Adoptelitismo: adopción de mascotas y discriminación

Adoptelitismo: adopción de mascotas y discriminación
Rafael Pérez-Vázquez

Rafael Pérez-Vázquez

Uno de los tantos rasgos sociales que —desde mi humilde punto de vista— ha distinguido a esta parte del siglo XXI es la popularización de la idea de los derechos animales, los cuales han derivado en leyes y prácticas que los protegen, en parte gracias a personas que consideran “perrhijos” o “gathijos” a sus mascotas y les ponen nombres de persona, los visten, les compran juguetes e incluso los pasean en coquetas carriolas. Y más aún: dentro de la encomiable práctica de la adopción de animales abandonados que han sido rescatados, existe una actitud que he decidido llamar como el título de este artículo: adoptelitismo.

Como podrás deducir fácilmente, este neologismo —inventado por tu servidor, aunque no tengo interés alguno de que se adopte en el habla común— está formado por las palabras adoptar, que en este caso se refiere al acto de acoger a un animal para convertirlo en mascota, y elitismo, que podría definirse como la promoción de los privilegios de una clase social o de un grupo minoritario, selecto y con poder. Seguramente te preguntarás a qué me refiero y la mejor manera en que puedo explicarme es con un ejemplo hipotético:

Rescaté a estos dos hermosos bebés de dos meses y los doy en adopción. Si te interesan, envía un correo a adoptame@perrosfifi.com y te haré llegar una solicitud. Por desgracia, ya no me dejan publicar en una página donde llegaban buenas familias. Por favor, si eres del Estado de México o vives en zonas con alto índice de maltrato y abandono, no me escribas. Gracias.

La mirada triste de un perro

Como aclaré, se trata de un post ficticio… pero basado en uno real que apareció en mis redes sociales y que, de hecho, fue la inspiración de este artículo. Al analizar lo que dice a la luz de hechos por todos conocidos, desde luego resulta comprensible el esfuerzo para evitar que el animal adoptado termine encadenado y asoleándose en una azotea, siendo golpeado por unos dueños violentos o lanzado nuevamente a la calle. Pero, ¿hasta qué punto es el código postal lo que determina la probabilidad de que estos execrables actos sucedan?

A mis ojos —que crecieron viendo los aconteceres de un barrio popular de la Ciudad de México, hace ya algunas décadas—, más que hablar de prevención o de cautela, aquí estamos ante la propagación de prejuicios y estereotipos del tipo “los pobres son malos, los burgueses son buenos”, pero aplicados a la adopción y al crianza de animales rescatados. En otras palabras, según la autora del posteo, es el nivel socioeconómico, y no la educación, los valores, la calidad humana o la afinidad hacia los animales, lo que hace apta o descalifica a una persona para convivir con una mascota y hacerse responsable de ella.

El asunto no para ahí, pues en una ocasión que tuve interés en adoptar un gatito en una de estas páginas que publican fotos de animalitos desamparados, desistí al enterarme de los requisitos: solicitud llena, estudio socioeconómico, visita a tu casa “para ver si tienes el espacio y cumples con las condiciones” y firmar una carta donde te comprometes a alimentarlo con croquetas de determinada marca y a atenderlo sólo en clínicas veterinarias de prestigio, lo cual dejaba claro que, para ciertas instituciones, no todos ganan lo suficiente como para adoptar. Si eso no es discriminación, me gustaría saber de qué otra forma podría llamársele.

"...hallaré un par de ojos que brillen en la oscuridad..."

La fortuna es que, como dijo el visionario creador de Parque Jurásico, “la vida encuentra su camino”. Entonces, así como estoy convencido de que la persona que cada uno somos —con defectos, vicios, manías y carencias— es suficiente para hallar a otra persona que nos ame, del mismo modo confío en que un día o una noche inesperados hallaré un par de ojos que brillen en la oscuridad y que, sin conocerme, confiarán en mí y vendrán conmigo hasta la casa para caminar juntos un tiempo y escribir un capítulo más en esta desconcertante aventura llamada vida…

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