
Una vez, uno de mis alumnos me preguntó cuál era mi expresión artística favorita. Sin pensar, la respuesta brotó de mi boca: “la literatura y la música”, pues elegir sólo una de ellas me habría hecho sentir incompleta. Al intentar recordar desde cuándo la lectura forma parte de mi vida, siempre regreso a El Rey Mocho de Carmen Berenguer, un cuento infantil de la colección Libros del Rincón, que fue una de las iniciativas de promoción a la lectura de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en la década del 2000.
La trama de dicho cuento es sencilla: un rey sin una oreja usa una peluca para ocultar su defecto y su barbero es el único que conoce tal secreto; cuando éste muere, el rey busca un reemplazo y el nuevo barbero no puede evitar contarle todo a un árbol; un día el árbol es talado, queda convertido en instrumento musical y revela el misterio del rey a todo el pueblo con la melodía: “El rey es mocho, no tiene oreja, por eso usa peluca vieja”.
A mis siete años, ese libro me ayudó a comprender que todos somos diferentes y únicos; pero lo que más llamó mi atención fue el uso de la música para acentuar el sentido de aceptación, al punto de reírnos de aquellos defectos que nos hacen sentir incompletos. Y es que la música es un lenguaje universal que conecta con nuestros miedos, emociones y virtudes, y guarda una conexión ineludible con la literatura cuando ambas comparten el mismo sentimiento y una intertextualidad que transmite mensajes significativos y humanos.
Cuando leo un poema, por ejemplo, es como escuchar una melodía en silencio: las palabras se convierten en notas que resuenan en mi interior, creando imágenes y significados. Y al escuchar una buena canción, aparecen en mi mente metáforas, símiles y sinestesias propias de un buen poema; la melodía se silencia y sólo quedan las palabras convertidas en fanopea y logopea.[1]
Volviendo a la primaria, durante el rincón de lectura semanal durante meses lo único que leí fue El Rey Mocho, al punto que mi profesora Rosaura me dejó llevarme un ejemplar a mi casa. Mi madre también era una ávida lectora, pero de novelas rosas, y puso a mi alcance otro tipo de lecturas: las historietas de Memín Pinguín, La Familia Burrón y Mafalda. Cuando pasé a secundaria, volví al cuento de El Rey Mocho y aprendí a tocar en la flauta su curiosa melodía; fue en esa edad también que supe lo que era escuchar una canción por gusto —es decir, alejada de cualquier influencia aprendida— y así conocí a Cevladé, un rapero chileno con complejo de poeta. Por segunda ocasión me percaté de la relación entre la música y la literatura, puesto que algunas de las canciones de este intérprete emanan poesía —o, al menos, así lo sentía mi yo adolescente.
Con el tiempo, desarrollé una fascinación por las buenas letras. Y no me refiero a las “bellas letras”, porque del canon literario me enamoré hasta la preparatoria con Julio Cortázar, Edgar Allan Poe y Homero —aunque éste al principio no fue de mi agrado por su complejidad—. Más bien, para mí las “buenas letras” son aquellos textos que evocan un universo de ideas y personajes maravillosos.
A los 16 años, solía devorar libros completos en una semana y buscar artistas nuevos que me cautivaran con sus canciones. Así conocí a Roberto Tiamo, un cantante venezolano que compone canciones narrativas con versos de arte mayor y que en muchas de sus canciones expresa su interés por la literatura y la poesía. Tal es el caso de “Maga”, que retrata la vívida imagen de la mujer amada comparándola con el famoso personaje femenino de la novela Rayuela de Julio Cortázar, siendo Tiamo el paralelismo de su protagonista, Horacio Oliveira.
En el caso de Cevladé, su EP El Gato Negro no sólo incluye un tema inspirado en el célebre cuento de Edgar Allan Poe, sino también dos canciones basadas en escritos de los poetas malditos del siglo XIX: “Madrigal triste”, de Charles Baudelaire, y “La noche del infierno” de Arthur Rimbaud, además de un cuarto track titulado “Nave Estelar”. Y por si esto fuese poco para los puristas de la música, uno de los más recientes álbumes de este rapero, La casa de Astaire, hace referencia al cuento “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges, que alude a la figura mitológica del minotauro y lo compara con el aislamiento que sufren algunos artistas —como fue el caso del actor y bailarín estadounidense Fred Astaire.
