La ciencia detrás de los abrazos

La ciencia detrás de los abrazos
Francisco Masse

Francisco Masse

Inspiración

Naranja dulce, limón partido
Dame un abrazo que yo te pido…

Ronda infantil mexicana

Dudo mucho que exista una estadística que lo confirme, pero es muy probable que diciembre sea el mes del año en que los seres humanos promedio dan y reciben una mayor cantidad de abrazos. Ya sea con amigos, familia, vecinos o compañeros del trabajo, la recta final del año es la ocasión más propicia para desear “una feliz navidad”, o el consabido “próspero año nuevo”, y el método más tradicional de hacerlo es, claramente, un abrazo.

Abrazos hay de todos los tipos: desde el que comparten dos amantes cuando entre ellos aún arde la llama del deseo —mi madre los llamaba, en tono de burla, “abachobechos”—, hasta el que los niños pequeños torpemente reparten entre los abuelos, los tíos y demás parentela —con besos pegajosos y todo— durante la cena de Nochebuena; también están los abrazos sonoros, atronadores y bruscos que se dan los amigos varones cuando hay camaradería entre ellos —hay quienes sostienen que tanta hosquedad es para dejar claro que no existe ningún matiz homosexual entre quienes se lo dan—, y los asépticos abrazos que se dan quienes no acostumbran el contacto físico… y separan debidamente las caderas durante la unión para dejarlo claro.

Pero, ya entrados en el tema, ¿a qué se debe que los humanos expresemos nuestras emociones mediante abrazos? Un artículo de la revista en línea Psychology Today, escrito por el doctor Sebastian Ocklenburg, arroja un poco de luz sobre el asunto: según estudios e investigaciones, al abrazar a otro ser humano que nos importa, nuestros cerebros segregan una importante cantidad de oxitocina —la llamada “hormona de la fidelidad”—, la cual es la principal responsable de que establezcamos relaciones de amor y amistad, y de que alberguemos sentimientos gratos por parejas, hijos, amigos y familia.

Otro dato interesante que aporta dicho artículo es que, cuando nos abrazamos, usualmente hay un brazo que inicia el abrazo; según las estadísticas, alrededor del 90 por ciento de los humanos son diestros, por lo que la mayoría de nosotros también nos abrazamos con el brazo derecho, como se comprobó en un estudio cuantitativo que se realizó en una sala de un aeropuerto en Sudáfrica.

Sin embargo, resultó curioso que cuando en el abrazo estaba involucrada una emoción profunda, ya fuera positiva por la llegada de un ser querido o negativa por su partida, las personas solían iniciar el abrazo con el brazo izquierdo. Una de las explicaciones es que el abrazo conjuga acciones motoras y emotivas del cerebro, y como nuestro lado siniestro es controlado por el hemisferio derecho del cerebro, y éste es el encargado de procesar la emocionalidad, son las extremidades izquierdas las que podrían calificarse de ser “las más emocionales”.

Algo similar sucede con los besos eróticos —es decir, los que se dan en la boca y tienen connotaciones erótico-sexuales—: cuando la pareja ha establecido cierto compromiso emocional, las cabezas se ladean hacia el lado izquierdo al besarse, lo cual no sucede con los besos en los que existe un vínculo meramente físico.

Para explicar por qué existe el deseo de abrazar y de ser abrazados, algunos psicólogos lo vinculan con el momento en que éramos muy pequeños e indefensos, y nuestras madres —con mayor frecuencia, aunque no solamente ellas— nos tomaban en sus brazos y nos abrazaban para reconfortarnos cuando sentíamos miedo, hambre, dolor o tristeza. Esta conducta queda fijada dentro de nuestros hábitos, de modo que cuando volvemos a sentir alguna de estas emociones desagradables, recurrimos al abrazo para aliviarlas. Y también está comprobado que quienes fueron abrazados con mayor frecuencia de niños tienen menos probabilidad, de adultos, de desarrollar trastornos de ansiedad y fobias. Es decir, los abrazos proveen de un sentimiento de seguridad emocional.

Los abrazos, está comprobado, tienen una importante función terapéutica; a pesar de ello, en nuestra sociedad no es común encontrar “buenos abrazadores” que, a través de un abrazo sincero, profundo, sin carga sexual y plagado de empatía, sean capaces de alentar, consolar, fortalecer o animar a quien lo recibe. Esto quizá se deba, en parte, a que de niños muchas veces se nos obliga a dar abrazos a parientes que no nos simpatizan, y a que es un hecho que algunos aprovechan la ocasión para caricias no solicitadas, de modo que existe un justificado recelo en torno a un abrazo profundo.

Por eso, en estos días en los que, en medio de los brindis, los intercambios de regalos en la oficina o el salón de la escuela, las posadas, las cenas y las ocasiones de Nochebuena, Navidad, Año Viejo y Año Nuevo, uno intercambia abrazos a diestra y siniestra, quizá sea momento de hacerlo debidamente y no “por cumplir”. Reconoce la presencia del otro y trata de transmitir que él o ella te importa; las palmadas —no necesariamente enérgicas, pero tampoco lascivas— juegan también un importante papel.

Así que abracémonos, al menos para reducir la cantidad de cortisol —la hormona del estrés— que segregamos, pues estudios médicos comprueban que un buen abrazo disminuye benéficamente el ritmo cardiaco y la presión arterial. En resumen, un abrazo es el mejor remedio natural y gratuito para la salud física, mental y emocional.

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