María de Lourdes Hernández Díaz
El minghun es una tradición rural china poco conocida. El término significa “ceremonia de boda oscura o infernal” y existe desde los tiempos de la segunda dinastía (1766-1122 a. C.). También se le conoce como qianzang, “reentierro”, y jiashang, “casar a los que han muertos jóvenes”. A pesar de los esfuerzos del régimen comunista, esta práctica continúa celebrándose en la China moderna.
Nos encontramos frente a una cultura que desde la Antigüedad honra a los antepasados, aunque no sólo en un sentido funerario, pues también procura el bienestar de los muertos en la “otra vida”. Un ejemplo de ello es el mausoleo del primer emperador, Qin Shi Huang, en cuyo interior se encontró una reproducción de su palacio rodeado de un ejército de terracota que debería protegerlo después de la muerte.
Según la tradición china, el matrimonio proporciona paz y felicidad a los hombres. Morir joven y soltero es una desgracia, por lo que los familiares del difunto deberá conseguirle una compañera para la vida eterna, una “novia fantasma”. No descansarán hasta encontrar a unos padres que hayan perdido a una hija recientemente, luego pedirán su mano para que los espíritus compartan una vida de ultratumba. Una vez acordada la unión, se hace el intercambio de presentes; el siguiente paso es desenterrar a los novios para celebrar la boda o ritual de matrimonio. Como en toda fiesta, hay música, baile, comida y alboroto. Al final se les entierra juntos para que pasen su luna de miel en el Más Allá.
Si al momento del fallecimiento no hay una pareja disponible o los padres no tienen el dinero suficiente para la fiesta y los regalos de boda, el hijo es enterrado con una figura hecha de paja o tela que representa a la novia y será intercambiada por una de carne y hueso cuando sea posible.
Algunos han encontrado una mina de oro en esta tradición: se dedican a desenterrar cadáveres de jóvenes clandestinamente para venderlos a familias que lloran a un hijo que murió soltero. El precio depende de la belleza de la difunta; entre más hermosa haya sido en vida, más dicha proporcionará en la muerte. Y si esto te parece perturbador, espera a leer lo que sigue. Desde la década de los noventa del siglo XX, el negocio de las “novias fantasma” se ha vuelto sangriento. Ya no sólo desentierran cuerpos, también asesinan mujeres para venderlas en calidad de “compañeras de ultratumba”.
A los ojos de la cultura occidental, estas prácticas nupciales pueden parecer descabelladas; sin embargo, en Francia existe una curiosa y antigua ley en desuso que otorga al presidente el poder de consentir casamientos entre personas vivas y muertas. Tal fue el caso de la artista neoyorquina Shishaldin que, en 2004, envió una carta al presidente Jacques Chirac para solicitar permiso de casarse con Isidore Ducasse, mejor conocido como el Conde de Lautréamont, 134 años después de la muerte del poeta. Con este acto, Shishaldin buscaba defender el matrimonio como la unión de almas y mentes, un matrimonio entre el arte y la literatura.