Stan Lee, uno de los nombres más importantes en la historia de los cómics estadounidenses, fue cocreador, al lado de Jack Kirby y Steve Ditko, de entrañables y famosísimos personajes, como Spider-Man, The Incredible Hulk, The X-Men, The Fantastic Four y Iron Man. Además de dar vida a todos estos superhéroes, y de crear las historias y los mundos en los que habitan —construyendo así el universo Marvel—, Stan Lee fue un visionario que revolucionó el mundo del cómic en más de un sentido. Y quizá sea por eso que resulta necesario contextualizar brevemente su trabajo, para así poder apreciar en su justa medida el valioso legado que dejó al mundo de las historietas.
Podemos afirmar, sin mucho temor a equivocarnos, que el cómic tal y como lo conocemos hoy —al menos en lo que se refiere al cómic de superhéroes— apareció por primera vez en 1938, con la publicación de Action Comics #1. El reportero Clark Kent y su alter ego Superman hicieron su debut en esta historieta y, como sabemos, el personaje fue un éxito sin precedentes. Los años siguientes vieron incansables esfuerzos por repetir el éxito del superhombre; de este modo comenzó la llamada edad de oro de los cómics —que duró más o menos de finales de los años treinta hasta mediados de los cincuenta.
Dicha época vio nacer a superhéroes como Batman, la Mujer Maravilla, Flash, Linterna Verde y, especialmente, al Capitán América. Este personaje es especialmente importante en nuestra historia: en medio del conflicto en el que se encontraba el mundo durante los años cuarenta del siglo pasado, Timely Comics —eventualmente Marvel Comics— publicó el primer número del Capitán América, en cuya portada aparecía Hitler recibiendo un fuerte golpe del Capitán, que vestía, obviamente, los colores estadounidenses. Hay que recordar que muchas de las historietas de esta época funcionaron como una plataforma para la propaganda nacionalista estadounidense, y el mensaje principal era siempre que el bien —los Aliados— triunfaba, a toda costa, sobre el mal —las fuerzas del Eje.
El estudio de Joe Simon y Jack Kirby, los creadores del súper soldado Steve Rogers, tenía como asistente —podríamos decir, elegantemente, como office boy— a un adolescente que soñaba con algún día convertirse en un escritor famoso. Su nombre era Stanley Martin Lieber. Ahora bien, Stanley había entrado a trabajar en Timely Comics porque la editorial pertenecía a la compañía editorial de Martin Goodman, el esposo de una prima suya. Para el tercer número del Capitán América, Kirby y Simon necesitaban tener dos páginas de texto en las que se contara una pequeña aventura del superhéroe. El autor de este texto —que era básicamente un contenido de relleno— fue Stanley. El joven adolescente quiso conservar su verdadero nombre para cuando publicara un trabajo literario serio, así que firmó con un seudónimo y fue así como el mundo obtuvo la primera historia escrita por Stan Lee.
Un año después, en 1942, Stan se incorporó al ejército de los Estados Unidos y sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en el cuerpo de señales reparando equipos de comunicación. Más tarde fue transferido a la División de Capacitación Cinematográfica, donde permaneció hasta el fin de la guerra, en 1945. Durante los tres años que estuvo en el ejército siguió trabajando para Timely Comics como editor —una posición que continuaría desempeñando durante las décadas subsecuentes. Con el final de la guerra, la popularidad de los superhéroes fue decreciendo y las casas editoriales, incluyendo a Timely Comics y a su posterior encarnación bajo el nombre de Atlas Comics, comenzaron a publicar westerns, historias de romance, de terror y varios otros géneros. Aunque Lee continuó escribiendo este tipo de material, para finales de los años cincuenta estaba muy poco satisfecho con su trabajo como escritor e incluso consideró abandonar la industria. Por fortuna, su esposa le sugirió comenzar a desarrollar historias más a su gusto; después de todo, no tenía nada que perder.
