Mensajes

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Josué Ortega Zepeda

Josué Ortega Zepeda

Ficciones

Me vienen a la mente esas películas en las que un náufrago lanza al mar una botella con un mensaje y con la esperanza de que alguien la encuentre y acuda a salvarlo. Yo hago algo parecido: el mensaje en cuestión suele ser el fragmento de una película que me encantó, la transcripción de una frase impactante que me topé en el libro en turno o una sencilla foto de una linda tarde tomando cerveza con mis amigos; la botella, en este caso es, ni más ni menos, el muro de Facebook.
La mecánica consiste en que ambos, botella y mensaje, atraviesen el océano del tiempo para que, después de algunos años, yo redescubra esta información en la sección de recuerdos como una inesperada respuesta a un problema, angustia o duda tortuosa.

Por ejemplo, esta mañana desperté sintiendo que no podía más y que me asfixiaba debajo de una montaña de problemas; en los recuerdos de hace cinco años apareció la imagen de una dama montada sobre un león —el arcano XI del Tarot, La Fuerza—, que me recordaba que, incluso una criatura de apariencia frágil e indefensa es capaz de vencer con poder hercúleo al león más temible. Sobra decir que aquella imagen fue como ver la luz al final del túnel: “¡Ánimo! ¡Sé fuerte!”

Arcano del Tarot

Imagino que muchos se burlarán de mis formas nada científicas y muy medievales para no sólo hacer que la vida sea tolerable, sino para convertirla en una auténtica celebración. En mi opinión, de eso se trata: de que cada uno, con las singulares e individuales herramientas que posee y elige, haga del paso por este mundo una auténtica fiesta sin tratar de imponer el estilo propio a los demás.

Esa misma imagen de la mujer que vence al león me dio la fuerza para que, después de cinco años, al fin venciera el dolor de la pérdida y me decidiera a abrir el baúl que me heredó mi tía preferida, Marlene, quien en muchos sentidos era la “oveja negra” de la familia: siempre soltera, inquieta y rebelde, a ella responsabilizo de haber sembrado en mi alma el germen de la inconformidad y la curiosidad.

Baúl

Abro el baúl y encuentro una avalancha de hermosos recuerdos: la colección de discos LP de mi tía Marlene. El primero que mis ojos atrapan es el fantástico Hard Again del legendario blusero Muddy Waters —si, por obra de un milagro, eres de la nueva generación y lees esto último, déjame quitarte la cara de What? diciendo que de este álbum se desprende “Mannish Boy”, rola que abre la exitosa serie Sex Education.

Hay más discos fabulosos: por ejemplo, Kind of Blue de Miles Davis y La Traviata de Verdi, en una versión dirigida por Herbert Von Karajan. También salen del baúl Mozart, Ravi Shankar, Louis Armstrong, Vangelis, Albert Collins y toda una hueste de músicos cuyas obras sirvieron de banda sonora para los momentos más increíbles y alegres de mi vida al lado de Marlene.

Suspiro. Mi exhalación contiene más que dulzura: también rechazo y frustración. Es verdad que los tiempos de mi juventud tenían mucho de bueno, pero también es cierto que cuando sólo contabas con diez míseros pesos para tus pasajes, resultaba frustrante gastar tus ahorros de meses en una película o un disco horribles. Hoy, en la prodigiosa época de Spotify o Netflix, basta apretar un botón para pasar de largo el contenido desagradable y hallar lo realmente satisfactorio.

Medito lo anterior cuando de pronto, en un recoveco del baúl que antes no había detectado, descubro un libro muy viejo: es Momo, de Michael Ende, el primero que leí por simple placer y no por una desquiciante obligación impuesta por la maestra de Español en turno. Marlene me leía Momo con pasión histriónica.

Hojeo el volumen con añoranza e inesperadamente, desde sus páginas, una foto cae a mis pies: soy yo de cinco años y voy sobre el león de un carrusel. Marlene, junto a mí, me sostiene de la cintura, me mira y admira a la vez que yo le devuelvo el gesto con la misma devoción.

En la foto estoy vestida de niño —es decir, con ropa para niños propia de la década de 1980—; mis padres, no los juzgo, siempre me creyeron niño; Marlene, en cambio, me supo mujer desde ese entonces y me acompañó en cada momento para vencer mis propios leones y los de quienes se oponían a que yo fuera yo.

De regreso a la analogía del náufrago, la botella que es ahora este viejo baúl ha llegado a mis manos con un dulce mensaje de mi amada Marlene para enseñarme que hay esperanza, que no importa lo que pase mientras entienda que la de hoy es la mejor y más fuerte versión de mí misma…

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