Es muy conocida la historia de Pinocho, el niño de madera que parecía tener un polígrafo integrado, pues su nariz crecía cada vez que decía una mentira; pero pocos saben que, aunque no nos crezca la nariz, todos contamos con mecanismos involuntarios que funcionan como pequeños detectores de mentiras.
De la mano del investigador Paul Ekman, en la Universidad de California en San Francisco se han estudiado durante décadas las reacciones casi imperceptibles de nuestros músculos faciales cuando expresamos sorpresa, disgusto, miedo, ira, desprecio, felicidad y tristeza, y se ha demostrado lo que propuso por primera vez Charles Darwin: que dichas reacciones son innatas y universales.
Nuestras expresiones de emoción son involuntarias, así que son casi imposibles de reprimir u ocultar, incluso cuando lo intentamos. Es común que la mayor parte de las personas no detecte dichos microgestos, especialmente si confían en la persona con la que hablan; pero con un ojo entrenado para ello se pueden percibir pequeñas señales que ayudan a saber si alguien nos está mintiendo. Aquí te compartimos algunas de ellas:
Menos parpadeos
Al parecer, mentir requiere de una concentración mayor a la habitual. Algunos estudios, como los de Bella DePaulo, sugieren que las personas parpadean menos cuando piensan más —por ejemplo, cuando intentan recordar los dieciséis dígitos de su tarjeta—; del mismo modo, en experimentos en los que un grupo recibió instrucciones de mentir y el otro no, los mentirosos parpadearon menos. [1]
Pupilas dilatadas
Este es otro rasgo indicador de tensión y concentración, que aparece tanto cuando el mentiroso se esfuerza en pensar como cuando se siente ansioso. Sin embargo, se ha detectado que también se pueden obtener “falsos positivos”, ya que, por nerviosismo, incluso las personas inocentes que dicen la verdad pueden sentirse muy ansiosas y pensar demasiado en los detalles.
Menos contacto visual
DePaulo también descubrió que los mentirosos evitan el contacto visual cuando intentan no ser descubiertos. Sin embargo, si existe la intención de engañar y la motivación para hacerlo es poderosa, pero el sujeto sabe que no hay pruebas contundentes sobre la mentira, es posible que busque el contacto visual.
Dirección de la mirada
Según Mark Boutin, ex agente y autor del libro Cómo detectar mentiras como el FBI, cuando una persona diestra piensa en algo que ha visto y que está en su memoria, mirará hacia arriba y a la izquierda —si es zurdo, la dirección será la contraria—; en cambio, si su mirada se dirige hacia arriba y a la derecha, es un indicio de que está accediendo a su imaginación y de que se trata de una mentira.
Microexpresiones
En su libro Cómo detectar mentiras, el doctor Ekman señala que el rostro contiene un doble mensaje: por un lado, el que el mentiroso quiere mostrar y, por otro, aquello que quiere ocultar. Y, cuando mentimos, microexpresiones de las emociones que sentimos revolotean en el rostro antes de que podamos detenerlas.
Pero estos microgestos son sólo una parte del conjunto de posibles indicadores de engaño. También están las llamadas “expresiones sutiles”, que no son breves sino muy pequeñas, casi imperceptibles. Un leve apretón de los labios, por ejemplo, es signo de ira o de una actitud defensiva, propia de quienes mienten.
La sonrisa
En el citado libro, Ekman señala varios tipos de sonrisa: por ejemplo, la sonrisa mitigadora, cuando la comisura de los labios se contrae y el labio inferior se eleva un momento, que busca suavizar un mensaje desagradable y es breve y súbita; o la sonrisa de acatamiento, que surge cuando se sabe que hay que seguir por la vía no grata y consiste en un suspiro acompañado de un leve arqueo de cejas.
La sonrisa falsa, que tiene el fin de convencer a otro de que genuinamente se siente una emoción positiva, se identifica porque es asimétrica y no está acompañada por la acción de los músculos orbiculares de los párpados; es decir, no se alzan las mejillas y no aparecen las arrugas llamadas “patas de gallo”.
Es importante recordar que todos estos signos son meras pautas, y que una pauta por sí sola no basta para acusar a alguien de que nos miente, al igual que la ausencia de todo signo no es prueba de veracidad. También es importante revisar los prejuicios buenos y malos que se tienen en torno a la persona que se está examinando —por ejemplo, si de entrada nos parece digna de confianza o no— y preguntarse qué tanto pueden nublar nuestra percepción.
[1] Recuperado de: B.M. DePaulo, J.J. Lindsay, B.E. Malone, L. Muhlenbruck, K. Charlton, H. Cooper, “Cues to Deception”, Psychological Bulletin, 129 (2003), pp. 74-118.