Sobre La Ilíada y La Odisea de Homero, más de un músico se ha inspirado en ellas para componer una canción. Tal es el caso del grupo de regional mexicano Duelo, con su canción “Sentimientos de cartón”, que expresa la vulnerabilidad del hombre enamorado al estar con su mujer amada en una suerte de fatalidad femenina y alude al momento en que Aquiles muere al ser herido con una flecha envenenada en su punto débil: el talón.
Por su parte, el cantante uruguayo Jorge Drexler explora la aceptación de las propias vulnerabilidades humanas con “Aquiles por su talón es Aquiles”, puesto que el héroe clásico es definido en el momento en que su madre lo sumerge en la laguna Estigia para hacerlo invulnerable, pero tiene que sostenerlo del talón izquierdo y ése se convierte en su punto débil. Por último, Maná con su canción “En el muelle de San Blas”, aborda la triste historia de una mujer abandonada por su amado en un puerto, quien lo espera hasta que pierde la cordura en alusión a Penélope, la esposa de Ulises u Odiseo, quien aguarda por su regreso durante veinte años, mientras teje y desteje un ovillo —Joan Manuel Serrat también escribió una canción similar.
Queda claro que la literatura y la música comparten un lenguaje común que trasciende las palabras y las notas. La música, capaz de evocar emociones y crear atmósferas, se convierte en el canal predilecto para compartir las historias que se transmiten a través de la literatura; aunque sean artes distintas, la expresión está relacionada con el interés y el capital cultural del artista. En mi experiencia, he notado que los escritores a menudo recurren a referencias musicales para enriquecer sus textos, ya sea citando parte de una canción o utilizando la estructura de una pieza musical como metáfora.
La música se entrelaza con la narrativa añadiendo capas de significado y profundidad. Un ejemplo de ello es el poema musicalizado “Quarcissus. El Arte de Desamar” de Rafael Lechowski, en el cual el poeta y cantante mezcla las cualidades del Quasimodo de Nuestra Señora de París de Victor Hugo con las de Narciso, del mito de Eco y Narciso descrito en las Metamorfosis de Ovidio, dando como resultado a Quarciso: un joven atrapado en su propio reflejo que idealiza el amor a tal punto que experimenta el desamor desde el narcisismo. Este poema, además de contener metáforas, símiles, aliteraciones y otras figuras literarias, utiliza una melodía de fondo que enaltece el lenguaje retórico e introspectivo.
Como podrás darte cuenta, a lo largo de mi vida he sentido una especial atracción por la música que se nutre de la literatura, por canciones que cuentan historias, expresan sentimientos o reflexionan sobre temas explorados en los libros, como la crítica social, la reflexión personal o la celebración de la belleza. Un ejemplo es “Aunque es de noche” de Rosalía, quien adapta de uno de los poemas canónicos del siglo XIV: “Que bien sé yo la fonte” de San Juan de la Cruz, rescatando uno de los ideales de la filosofía mística: el autoconocimiento en soledad para tener un encuentro verdadero con Dios. A partir de la figura de la fuente, Rosalía transmite ese deseo sin que se pierda el anhelo en estos tiempos tan agnósticos.
En definitiva, la intertextualidad entre la música y la literatura es un diálogo constante, un intercambio de ideas y de emociones que enriquece ambas formas de expresión. Como lectora y escucha, me siento afortunada de disfrutar esta conexión y de descubrir nuevas perspectivas y significados a través de la fusión de palabras y melodías. Mientras cierro este artículo, aún puedo escucharme cantar algunas estrofas de aquel cuento infantil que, sin darme cuenta, me abrió las puertas a la literatura y a la música. Y aún puedo reconocerme en los versos que evocaban la aceptación del rey ante su más profundo miedo: sentirse incompleto.

[1] En su libro El arte de la poesía, el autor Ezra Pound define tres características del lenguaje poético: fanopea o manejo de la imagen, logopea o discurso del pensamiento poético y melopea, o manejo del ritmo y la eufonía. [N. del E.]