Fue entonces cuando Goodman le pidió a Lee que creara un nuevo equipo de superhéroes —para competir en el mercado con la recién creada Liga de la Justicia. Stanley comenzó a trabajar al lado de John Kirby y, en 1961, publicaron el primer número de Los Cuatro Fantásticos. Siguiendo el consejo de su esposa, Lee creó a estos personajes alejándolos del canon que había dominado la figura del superhéroe en la década anterior: los nuevos héroes eran imperfectos, uno de ellos incluso era un monstruo, y estaban dispuestos a dejar el anonimato para ser personas famosas. Esta nueva forma de contar historias resultó ser muy exitosa y, por supuesto, redituable. Además de introducir algunos elementos de ciencia y ciencia ficción en los orígenes, poderes e historias de los personajes, el nuevo enfoque era también más realista. Pero la recién creada figura del héroe, no como un superhombre, sino como una persona común y corriente, encontró su máxima expresión en el siguiente trabajo de Lee.
En 1962, Spider-Man nació de las mentes de Lee y Steve Ditko. A Goodman no le gustaba mucho la idea de un héroe adolescente con poderes arácnidos, y trató de disuadir a Lee argumentando, entre otras cosas, que todo el mundo odiaba a las arañas y que no tenía sentido que el personaje fuera un adolescente. El escritor respondió que en todos esos defectos estaban las virtudes del personaje; Peter Parker tendría que lidiar con los problemas típicos de un adolescente: la escuela, las chicas, los problemas financieros en casa… y además ¡pelearía contra los malos con los súper poderes que adquiriría después de ser mordido por una araña radioactiva! El número 15 de Amazing Fantasy fue la primera historieta en la que apareció el héroe arácnido; para el año siguiente, es decir, en 1963, se editó el primer número dedicado exclusivamente a sus aventuras.
En gran medida, fue la veta realista lo que distinguió el trabajo de Lee de los demás escritores de su tiempo. Sus héroes, las más de las veces, obtenían súper poderes como consecuencia de desafortunados accidentes científicos —la radioactividad, en aquellos años en los que la energía nuclear era novedosa y controversial, era casi siempre un factor importante. Pero los poderes no eran el rasgo más atractivo de estos personajes, sino, más bien, sus problemas personales y su complejidad psicológica. Así, la figura bidimensional del superhéroe nacionalista fue cambiada por una figura más humana y compleja que permitía explorar otra gran variedad de temas como, por ejemplo, el racismo y la discriminación con los X-Men, la soledad y el aislamiento con Hulk, y los excesos con Iron Man. De este modo, nuestra revisión de la obra de Stan Lee nos lleva —aunque él no lo haya planeado de este modo— a plantearnos una pregunta fundamental: ¿qué es un héroe?
A lo largo de la historia, los seres humanos hemos tenido la necesidad de crear —y creer— en héroes, en hombres y mujeres con habilidades y características especiales, dispuestos a sacrificarse por el bien mayor y por el bien común. En la Antigüedad, los héroes tenían un origen casi divino; algunos de ellos incluso se volvían dioses, aunque otros decidían abrazar la naturaleza humana que, de algún modo, nunca les era completamente ajena. Sin embargo, desde el momento en que son sus actos los que los definen como héroes, aunque al mismo tiempo son ellos los que confieren a las acciones su naturaleza heroica, ser un héroe es una cuestión de humanos, es un asunto íntimamente relacionado con nuestra condición de ser-humanos, con todo lo que eso implica. Es una cuestión de acción, de responsabilidad y de tomar posturas frente a la vida. En palabras de Stan Lee:
Los héroes nos muestran que no necesitas ser perfecto para hacer lo correcto. No se trata de vivir sin temor, sino de enfrentar la injusticia. No se trata de ser poderoso, sino de encontrar tu llamado cuando menos lo esperas. Ellos nos muestran que está bien ser vulnerable por muy fuerte que seas, porque aunque ellos son héroes, siguen siendo humanos…
Tal vez la Tía May, aquella dulce mentora de Peter Parker, tenga razón y, en efecto, haya un héroe dentro de todos nosotros…
Adiós, Stan Lee, y gracias… ¡Excélsior!