del grupo en el que se le ha clasificado.
Hermann Rorschach no pudo ver madurar sus postulados, pues murió un año después de haber publicado su libro. Tras su deceso, muchas han sido las versiones de esta prueba. Actualmente, la versión de John E. Exner es la que prevalece en los Estados Unidos, mientras que en Europa existe una variedad de enfoques, muchos de ellos representados por Evald Bohm en un libro de texto que publicó con esta temática y que busca acercarse al enfoque psicoanalítico que originalmente había dado Rorschach a su prueba.
Aunque algunos estudios sugieren que, más que aplicar una herramienta fundamentada en principios psicoanalíticos, los analistas parecen estar haciendo una “lectura en frío”[3], se debe tomar en cuenta que, en un inicio, Rorschach había propuesto su instrumento como un auxiliar en el diagnóstico de la esquizofrenia y no para un diagnóstico mental generalizado, y que su selección de imágenes se decantó por aquéllas que resultaran más ambiguas y provocaran más conflicto, pues esos casos generan las respuestas más significativas. Y en verdad, algunas de ellas pueden ser bastante inquietantes, por decir lo menos.
A pesar de lo anterior, la prueba no es tan determinante ni tan sencilla como nos lo pueden hacer creer las versiones simplificadas que encontramos en línea o en revistas no científicas. Tal vez alguien con una creatividad muy desarrollada pudiera dar respuestas muy distintas a las del común de la gente, y eso no necesariamente implicaría que su equilibrio mental sea precario; es posible que la originalidad y las habilidades creativas mostradas por artistas, escritores y otros innovadores sea una forma de “locura controlada” de la cual son capaces de salir. Sabiendo todo esto, ¿te atreverías a ser analizado mediante estas manchas de tinta?
[1] Robert M. Pirsig, “LILA, Una indagación sobre la moral”, 1991, traducido del original por el autor.
[2] Que, por cierto, se pronuncia según la fonología alemana: Rór-shaj.
[3] Una serie de técnicas usadas por adivinadores y charlatanes que, mediante deducciones acerca del aspecto, la vestimenta y las reacciones de la persona, pueden hacer que el analizado tenga la impresión de que el charlatán conoce muchos detalles de su vida… cuando en realidad los va deduciendo en el momento.