
“Para mí, la importancia clave del ‘espectro autista’ reside en su llamado y anticipación a una política de diversidad neurológica o ‘neurodiversidad’. Los ‘neurológicamente diferentes’ representan una nueva incorporación a las categorías políticas habituales de clase, género y raza, y enriquecerán la comprensión del modelo social de la discapacidad. […] Así como la era posmoderna ve desvanecerse cualquier creencia antes sólida, incluso las suposiciones más comunes —como la de que todos vemos, sentimos, tocamos, oímos, olemos y procesamos la información de forma más o menos similar, a menos que tengamos una discapacidad visible— se están desvaneciendo”.[1]
De esta forma tan contundente, la socióloga australiana Judy Singer acuñó la palabra neurodiversidad, la cual —citando un artículo académico de la revista Contexts, enfocada en sociología— “es menos un ejemplo de terminología o jerga académica que una nomenclatura o denominación política”, y a menudo se confunde con la neurodivergencia. En este texto, brevemente abordaré las definiciones de ambos conceptos y sus diferencias, y también mencionaré algunas de las neurodivergencias más conocidas.
Pero, primero, la historia. En 1998, la socióloga australiana Judy Singer participó en el libro Disability Discourse, que habla sobre discapacidad, derechos humanos y sociedad, y fue publicado por la Open University Press del Reino Unido. Su capítulo, “¿Por qué no puedes ser normal ni una sola vez en tu vida? De un problema sin nombre al surgimiento de una nueva categoría de diferencia”, contenía por primera vez la palabra neurodiversity o neurodiversidad.
¿Y qué es? Así como la palabra biodiversidad indica la coexistencia y diferenciación de varias especies en un ecosistema, la neurodiversidad puede definirse como la variación natural entre un cerebro y otro en la especie humana; si damos por cierta esta idea, todas y todos somos neurodiversos pues, aunque pertenecemos a la misma especie, no existen dos cerebros iguales.

Aunque a menudo los términos se usan de forma indistinta, algo muy diferente es la neurodivergencia. O, al menos, eso explica la asociación danesa Specialsterne, que aboga por la inclusión laboral de personas con autismo y otros diagnósticos de esta índole. En su sitio en español aclaran que, dentro de la infinita neurodiversidad humana, la mayoría de los individuos sigue un desarrollo neurológico que, descontando diferencias individuales, se considera típico: a estas personas se les llama neurotípicas; pero entre el 15% y el 20% de la población tiene un desarrollo neurológico diferente al de la mayoría, estadísticamente descrito como atípico; por eso se les llama neuroatípicas o neurodivergentes.
La relevancia de la denominación, en palabras simples, es que se distancia de las nociones de normal y anormal, y de una función médica puramente reparadora que “corrige lo que no está bien”, promoviendo que los neurodivergentes no perciban sus diferencias como déficits, defectos o enfermedades. Se trata, entonces, de inclusión y respeto a quienes perciben, procesan información, se comunican y se relacionan de formas estadísticamente poco usuales.

Algunas de las neurodivergencias más comunes son la discalculia o dificultad en el aprendizaje de las matemáticas; la dislexia, que afecta las capacidades de leer y escribir; el TDAH o Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, que se caracteriza por desatención, distracción moderada a grave, actividad constante, impulsividad y la capacidad de hiperfoco o hiperconcentración; el síndrome de Tourette, que se manifiesta en tics motores, al menos un tic o repetición compulsiva e involuntaria vocal o fónica y, en algunos casos, coprolalia o exclamación de palabras obscenas o comentarios inapropiados.
Siguiendo con la lista, tenemos la dispraxia o “síndrome del niño torpe”, que implica una falta de coordinación del movimiento motriz; los trastornos del espectro autista (TEA) que incluyen el autismo y el síndrome de Asperger, y se caracterizan por carencias persistentes en la comunicación e interacción sociales en múltiples contextos, así como por patrones restringidos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades; por último, tenemos la neurodivergencia adquirida, que se refiere a cambios en las funciones cerebrales debidos a una lesión, enfermedad u condición de salud.

[1] Judy Singer, NeuroDiversity: The Birth of an Idea. Lexington, autopublicación (e-book), 2017. Consultado en: http://dickyricky.com/books/psych/NeuroDiversity%20-%20The%20Birth%20of%20an%20Idea%20-%20Judy%20Singer.pdf