Responsabilidad afectiva: ¿qué es y cómo cultivarla?

Responsabilidad afectiva: ¿qué es y cómo cultivarla?
Michelle Medrez

Michelle Medrez

Mente y espíritu

El uso del término responsabilidad afectiva es relativamente nuevo. Al igual que otras herramientas del desarrollo humano, éste busca que los vínculos sexuales y amorosos estén basados en el respeto y en la muy necesaria validación emocional, pero también que se den dentro de un marco claro de conducta según los formatos de relación que han surgido en los últimos años: me refiero al poliamor, a las relaciones casuales y abiertas, a la poligamia e, incluso, al amor romántico.

Evidentemente, al cambiar las formas en que nos relacionamos es necesario repensar los acuerdos y compromisos, el concepto de relación y lo que se espera obtener de ésta. Dicha reflexión puede llevarnos a plantear distintas preguntas, tales como: ¿qué implica que uno decida establecer relaciones afectivas o sexuales con más de una persona?; el definir una relación como no formal, ¿de qué compromisos o responsabilidades nos exenta, y cuáles son los que adquirimos?; y ¿cómo se puede establecer una seguridad emocional para mí y para las personas implicadas? Lo mismo sucede con el amor romántico, el cual desde su esencia alberga tolerancias a la violencia psicológica y a la económica, y refuerza situaciones de dependencia emocional. Aquí, la responsabilidad afectiva aspira a construir nuevas formas de diálogo y de cuidado, al tiempo que señala la diversidad de necesidades individuales que no deberían darse por sentadas.

El amor romántico desde su esencia alberga tolerancias a la violencia psicológica y a la económica...

En ambos casos, la responsabilidad afectiva busca construir relaciones más equitativas, transparentes y conscientes, en el sentido de que cada uno sepa que tiene la capacidad de generar emociones o expectativas en la otra persona y que ésta también puede generarlas en uno. Este “terreno común” permite plantear acciones basadas en la comunicación y en el establecimiento de acuerdos.

En otras palabras, todo vínculo que formamos tiene implicaciones y consecuencias, y la responsabilidad afectiva plantea la necesidad de ser conscientes de lo que decidimos —apegarnos o deslindarnos—, y de cómo esa decisión incide en el otro. Esta búsqueda del respeto a los sentimientos propios y ajenos, y de una conducta que cuide los vínculos, no sólo aplica en las relaciones de pareja: es pertinente en todas las relaciones, ya que las bases de cualquiera de ellas son las emociones y los sentimientos de cada persona, la comunicación, el cuidado y la empatía.

La manera en que podemos iniciar siendo afectivamente responsables es teniendo en cuenta una idea básica, planteada por Carl Jung en su libro Realidad del alma: “la inteligencia humana alimenta el prejuicio, según el cual en el prójimo todo es igual que en uno mismo […] se olvida, sin embargo, que el otro es efectivamente otro, que siente, que piensa, percibe y quiere a su modo”. Empezando por ahí, podemos encaminarnos a desarrollar habilidades como la empatía, la asertividad, la escucha activa, la resolución de problemas, la creatividad, la adecuada gestión y el reconocimiento de las emociones, así como el conocimiento de lo que se espera obtener de una relación, de nuestras necesidades y de nuestros propios límites.

Veámoslo con algunos ejemplos:

Pensemos en un divorcio que culmina con el acuerdo de que el padre verá a su hijo cada fin de semana y de que lo llevará a la práctica de futbol cada domingo; pero si, llegado el día, no le comunica que no llegará ni las razones por las que no pudo cumplir el acuerdo, está cayendo en una baja responsabilidad afectiva. Otro ejemplo de esto es mantener varias relaciones afectivas de forma simultánea sin comunicar esta situación a las personas involucradas, independientemente del nivel de involucramiento, desde simples mensajes hasta encuentros ocasionales.

...podemos encaminarnos a desarrollar habilidades como la empatía, la asertividad, la escucha activa...

Por supuesto, frases como: “No eres tú, soy yo”, “Pues así soy yo” o “¡Qué drama! No es para tanto” son ejemplos de poca responsabilidad afectiva. Otros comportamientos propios de la irresponsabilidad emocional son el ghosting —cuando la persona desaparece sin dar explicación—, el stalking —acciones de espionaje, persecución u hostigamiento de una persona, con afán de vigilarla— y el llamado breadcrumbing, que consiste en dar señales de interés y de evolución en el lazo emocional, sin que éstas sean sinceras.

En ejemplos contrarios, cuando el padre comunica las razones de su ausencia, valida los sentimientos del menor y cumple en otras ocasiones con el acuerdo, está siendo responsable afectivamente con su hijo. Lo mismo sucede cuando el sujeto comunica a las personas implicadas su situación amorosa, para que cada una pueda privilegiar su bienestar a partir de la decisión que desee tomar.

La responsabilidad afectiva implica tener en cuenta las consecuencias de nuestras acciones en otras personas...

En resumen, la responsabilidad afectiva implica tener en cuenta las consecuencias de nuestras acciones en otras personas —sin importar si se trata de parejas, de un familiar o de una amistad— antes de tomar decisiones que puedan afectarlas, al tiempo que se toma responsabilidad por la propia conducta.

Es prudente aclarar que la responsabilidad afectiva no elimina los conflictos de una relación, como lo refieren John Gottman y Julie Schwartz; por el contrario, los conflictos nos ayudan a plantear nuestro descontento e, incluso, la idea de que algún tema necesita reformularse. Esa acción nos ayuda a generar conexión, cuando la hacemos desde el respeto y la verdadera necesidad de entendimiento.

El amor para toda la vida no se puede prometer. Lo que sí podemos hacer es analizar las consecuencias de nuestros actos, asumir la responsabilidad que deriva de ellos, y formar el compromiso de respetar y cuidar las emociones propias y del otro a cada momento de nuestra relación.

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