
Una de las razones por las que decidí dedicarme a escribir fue a causa del programa de televisión chileno 31 minutos, el cual marcó mi infancia que estuvo llena de juegos tradicionales, salidas en bicicleta y tardes de mirar la TV abierta. Fue en el año 2003 cuando 31 Minutos irrumpió en las pantallas chicas y pronto se convirtió en parte de la cultura pop. La premisa del programa era sencilla: un noticiero infantil satírico con comentarios mordaces sobre la sociedad, la política y los medios; con el tiempo, las marionetas se convirtieron en figuras de culto capaces de entretener, informar y, sobre todo, enseñar a cuestionar la realidad.
Generaciones enteras de niños y jóvenes crecimos con él, aprendiendo a apreciar la ironía de la vida adulta y la diversión en un mundo que a veces cree que los niños no piensan, ya que a lo largo de dos décadas el programa es una prueba de que la inteligencia y el humor pueden coexistir perfectamente en la televisión dirigida a los más pequeños.
A principios de octubre de 2025, se publicó la presentación de 31 minutos en el programa Tiny Desk Concert, el formato de conciertos de NPR Music en YouTube. Este concierto se convirtió en un evento que trascendió fronteras y ha sido visto doce millones de veces. Tulio Triviño, Juan Carlos Bodoque, Patana y el equipo de marionetas llevaron el humor absurdo y la crítica social a la intimidad de NPR, demostrando que este noticiero entretuvo y educó a varias generaciones.

Para la audiencia conocedora, la llegada de 31 minutos al Tiny Desk Concert fue un choque visual y cultural. Este formato, conocido por su sencillez e intimidad, nunca antes había recibido a una banda compuesta casi exclusivamente por títeres. La actuación de Tulio, Bodoque y compañía subraya la efectividad de su propuesta. El manejo de cámaras dejó entrever la maestría de los titiriteros al seguir una narrativa que, de fondo, contenía un discurso sobre la migración.
El show se enmarcó en la celebración del mes de la herencia hispana en Estados Unidos y 31 minutos aprovechó la ocasión con tintes de irreverencia; uno de sus puntos más altos fue al aludir a las estrictas políticas migratorias en dicho país: Tulio Triviño abrió con un chiste sobre sus visas, equiparando los 31 minutos del título con “el tiempo en el que expiran nuestras visas de trabajo”. Este guiño a la realidad de miles de migrantes latinos conectó la presentación con la diáspora.
A lo largo de los años, el humor como herramienta de crítica social ha sido constante en el programa; en este caso, la sátira funcionó como una forma de resistencia cultural, abordándola con ligereza. El tono irónico con el que abordaron la etiqueta de “latino” o “hispano” resonó entre los fanáticos; Bodoque y Tulio jugaron con los estereotipos, recordándonos que la identidad latina es compleja y no monolítica. Esta presentación fue una invitación a reírse de las categorías culturales impuestas desde afuera. La química entre los títeres y el equipo humano fue una prueba del profesionalismo de la producción chilena, en el que cada gesto y cada comentario al margen contribuyeron a la atmósfera de humor inteligente y afectuoso.

La adaptación acústica del espacio permitió apreciar la sofisticación armónica, que sobresalía a la par del humor narrativo, y en el repertorio de canciones destacó “Bailan sin César” con un arreglo acústico, la cual fue dramatizada por Latidos Latinos Urbanos Emergentes Hip Hop Hermanos Brother (LLUEHHHB), un grupo musical de hip-hop conformado por personajes del programa.
Otras canciones que evocaron la nostalgia de la infancia pérdida fueron “Yo nunca vi televisión”, con su comentario social, y “Arwrarwrirwrarwro” con su letra inentendible que invita al absurdo puro; esta selección de temas muestra el amplio rango temático y emocional del programa.
El Tiny Desk de 31 Minutos marcó un antes y un después en la historia de los conciertos de NPR, así como una inclusión orgánica y congruente de la cultura pop latinoamericana en los medios mainstream estadounidenses. Además, fue un triunfo para la creatividad no convencional y el humor con referencias culturales muy específicas, que llegaron a una audiencia internacional. Aunque ya eran figuras de culto, el concierto presentó a los personajes ante un público que quizá nunca había sintonizado el programa. En ese sentido, 31 minutos reafirmó su estatus como fenómeno internacional y probó que la sátira ingeniosa es un lenguaje universal.
En resumen, el espectáculo de 31 minutos —con sus bromas sobre política, la TV basura y la vida moderna— hizo patente que su mensaje sigue siendo tan relevante como hace dos décadas: el programa nunca ha dejado de ser un espejo satírico de la realidad, utilizando la inocencia aparente de los títeres para decir verdades incómodas. Para los adultos que crecieron viendo el programa, este concierto apeló directamente a la nostalgia y fue como un viaje a la infancia, un reencuentro con los personajes que nos sacaron miles de risas; para los demás, fue un recordatorio de que el entretenimiento inteligente incita a la reflexión y de que un buen guion no necesita sofisticados efectos especiales ni artilugios musicales. Si aún no has visto el concierto, aquí te lo dejamos:



