
La verdad, no necesitaba que me lo dijeran: basta con ver atentamente sus caras para hallar en ellas expresiones de asombro, extrañeza, enojo, lastimera súplica, odio infinito, gratitud, placidez y alerta máxima, y otras que parecen advertir: “si te acercas, te muerdo”, o exigir: “ya que estás ahí, acaríciame un rato”. Pero, en fin, la ciencia confirma lo que muchos dueños, gatófilos y demás admiradores de los felinos ya sabemos: los gatos tienen una lenguaje gestual muy complejo, del cual se han identificado casi trescientas expresiones faciales.
Eso es lo que afirma un estudio, publicado hace unos días, de la revista médica Behavioural Processes. Sus autoras, dos científicas estadounidenses, grabaron el comportamiento de 53 gatos domésticos del pelo corto que convivían en un café pet-friendly para registrar los movimientos de los músculos de sus caras durante diversas interacciones. Tras analizar 194 minutos de grabación con un software de reconocimiento facial, identificaron 26 movimientos musculares que los gatos combinan para producir un total de 276 expresiones faciales distintas a lo largo de la comunicación.
Entre las expresiones identificadas se encuentran los labios entreabiertos, la caída de la mandíbula, las pupilas dilatadas o contraídas, parpadear y entrecerrar los ojos, subir o bajar las comisuras de la boca, lamerse la nariz, extender o retraer los bigotes y las distintas posiciones de las orejas. Para darnos una idea de la variedad gestual felina, los seres humanos contamos con un repertorio de 44 movimientos faciales.

La pareja también descubrió que la mayor parte de las expresiones felinas son claramente amistosas (45%) o decididamente agresivas (37%), y que el 18% restante es, como la sonrisa del gato de Cheshire, tan ambiguo que entraba en ambas categorías. Y eso lo sabemos bien los dueños de gatos cuando no sabemos si la expresión de nuestro peludo significa que nos está agradeciendo el cariño que le damos o que está a punto de saltar para despedazarnos.
Lo que dicen exactamente los gatos con todo este lenguaje aún sigue siendo un misterio. Pero un último aspecto interesante es que todo parece indicar que esta gama tan amplia de comunicación silente se debe a los casi diez mil años de convivencia del gato doméstico con los humanos: muchos de estos gestos obedecen a procesos de socialización exclusivos de los especímenes domesticados y se relacionan con la creación de lazos entre miembros de la camada y con el humano proveedor de alimento y protección.

O sea que no estamos enloqueciendo: en efecto, nuestros gatos han evolucionado para —como el Gato con Botas de las películas animadas— ser capaces de enternecernos irresistiblemente con sus grandes y tristes ojos, y así convencernos de que les convidemos un poco de nuestra comida, de que los acariciemos, de que ya nos levantemos o de cualquiera de las otras exigencias que a menudo nos hacen preguntarnos qué especie fue la que domesticó a la otra…
