¡Te habla tu tía!

¡Te habla tu tía!
Paola Iridee

Paola Iridee

Ficciones

Corría el año de 1998 y en la prepa 34 se respiraba verano, feromonas y la inestabilidad característica de los muchachos. Sofía entendía bien todas las clases con sólo prestar la suficiente atención, pero tenía una reputación de popular que mantener y no quería que la llamaran nerd, así que prefería que aquello fuera su secreto.

Su arma favorita contra el mundo era una falda corta, una risa estruendosa y sus ojos almendrados enmarcados por el delineador. Como muchas chicas de aquella época, estaba dispuesta a algunas cosas desagradables con tal de conservar su status dentro de la jungla, incluyendo hacerle bullying a los menos favorecidos y atacar con menosprecio a aquellos que podían representar una amenaza, aunque procuraba no dejarse llevar mucho por esas cosas. Prefería no ser cruel con la gente; solía mantenerse a raya cuando su círculo de chavaletes populares decidía emprender una masacre en contra de alguien, pero había una persona en particular con la que simplemente no podía: Paulina.

Paulina era una de las chicas con mejores calificaciones de la generación y además, muy bonita. Sonreía mucho, se carcajeaba sin vergüenza y vestía con un poco de descuido, lo que la hacía parecer despreocupada y natural. Cómo odiaba a Paulina. Cada vez que ella abría la boca para contestar las preguntas que hacía un profesor, a Sofía se le encogía el estómago. ¿Cómo era posible que no le diera pena ser nerd? A los hombres no les gustan las mujeres con mucho cerebro, o eso es lo que le habían dicho y, sin embargo, Paulina llamaba la atención de muchos en la clase. ¿Qué era lo que tenía esta chica, a la que llevaba aborreciendo todo el año, para tener buenas calificaciones sin sacrificar su vida social? Ella también podía ser muy lista, tal vez incluso más que esa pedante de cabello desaliñado y cara lavada. Lo peor era que Paulina le sostenía la mirada a Sofía mientras le mostraba sus dientes perfectos. Ella, en cambio, siempre la miraba con desprecio. ¿Por qué le dedicaba aquella sonrisa estúpida cuando se esforzaba por intimidarla?

Este patroncito dentro del telar estudiantil continuó tejiéndose durante todo el año escolar, hasta los últimos días, cuando el calor del verano había empezado a arreciar. La generación ya iba de salida y sólo hacía falta un proyecto por hacer. El profesor de sociales asignó los equipos y puso a Paulina y a Sofía juntas (plan maquiavélico casual de los profesores que son buenos observadores y aman el caos). Sofía estaba que se moría. Nunca en la vida había tenido que hacer equipo con alguien a quien aborreciera tanto, ¡y justo en el último mes iba a tener que convivir con su némesis!

Cuando terminó la clase, Paulina se acercó a su lugar y le sugirió hacer el trabajo por la tarde del día siguiente en la cafetería de la escuela. Sofía le dijo que estaba de acuerdo sin siquiera mirarla. Al siguiente día, no podía pensar en otra cosa que no fuera el maldito proyecto que la iba a obligar a quedarse con Paulina horas extras después de las clases. El tiempo pasó lento, lentísimo, y no se atrevió a voltear a verla durante toda la mañana; tampoco Paulina intentó nada. Pero como todo plazo, transcurre, y llegó el momento de que las dos muchachas se encontraran en la cafetería. Sofía ya estaba sentada a una de las mesas, pensando en cómo hacerle para hablar lo menos posible y sólo sacar adelante el trabajo, hasta que Paulina llegó y se sentó frente a ella.

—Sé lo que intentas, sé que te caigo mal, y también sé por qué, pero a mí no me caes mal: me agradas. He visto cuando respondes para ti misma las preguntas que hacen los profesores para no tener que decir las respuestas en voz alta. Creo que eres lista, no deberías desperdiciar eso. No se te va a quitar lo bonita por usar las otras cualidades que tienes, de verdad. ¿Por qué te da miedo ser lo que eres?

Paulina le sostuvo la mirada y le mostró una pequeña sonrisa sincera después de decir eso. Sofía pudo ver que a su compañera le temblaban un poco las manos, lo cual indicaba que a ella también se la estaban comiendo los nervios, pero sabía lo que quería decir y había sido lo suficientemente valiente como para comunicárselo a ella, que todo el año escolar la había acosado con miradas hostiles. Sofía no supo qué contestarle. Se quedó con la boca abierta durante unos segundos; los ojos se le nublaron con algunas lágrimas involuntarias, que se limpió rápidamente. Cuando terminaron de hacer el proyecto, Sofía invitó a Paulina a su casa y vieron que tenían muchas cosas en común. Después de eso, ya no se dejaron de ver.

***

—Entonces, ¿qué te parece la historia de cómo nos conocimos tu mamá y yo? — preguntó Paulina a la pequeña niña que jugaba con un dinosaurio de juguete en la alfombra de su sala.

—Arely, te habla tu tía —le dijo Sofía a su hija, que dejó en el suelo el dinosaurio y volteó a ver a Paulina con una sonrisa.

—Pues está bien. A lo mejor también yo tengo que hablarle a Marifer.

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