La historia secreta de los osos

La historia secreta de los osos
José C. Sánchez

José C. Sánchez

Ficciones

Llegué al comedor de prisa, me puse a gritar: “¡Los vi, los vi!” Mi madre corrió para ver por qué armaba tanto alboroto, me pidió que me explicara y entonces se lo conté: ellos estaban vivos… por supuesto, mamá no me creyó, y no sólo eso, me castigó. ¡Qué injusticia! ¿Un castigo por decir la verdad? Pero así son algunos adultos, nunca escuchan cuando les quieres contar tus cosas.

Por suerte ese día mi abuelito llegó de visita y él sí me creería, pues siempre que se quedaba en casa me contaba la misma historia. Todo había pasado justo como en su cuento: ellos estaban vivos, hablaban, comían, reían, entrenaban artes marciales, hablaban en distintos idiomas y hasta conocían sobre hechicería. Eran una especie de ejército cuya misión consistía en hacer felices a los niños y niñas. Los animales de peluche cobraban vida en aquel lugar.

Sabía que debía dormir mis ocho horas, pero como yo era más listo que los niños normales, me hice el dormido. Esperé a que ocurriera lo imposible, sabía que iba a tardar porque mi abuelito Nacho decía que lo imposible toma un poco más; por eso aguardé paciente por horas con los ojos cerrados hasta que lo sentí… Mi osito Bini se había despertado.

Bini juntó un montón de hierbas raras que tenía guardadas entre su relleno. Yo observaba desde el interior de las cobijas, tratando de hacer el menor ruido posible; entonces unas chispitas salieron del suelo, el cuarto comenzó a llenarse de un cálido vapor. En ese momento Bini volteó hacía mí.

—¿Vas a levantarte o no, chamaco?

La voz de Bini era como la de un viejo de película, se parecía a la del entrenador de Rocky. Sonaba fuerte, tosca, pero había algo de cariño en aquella voz mandona. Me levanté sin pensarlo dos veces y entonces ocurrió.

Me encontré en aquella tierra lejana donde los osos de peluche fueron los primeros habitantes. Bini me contó que aprenden artes marciales para defender a los niños de los monstruos que aparecen debajo de la cama, hablan distintos idiomas porque a veces cambian de dueño, y saben de hechicería para derrotar a las criaturas mágicas.

Ese día Bini me llevó a ver el juicio de un adulto cuyo corazón ya se había olvidado de su osito. La sentencia fue dura: decapitaron al hombre. Eran raros los adultos que recordaban a su osito, y más todavía los que seguían guardando sentimientos por él. Ese día también ayudamos a los duendes a dar un fuerte golpe a Santa Claus, que llevaba siglos maltratándolos. Vi como Bini lanzó un hechizo contra un papagayo-araña —me contó que esa criatura se encontraba en muchas de mis pesadillas. Con tantas aventuras la tarde no tardó en llegar, la niebla empezó a descender por aquel extraño bosque hecho de dulces y cojines; así, en un abrir y cerrar de ojos, volví a estar en mi habitación. Ya era la mañana del sábado, bajé corriendo hasta el comedor para decirles a mis papás sobre mi descubrimiento, pero como ya podrás imaginarte, me castigaron: no me dejaron disfrutar mis caricaturas, fue lo malo porque a mí me encantaba ver como sufría el coyote tratando de atrapar al correcaminos.

Esa tarde, mi abuelo escuchó mi historia. Dijo que lo que le contaba era imposible; sin embargo, me guiñó un ojo. Más tarde me escondí detrás de una puerta y vi como mi abuelito hablaba con Bini:

—Mal hecho, ya sabes que no lo puedes llevar ahí.

—Vamos, viejo cascarrabias, sabes que a tu familia se le permite entrar, recuerdo a un niñito que nos ayudó en las guerras del arcoíris.

—Eso fue hace mucho tiempo…

***

El niño escuchó con atención la historia de su abuelo y se preguntó si en verdad existía ese lugar mágico, si su bisabuelo realmente había luchado en aquellas guerras y, más importante aún, si su osito Bini algún día lo llevaría a su mundo.

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