Adentro: divagaciones oníricas

Adentro: divagaciones oníricas
Luis Fernando Escalona

Luis Fernando Escalona

Ficciones

Llegas a casa después de un día turbio. Enciendes la luz y te recuestas en el sofá. No tardas mucho en sumergirte dentro de un mundo al otro lado de tus párpados, donde todo, al inicio, se vuelve oscuridad. Silencio y oscuridad.

Despiertas en un gran infinito de color azul. Tomas consciencia y te das cuenta de que puedes volar. No necesitas alas. Sólo eres tú y la brisa. Te desplazas a lo largo de esta libertad cuando, de repente, el cielo se derrama contigo y te ves nadando en las aguas de un mar apacible.

Emerge la aleta y descubres a un delfín que se acerca a ti. Sonríes. Te gusta la sensación. De pronto aparece otro y otro más. Es un grupo que nada alrededor de ti, divertido, y que te genera tal seguridad que te dejas mecer por las olas. Cierras los ojos y, mientras el vaivén te sujeta, la oscuridad te cubre otra vez.

Abres los ojos en medio de una jungla, en la noche. El aire es más denso, como si estuvieras en un lugar más profundo que te impide moverte como quisieras. Pero sabes que debes apresurarte. Algo dentro de ti se impone a tu cuerpo.

A tu alrededor, la lluvia cae con fuerza. Sujetas en tu mano una daga que tiene el mango color rojo y te desplazas entre los árboles. Vuelan balas a tu alrededor, rápidas, tan feroces como los rayos de la tormenta.

Sabes que tienes una misión. Debes rescatar a tu equipo. Te miras. Vistes un traje verde que te oculta entre la hierba. Hay voces que gritan en distintas direcciones. Lo mejor es avanzar.

Sales a campo abierto. Las ráfagas pasan con rapidez. No puedes quedarte ahí. Corres hacia el frente. Escuchas el fuego cruzado. De repente, un impacto te alcanza, te quema el pecho, la sangre brota y te desplomas sobre la hierba.

Entonces la oscuridad te cobija de nuevo, te eleva como si flotaras en la nada. Y abres de nuevo los ojos en el mar. Pero despiertas con una sensación de agobio, de confusión. Las olas se han agitado. Llueve. ¿Dónde están los delfines? Miras a todos lados y encuentras una aleta que te hace sentir seguro. Nadas hacia ella. La aferras. El vaivén de las olas deja al descubierto la parte frontal del animal y te encuentras con unos ojos negros y una hilera monstruosa de dientes afilados. Gritas. No sólo es uno, hay varios tiburones acechando, aproximándose hacia ti.

Despiertas en medio del horror. Tienes la seguridad de que fue tu propia voz la que te trajo hasta el sofá de la sala. De tu frente gotea el sudor y evocas la imagen de la tormenta en medio de las metrallas. Tu mente aún persigue los residuos del sueño dentro del sueño mientras ubicas tu entorno. Estás en casa y la estancia está llena de luz.

Tu respiración se va relajando. Los latidos en tu pecho comienzan a bajar su intensidad y te das el lujo de sonreír con gran alivio. Entonces reparas en el objeto que tienes en tu mano. Sostienes una profunda inhalación. Tus ojos se encuentran con una daga que tiene el mango color rojo.  Afuera, la tormenta azota la ciudad y a lo lejos se escucha una balacera. De tu pecho emana sangre y algo te quema por dentro.

Por dentro.

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