Tecnoarte: tecnología y expresión artística

Zaira Torroella Posadas

Zaira Torroella Posadas

Creatividad

Casi en cualquier actividad imaginable podemos servirnos de un dispositivo electrónico. Estos aparatos y la infinidad de posibilidades que encierran han revolucionado nuestra manera de comunicarnos y relacionarnos con el mundo a tal punto que resulta difícil imaginar el día a día sin ellos. El arte —como tantos otros aspectos de nuestra vida— no pudo mantenerse inmune al constante desarrollo tecnológico que se ha desatado en las últimas décadas. Y muestra de ello es una nueva generación de artistas que está utilizando conceptos, procesos y equipos, hasta hace poco exclusivos de los círculos científicos y tecnológicos, para crear una corriente estética híbrida.

En ella tienen cabida obras como las esculturas cinéticas de luz creadas por el físico y artista Paul Friedlander, o los arrecifes bioelectrónicos —capaces de responder a la presencia del espectador— diseñados por el arquitecto canadiense Philip Beesley; estos arrecifes llevan por nombre Hylozoic Ground —tierra casi viva— y son instalaciones que simulan un entorno biológico a través de luces y nanotecnología.

Philippe Beesley, “Hylozoic Ground”.
Le pavillon du Canada (Venise) [1] 

Hoy en día el arte y la tecnología, dos disciplinas que parecerían muy lejanas, están estrechamente vinculadas. La tecnología actual ofrece nuevas herramientas de expresión a los artistas que buscan innovar tanto el proceso de creación como el de apreciación por parte del espectador. En los programas académicos para el estudio de las artes visuales, los participantes deben conocer y dominar las técnicas y materiales tradicionales —como el dibujo, la pintura, la escultura y el grabado—, pero también se fomenta la experimentación con nuevos formatos, como el arte digital, que permite la utilización de recursos informáticos en el proceso de producción de la obra o en su exhibición, al tiempo que expande las fronteras y posibilidades de lo que tradicionalmente era considerado como arte.

Algunos artistas visuales ya posicionados en la escena artística han empleado herramientas tecnológicas como tabletas electrónicas, teléfonos inteligentes o computadoras para potencializar su creatividad. Por ejemplo, uno de los artistas vivos más importantes del Reino Unido, David Hockney, presentó en 2015 una colección de cien trabajos realizados con la ayuda de su iPhone y su iPad en la exposición titulada A Bigger Picture en el museo De Young, en San Francisco. Algunas de las obras son simples bocetos que luego llevó a cabo con el pincel; otras combinan nuevas tecnologías de impresión con el dibujo en tableta y el collage digital.

David Hockney: “Winter timber”, 2009
Óleo sobre telas (36″ x 48″ c/u; 108″ x 240″ en total). Colección privada.

Un ejemplo notable más es el del arquitecto mexicano Max Betancourt Villaseñor, quien a sus noventa y cuatro años de edad cambió las acuarelas por un iPad Pro, un Apple Pencil y la aplicación Bamboo Paper para elaborar  sesenta dibujos en un lapso de apenas seis meses. Las temáticas de sus acuarelas digitales surgen de su memoria, son imágenes de su pasado; algunas de ellas fueron impresas en tela y posteriormente enmarcadas. Estos cuadros se exhibieron durante una exposición temporal titulada De la memoria al iPad, llevada a cabo en el Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México el pasado mes de febrero de 2017.

Max Betancourt: “Avenida de pueblo”

Pero al pensar un poco más en el asunto, parecería que el arte y la tecnología, en tanto dos rostros de la creatividad humana, siempre han estado fuertemente relacionados, pues a lo largo de la historia el arte ha evolucionado a la par que la tecnología. Así, por ejemplo, la tecnología rudimentaria de las herramientas rupestres utilizadas por los primeros Homo sapiens para pintar en las paredes de las cuevas con el tiempo fue volviéndose más variada y sofisticada. Los pinceles de pelo de bisonte, los pigmentos naturales y las superficies de piedra fueron sustituidos —gracias a la tecnología de la era industrial— por el pincel de cerdas sintéticas, los tubos de óleo, los botes de pintura acrílica y los bastidores de tela. Ahora, en el siglo XXI, un artista tiene la posibilidad de dibujar y pintar sin papel, sin tela y sin materiales, utilizando únicamente la pantalla luminosa de una tableta como soporte, aunque sin dejar de observar las reglas elementales de la perspectiva o de la composición cromática.

En cuanto a mi propia experiencia como artista visual, quien me ha dado las mejores lecciones sobre nuevas tecnologías ha sido mi hija de cuatro años. Como la mayoría de los niños de hoy, ella ha estado rodeada de dispositivos electrónicos desde su nacimiento y no se ha quedado atrás en la utilización de su tableta como herramienta de expresión creativa. En cualquier momento del día tiene a la mano una superficie digital que le sirve para “pintar” con sus deditos un sinfín de dibujos que tratan sobre criaturas fantásticas y vivencias cotidianas, y que hemos podido admirar, conservar y compartir a través del gran universo digital. A mí me tocará instruirla, más adelante, en las técnicas y los materiales tradicionales para completar su formación artística, pero lo haré sin limitar su creatividad ni su facilidad casi innata para manejar las nuevas tecnologías.

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[1] Autor de la fotografía: Jean-Pierre Dalbéra (Paris, Francia). Licencia Creative Commons Attribution 2.0 Generic.

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