Homenaje a Quino

Homenaje a Quino
Rafael Sánchez

Rafael Sánchez

Personas que inspiran

¿Y Dios habrá patentado esta idea del manicomio redondo?
Mafalda

Es curioso, pero he tenido que comprar mi colección de tiras cómicas de Mafalda en varias ocasiones. La primera se arruinó hace años, cuando aún vivía en casa de mis padres, pues mis muchos hermanos la leyeron y les gustó tanto que la compartieron con sus amigos; cuando me los devolvieron, los libros se deshojaban y les faltaban páginas. [1]

La segunda colección la perdí por un desplante amoroso: se la ofrecí como regalo a cierta novia, misma que un buen día terminaría por negarme sus quereres y, por supuesto, con ella se fueron mis Mafaldas. Mi última adquisición ya tiene sus años; no la pude conseguir con la bonita y esbelta caja que solía contener los doce números clásicos y, a pesar de que la he mantenido alejada de mis hermanos, veo con tristeza que sus hojas ya se están desprendiendo…

Mafalda y sus amigos

Joaquín Salvador Lavado Tejón —Quino, para nosotros— nace en Mendoza, Argentina, en 1932. En 1954 comienza a publicar sus primeros cartones, que consistían en una sola escena que contaba toda una historia: por ejemplo, una pareja ante el altar, lista para recibir el sacramento del matrimonio, es señalada por una larguirucha cigüeña que habla con el padre oficiante, quien la escucha con atención, con gesto severo y preocupado; los dibujos parecen sencillos, pero la gesticulación de los personajes es poderosa y efectiva. En 1963, aparece el libro Mundo Quino, que recopila parte de esos trabajos publicados en revistas semanales.

Quino

En 1964, se publica en el semanario Primera Plana de Buenos Aires la primera tira cómica de Mafalda, en la que Quino había estado trabajando. Poco después, en 1965, comienza a publicarse en el periódico El mundo, seis días por semana. Muy pronto, la pequeña Mafalda se haría famosa y sería conocida en América Latina y Europa.

Como todos sabemos, Mafalda es una niña argentina que forma parte de una familia típica de los años sesenta: la mamá que está en casa, ocupada con los quehaceres domésticos; el papá que trabaja en alguna oficina, con un sueldo que les permite una vida cómoda, pero sin lujos, y los tres viviendo en un edificio de departamentos de medio pelo.

Mafalda convive con su grupo de amigos: Susanita, Felipe, Manolito, Libertad y Miguelito; la personalidad de cada uno de ellos se pone de manifiesto ante los eventos de la vida diaria. Por ejemplo, el día en que Susanita se entera que Mafalda va a tener un hermanito —el Guille—, apenas cuelga el teléfono tras recibir la noticia, se presenta ante sus papás para gritarles: “¡Nos hemos dejado ganar como unos estúpidos!”

Mafalda
Manolito, Felipe y Mafalda

Si se trata de Felipe, recuerdo un pasaje en el que Mafalda está leyendo una revista, mientras él, que ha estado cavilando, de pronto se levanta de su silla y dice:

—¡Un safari! ¡Eso sí que me gustaría! ¡Ya me veo frente a una bestia enfurecida! ¿Qué haría yo, Felipe, frente a una fiera enfurecida? —Mafalda lo mira extrañada sin contestar. Él permanece de pie, reflexionando ante su propia pregunta. Finalmente, abatido, regresa a su silla.

—¡Qué sé yo qué haría…! La cobardía tiene tantos matices…

Miguelito es uno o dos años más joven que Mafalda. Su candor y sus preocupaciones producen un agradable efecto a sus comentarios, como el día en que se encuentra a Felipe en el parque haciendo meticulosas revisiones con una regla a un avión de papel.

—¿Por qué tantas mediciones, Felipe? —pregunta Miguelito.

—Porque quiero que este avión me salga bien.

—Yo lo que quiero que me salga bien es la vida —responde Miguelito y se retira del lugar. Felipe digiere lo que su amigo acaba de decirle y, al poco tiempo, hace una bola de papel con el avión y se marcha.

