![Francisco Masse](https://www.bicaalu.com/wp-content/uploads/francisco_masse.jpg)
Aunque no me he convertido al budismo ni me considero un practicante dedicado, puedo decir que dos de las mayores lecciones que he aprendido de esta doctrina son las nociones del apego y de la aversión. El primero, en palabras muy simples, es un aferramiento anímico que se resiste a aceptar la transitoriedad de todo lo que existe y acontece; la segunda, en cambio, es un rechazo profundo de la realidad tal como es. Sin más ánimo que el de compartir una lección asimilada, en estas líneas trataré de explicar cómo ambos son la raíz de muchas de las emociones negativas que nos afligen diariamente.
Si estás al tanto de las noticias, sabrás que la depresión y la ansiedad son dos de los trastornos mentales más comunes entre la población, y he de confesar que —como muchas otras personas— a lo largo de mi vida he combatido ambos padecimientos con diversas terapias y herramientas. Así, tengo más o menos claro que la depresión es un estado que se distingue por una tristeza profunda, irritabilidad y sensación de vacío; y que los trastornos de ansiedad tienen que ver con la anticipación catastrófica a hechos que podrían tener lugar en el futuro.
![Depresión y ansiedad: dos de los trastornos mentales más comunes.](https://www.bicaalu.com/wp-content/uploads/apego_y_aversion_a.jpg)
En ambos casos, y en muchos otros estados aflictivos más, la voz del crítico interno tiene un papel preponderante. Me refiero, claro, a los pensamientos intrusivos que nos dicen que nadie nos quiere, que no somos lo suficientemente buenos o que mejor sería no haber nacido, o que profetizan tragedias, ridículos, pérdidas o un peligro terrible e invisible que nos acecha y puede golpearnos cuando menos se espera.
La mayor parte de las veces, estos pensamientos son incontrolables y es común que ni siquiera seamos conscientes de ellos. Pero a través del ejercicio de la atención plena es posible enfocarse en el presente y, así, “cacharnos” cuando uno de ellos aparece en el horizonte de la mente y detona los mecanismos emocionales que nos postran en “la depre” o nos tienen con el Jesús en la boca y mordiéndonos las uñas constantemente.
En mi caso particular, me he dado cuenta de que —en adición a los dos trastornos mencionados— mis azotes emocionales son la culpa, la nostalgia dolorosa, el deseo obsesivo y la ensoñación excesiva, a la que ya me referí anteriormente en este espacio. Nada extraordinario hay en ello. Pero la verdadera revelación fue cuando me percaté de cómo estos seis estados aflictivos están directamente relacionados con mi apego y aversión al pasado, al presente y al futuro.
Veamos: cuando me apego al pasado, me rehuso a aceptar que las personas y las alegrías pretéritas ya no están aquí conmigo; así sobreviene la nostalgia dolorosa, acompañada con lágrimas por el pasado que nublan la vista de lo que está frente a mí en el presente. Del otro lado de la balanza, al rechazar el pasado por la razón que sea, es frecuente sentir culpa y recriminarme por algo que dije, decidí, hice o dejé de hacer; por ejemplo, cuando me fustigo diciéndome que debí haber hecho caso a mi madre, pues hoy sería un médico especialista realizado, con la vida económicamente resuelta y un sentido de trascendencia.
Por otro lado, imaginar escenarios y hechos futuros no tiene nada de malo, a menos que uno se aferre a la expectativa de un resultado específico, o bien, se distraiga tanto en ellos que se olvide de vivir el presente: ambos son productos del apego al futuro. Y, en sentido contrario, al anticipar un escenario próximo y sentir aversión por él, sobrevienen la preocupación y la ansiedad: nos aterra quedarnos sin trabajo, la muerte de un familiar, quedar mal o hacer el ridículo frente a alguien, que un sismo poderoso nos sorprenda en un edificio alto o cualquier otro escenario posible pero improbable, catastrófico o incontrolable.
Al último está el presente. Si sentimos mucha aversión por nuestra condición actual —la edad, el aspecto físico, el trabajo, el saldo en la cuenta bancaria o la situación sentimental—, tenemos el caldo de cultivo perfecto para una depresión. En contraste, al desear o anhelar con demasiada intensidad lo que pasa frente a ti en tu presente —una prenda, un auto nuevo, una pareja atractiva, un estilo de vida o la posibilidad de viajar— es fácil caer en la frustración y que ésta se convierta en aversión, con los resultados que leímos anteriormente.
![Aversión por nuestra condición actual = caldo de cultivo para una depresión.](https://www.bicaalu.com/wp-content/uploads/apego_y_aversion_b.jpg)
Desde luego, una cosa es tener claros estos hábitos y dependencias, y otra, estar libre de ellas. Hablamos de años y hasta décadas de condicionamiento individual, familiar y social, cuyas secuelas no son fáciles de erradicar. El trabajo en este sentido es personal, intransferible y sin atajos; sin embargo, si tuviera que darte un único consejo al respecto, sería: trata de aceptarte y de aceptar tu realidad tal como es, procura las causas y condiciones de aquello que quieres para tu vida, pero jamás te aferres al resultado.
Y es que, incluso si no obtienes precisamente lo que deseas —muchas veces, una exigencia del ego—, estoy seguro de que, si pones la suficiente atención en tu vida diaria, encontrarás muchos motivos pequeños y sutiles para ser feliz.
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