¿Quién decide lo que es arte?: Mon Laferte y su manifiesto

¿Quién decide lo que es arte?: Mon Laferte y su manifiesto
Karina Licea

Karina Licea

“¿Cómo se gana una el derecho de llamarse artista? ¿Naces, te haces, lo compras?” Así comienza el manifiesto de la cantante chilena Mon Laferte sobre su postura como artista plástica. El video, publicado en sus redes sociales, muestra algunas de sus pinturas y, de fondo, a viva voz ella narra su vida y lo que sería su perspectiva sobre el arte. La reacción de sus fans y de otros usuarios acerca de la incursión de la cantante en esta otra esfera creativa ha puesto sobre la mesa una interesante y polémica discusión acerca de qué es lo que entendemos por arte.

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En redes y otros medios de comunicación, la pregunta que mucha gente se hace es si Laferte, sólo por pintar y montar una sala, puede llamarse artista. Para dar una respuesta objetiva a esta cuestión, es esencial considerar algunas concepciones históricas sobre el arte; sin pretender dar una cátedra, revisemos las definiciones que diversos autores y estudiosos han dado en torno al tema.

En la Grecia antigua, Aristóteles sostenía que el arte era una producción humana, fruto de su conocimiento; en ese sentido, los artificios forman parte de las “bellas artes”, en las que la razón es el vehículo para el artista. Siglos después, en la Edad Media, Tomás de Aquino afirmaba que el arte es el estricto ordenamiento de la razón y que ésta se encontraba bajo la influencia de la religión, ya que en aquellos tiempos el poder se centralizaba en la Iglesia Católica; no es fortuito que en aquel entonces el mecenazgo fuera acaparado por dicha institución.[1]

Tomás de Aquino

En el siglo XIX, cuando el Romanticismo florecía en Europa, Charles Baudelaire concebía al arte como un canal emocional que va en busca de la belleza entre la desolación; desde ese punto de vista, el arte produciría en el artista una especie de embriaguez que lo libera del dolor de vivir. Ya en el siglo XX, algunos vanguardistas establecieron que el arte es la ruptura de la técnica y la norma, una noción que permanece vigente hasta nuestros días —por ejemplo, en el arte conceptual.

El profesor de arte español Antonio García Villarán opina que el arte actual o contemporáneo se transfigura en una especie de parodia donde la técnica y el talento no son necesarios para describir como “bella arte” a cualquier producto artístico: basta que la obra produzca alguna sensación en el espectador para que su autor pueda ser considerado un artista.

Para la Academia, incluso con sus múltiples perspectivas y disruptivos enfoques, el arte siempre se relaciona con la técnica y el genio, de suerte que el artista es siempre producto de sus conocimientos y habilidades innatas. Eso lo confirma el crítico literario estadounidense Harold Bloom en su libro El canon occidental, donde afirma que todo arte debía contar con un esplendor estético, una fuerza intelectual, una sabiduría y una universalidad adquirida a través del estudio.

Harold Bloom
Harold Bloom

Bajo esa lupa, Laferte ni siquiera podría llamarse música pues, como menciona en su manifiesto, no tuvo estudios universitarios que la profesionalizaran en dicha arte o en la pintura —por el contrario, se inclinó por el camino autodidacta—; no obstante, esa perspectiva es una visión extrema que descartaría a más de la mitad de los artistas de todo el mundo y de todas las artes.

En contraste, el sociólogo francés Pierre Bourdieu —dentro de su libro Las formas del capital— postula que en las esferas del arte no basta con tener talento y técnica, pues el artista consagrado debe tener al menos uno de los siguientes capitales:

  • capital cultural, que se obtiene por herencia, ya sea con acceso a libros, obras de arte, música o cualquier manifestación de las “bellas artes”; se asocia con la capacidad de “cultivarse”, de modo que quienes no nacen con ese acceso se encuentran en una desventaja casi irreparable;
  • capital social, aquel que permite a los artistas entrar en conversación con la gente de “buena sociedad”; en otras palabras, hablamos de dotes retóricas que permiten entablar conversaciones interesantes con las personas correctas;
  • capital económico, lo cual claramente se refiere a los recursos financieros que abren puerta a los artistas.

Bajo esta postura, Laferte es una artista con todas sus letras: si bien no contó con capitales cultural o económico de nacimiento, sí jugó correctamente sus cartas para desarrollar el capital social, el cual le permitió hacerse de renombre. Pero, ¿acaso la experiencia vital y sus frutos no cuentan en esta ecuación?

Como ella misma narra, Laferte aprendió a pintar, a bordar y a cantar a partir del caos de su propia vida, marcada por la miseria, el abuso sexual y el consumo de drogas. Su trabajo plástico ha puesto de relieve la importancia de la autenticidad, la franqueza y la vulnerabilidad en el arte contemporáneo. Laferte es una artista nacida del hambre, del dolor y de la necesidad, ámbitos donde la pintura se convierte en un refugio, en herramienta de supervivencia, en acto de sanación y en un espacio donde se canaliza la congoja, el desgarro y la tristeza.

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El arte de Laferte no está adornado con palabras bonitas. Al igual que su música, la obra plástica de la chilena se caracteriza por un estilo expresivo y colorido que evoca la misma crudeza y pasión que despliega en sus canciones y sus conciertos. A menudo explora la feminidad con una sensibilidad visceral: dos ejemplos de ello son “Mujer” —en colaboración con Gloria Trevi—, en la que aborda el dolor, la resistencia y la capacidad de superación, con referencias directas a las luchas con perspectiva de género; y “Vivir sin miedo”, en la que se visibiliza la realidad de muchas mujeres frente al acoso. Estas canciones se han convertido, para muchas, en auténticos himnos de empoderamiento femenino.

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Al pintar, Laferte desafía las convenciones del arte tradicional. Sus obras, pobladas con figuras femeninas estilizadas y símbolos oníricos, crean un universo visual propio. Sin temer a la experimentación, combina técnicas y estilos con una libertad que puede resultar a la vez fascinante y desconcertante. Sus detractores argumentan que esa falta de ortodoxia limita su alcance artístico, pues la nula formación técnica se traduce en una ejecución irregular y en una carencia de profundidad conceptual; otros, en cambio, celebran su valentía para romper moldes, aplauden su originalidad y su capacidad para conectar con un público amplio, gracias a la autenticidad y la carga emocional de sus creaciones.

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En conclusión, Mon Laferte utiliza la pintura como una extensión de su voz, un medio para canalizar sus emociones e ideas más profundas con una honestidad que se refleja en cada pincelada. Desde luego, muchos se cuestionan si su fama como cantante ha influido en la valoración de sus pinturas, generando un interés que no se sostendría por sí solo. Sin embargo, es innegable que ha abierto un diálogo entre la música y las artes visuales, al tiempo que pone sobre la mesa el papel de la expresión personal en la creación artística.

¿Tú qué opinas? Si deseas conocer más a fondo su obra y juzgar por ti mismo, puedes visitar: https://www.instagram.com/monlafertevisual/

Cierre artículo

[1] El mecenazgo es un patrocinio que se otorga a un artista o científico, a fin de permitirle desarrollar su obra. La palabra deriva del nombre de Cayo Mecenas, un noble romano que vivió en el siglo I a.C. y que fue protector de diversos artistas, impulsor de las artes y amigo de escritores latinos como Virgilio y Horacio. [N. del E.]

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