Yo quiero a todos los personajes por igual, pero Mafalda se gana a pulso un lugar especial. ¿Recuerdas la ocasión en que ella descubre la goma de mascar? Masca y masca, infla y revienta bombas, y así hasta que se lo saca de la boca y, observándolo, dice: “Este chicle resulta de lo más divertido, siempre que uno no se ponga a compararlo con las ilusiones de nadie”. O cuando la encontramos dibujando un mundo del que sobresale una flor enorme, mientras una mosca vuela sobre su cabeza y se posa en la pared; Mafalda se levanta con cuidado de no asustarla, enrolla el dibujo y, de un golpe, acaba con la mosca. Entonces, la vemos entristecerse y pensar: “Pucha… Apenas uno se descuida, se le va al demonio esa poesía que sólo los niños tenemos”.

Más allá de Mafalda

En 1973, agotado de tanto cuidar de la pequeña, Quino toma la decisión de abandonar a Mafalda. Sin embargo, continúa dibujando y produciendo sus otros cartones que no tienen personajes fijos. A lo largo de los años, compiló sus obras en libros como Yo que usted, Gente en su sitio, Hombres de bolsillo, Déjenme inventar, Quinoterapia, y muchos más.

El gusto por Quino se contagia en todas direcciones: de casa en casa, de chicos a grandes, de padres a hijos, de amigo a amigo. Uno ve gente en el parque, el autobús o la cafetería sosteniendo uno de sus libritos de forma peculiar entre las manos. Sí, es de monitos, en blanco y negro, pero el trabajo de Quino conserva su vigencia y frescura; parece recién salido del horno y listo para hacernos pensar o arrancarnos una carcajada.

A veces, Quino era un artista de pocas palabras que prefería las líneas, los trazos juguetones, la multiplicidad de gestos. Pongamos por caso al hombre que, a punto de develar un busto, lee su discurso frente a un grupo de caballeros elegantemente vestidos —de frac, con sombrero de copa—; de la boca del hombre no emergen palabras, sino el dibujo agigantado y grandilocuente de una mano cuyo dedo índice se agita convencido; luego, la misma mano se muestra apasionada y conmovida; finalmente, el busto es descubierto y el índice nos señala la imagen del prohombre, del estadista, del político. El público se quita el sombrero con gesto solemne; sin embargo, entre los caballeros hay uno, tal vez distraído, que no se descubre la cabeza. Entonces, la mano colérica y efectiva, con un certero capirotazo, le vuelca el sombrero al irrespetuoso.

Los personajes de Quino lo abarcan todo, tanto la medicina como el amor, los complejos, la política, la riqueza, la tecnología, el arte, la contaminación, el erotismo o las clases sociales. El humor prevalece en los cartones, pero también la sátira dulzona: en este universo, uno no alcanza a odiar al abusivo, al aprovechado, al sinvergüenza, pues Quino les agrega una pizca de inocencia que los torna menos malvados, menos fatídicos. Como en aquella secuencia del político que viaja en un enorme automóvil descubierto, protegido por oficiales en motocicletas y guardaespaldas trajeados —con diminutos auriculares en la oreja y una mano diligente dentro del saco donde se guarda el arma protectora—; en su recorrido, el político va arrojando chupones de bebé que el público recibe con ojitos esperanzados, agradecidos y hambrientos a la vez. Ése es Quino.

Si bien la economía de palabras permanece a lo largo de sus trabajos, la abundancia de elementos en la escena ha evolucionado para transmitir rotundamente el vértigo de las circunstancias o para enmarcar el escándalo puritano de ciertos personajes. La bajeza o la estupidez quedan mejor expuestas, realzadas, con una profusa cantidad de detalles que conforman el cuadro.

Quino recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014. Y yo me contento de saber que en mi librero me esperan —un poco maltratados por el uso— algunos de los libros de este magnífico hombre que dibujaba la vida para reírse un poco de ella…

Homenaje a Quino por Emiliana Perdomo
Cierre artículo

[1] Las imágenes que ilustran el presente artículo fueron obtenidas de: Joaquín Salvador Lavado (Quino), Todo Mafalda, Buenos Aires, Ediciones de la flor, 2003. Esto a excepción de la última tira cómica, que fue realizada por Emiliana Perdomo.

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