Sobre los campos de concentración nazis se ha escrito, filmado y expresado muchísimo. Hay historias de sufrimiento y esperanza como La lista de Schindler, la obra magna de Spielberg; otras que mezclan terapias con experiencias de vida, como El hombre en busca del sentido de Viktor E. Frankl, y otras más con un tierno sentido del humor, como La vida es bella de Roberto Benigni.
Algunas de estas historias son fascinantes porque mezclan el ingenio, el valor y la audacia, aunque son las menos comunes: las de quienes burlaron a los soldados nazis, lograron escapar de los campos y siguieron con sus vidas, contemplando el mundo desde afuera de las alambradas.
Se decía que el único modo de salir de esos lugares, cuyos nombres hasta hoy se recuerdan con horror —Auschwitz, Dachau, Bergen-Belsen, Treblinka—, era muerto, a pesar de que los letreros en la entrada anunciaban Arbeit macht frei: “El trabajo los liberará”. Aun así, unos cuantos lo lograron. Estas son historias de triunfo que, por desgracia, han quedado eclipsadas por la siniestra atmósfera de los campos de exterminio que conformaron la llamada “solución final”.
Ficción y realidad
En 2016, el escritor de thrillers Andrew Gross publicó la novela The One Man, que en nuestro país se tradujo como El elegido. Se trata de una historia de espionaje trepidante de lectura fácil que no da tregua al lector y está estructurada en setenta y siete capítulos breves; describe los pasos de Nathan Blum, un judío radicado en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, que trabaja para el Servicio Secreto y debe infiltrarse en el campo de concentración de Auschwitz para fugarse con Alfred Mendl, un físico que ayudará a los estadounidenses a construir la bomba atómica y, así, ganar la guerra.
La simple idea de entrar por voluntad propia a Auschwitz ya es digna de ficción; y la de escapar, aún más. Cualquiera pensaría que se trata de la imaginación de un narrador, pero no es así. Como sucede con muchas obras de aparente ficción sobre la Segunda Guerra Mundial, los hechos son más impactantes que cualquier historia que podamos imaginar.
El hombre que quiso entrar a Auschwitz
Denis Avey era uno de los miles de soldados británicos que lucharon contra los nazis en la Segunda Guerra, y hubiera pasado desapercibido a no ser por un acto que le valió un lugar en la posteridad: entró de incógnito al más cruel de los campos de concentración para ser testigo de todo lo que allí ocurría.
(Editorial Planeta, ISBN-13: 978-8499980072)
Avey fue arrestado por los nazis y enviado a un campo de trabajo cerca de Auschwitz. En ese entonces, nadie sabía a ciencia cierta lo que ocurría allí, ni la función del crematorio o la cámara de gas. Denis, curioso como era, fue hasta las alambradas y entabló amistad con un judío llamado Ernst Lobethal.
A los prisioneros ingleses se les trataba mal, pero no peor que a los judíos, así que de vez en cuando Denis recibía cajetillas de cigarros o paquetes de la Cruz Roja. Un día, intercambió ropa con Ernest y se puso la tristemente famosa pijama a rayas: así fue como se coló al campo de exterminio y supo todo lo que allí ocurría. De milagro, Avey logró sobrevivir y escribió sus memorias, que se publicaron en 2011 bajo el título El hombre que quiso entrar a Auschwitz.
Una aventura tan extraordinaria tendría detractores, y con justa razón. Hasta hoy su historia es puesta en duda por historiadores como Guy Walters. Pero, como sea, Avey murió en 2015 a los 96 años.
No se puede olvidar
En The One Man aparecen dos personajes que no tienen nada de ficticio: Rudolf Vrba y Alfred Weltzer. Ambos fueron de los pocos que escaparon de Auschwitz y ofrecieron testimonios y pruebas de todo lo que allí se llevaba a cabo.
Vrba no pudo estudiar: a los 15 años lo expulsaron de su escuela en Eslovaquia por ser judío; Weltzer, por su parte, era periodista. Ambos terminaron encerrados en el campo en 1942 y forjaron una entrañable amistad que los llevó a idear un plan descabellado: se fugarían del lugar más espantoso de la Tierra y con la mejor vigilancia de aquel entonces.
Vrba era autodidacta y un tipo extremadamente inteligente; junto con Weltzer, evaluó todos los intentos de fuga fallidos y llegó a varias conclusiones: una, que la gente que entraba a Auschwitz no sabía lo que ocurría allí, y dos, que el único momento en que los guardias estaban descuidados era cuando buscaban a los prisioneros que faltaban al pase de lista durante tres días protocolarios.
Durante la Pascua de 1944, los dos hombres se escondieron entre un montón de tablones de madera, cubriéndose el cuerpo con tabaco y gasolina para confundir el olfato de los pastores alemanes. El peligro estaba en cada centímetro: por un lado, los nazis y por otro, morir quemados por estar rodeados de madera y gasolina. Se encontraban lo suficientemente cerca de la salida para huir al cumplirse las setenta y dos horas. Cuando los alemanes los dieron por fugados, Vrba y Wetzler pudieron, ahora sí, fugarse de verdad. Llevaban una lata de Zyklon-B —un pesticida hecho a base de cianuro— como evidencia para demostrar a los aliados que decían la verdad.
Tras once días de huir por el bosque a pie, llegaron a Eslovaquia y contactaron al Consejo Judío para redactar el informe donde contaron al mundo todo lo que vieron. A este documento se le conoce como El protocolo Auschwitz o, por obvias razones, El informe Vrba-Wetzler.
Weltzer falleció en 1988 y Vrba, en 2006. Éste último escribió varios libros, siendo uno de los más destacados el autobiográfico No puedo perdonar. Hoy sus nombres son símbolo de esperanza, persistencia e ingenio.
El auténtico James Bond
Entre estas historias trágicas, hay una en particular fascinante, protagonizada por el espía inglés Forest Frederick Edward Yeo-Thomas. Un hombre con suerte, carisma y soberbia, que fue uno de los modelos que Ian Fleming tomó para crear al agente secreto más popular de la literatura y el cine: James Bond.
Como todo agente secreto, Yeo-Thomas tenía un nombre clave: White Rabbit o “Conejo blanco”, por su talento para huir del peligro y salir inmune de situaciones en las que cualquier otro habría perecido en cuestión de minutos.
Yeo-Thomas era la envidia de sus compañeros: seductor, inteligente, suertudo, talentoso. Por eso, en 1944 Churchill lo eligió para saltar en paracaídas hacia la Francia ocupada por los nazis. Pero el espía confió demasiado en su talento y fue apresado por la Gestapo, quienes lo torturaron sin obtener nada a cambio. [1] Como respuesta, los nazis lo llevaron al campo de concentración de Buchenwald.
Yeo-Thomas pudo deprimirse y darse por vencido, pero en lugar de esto organizó un grupo de resistencia en el campo y, después, se fugó. Y como “una no es ninguna” volvió a escapar de los nazis en cinco ocasiones más. El escurridizo espía falleció en 1964, dejando tras de sí todo un legado biográfico y ficticio; por ejemplo, libros sobre su vida como Bravest of the Brave de Mark Seaman, y toda la saga de 007.
Estos son sólo algunos ejemplos, pero hubo más personas que lograron huir del exterminio y constituyen un ejemplo de cómo el ingenio puede combatir al odio.
[1] Como dato cultural, la tortura que le aplican a Bond en Casino Royale (2006) fue bastante similar para Forest.