De cómo las redes sociales inflaman mi mal humor

De cómo las redes sociales inflaman mi mal humor
Rafael Pérez-Vázquez

Rafael Pérez-Vázquez

En semanas recientes, he notado cierto aumento en mi mal humor. No es que sea yo un cascarrabias o uno de esos energúmenos detrás del volante —de hecho, podría decir que mi estrés ha disminuido mucho desde que uso el transporte público—, pero sí es muy frecuente que me sorprenda a mí mismo refunfuñando enérgicamente para mis adentros, criticando en voz alta algo o a alguien, o sintiendo un nudo endurecido y constante en el vientre: un entripado, dirían las abuelitas. Y fue hace muy poco que me di cuenta de que un factor determinante en este mal humor es mi estancia en las redes sociales.

¿Será que me he vuelto más intolerante?, me pregunto a veces; otras tantas, pondero la posibilidad de que, más bien, la mayoría está volviéndose cada vez agresiva, desconsiderada, egocéntrica, elitista, dogmática o ignorante. Pero existe una tercera posibilidad: que el algoritmo de las redes sociales —que por cuestiones de trabajo visito todos los días— esté mostrándome justo la publicación o el comentario preciso para encender mi rabia, para que emocionalmente me enganche y no pueda resistir la tentación de responder y así “poner en su lugar” al sitio, a la página o al usuario insensato que me sacó de mis casillas.

Hace poco leí un artículo en NAB Amplify, el portal de la Asociación Nacional de Broadcasters de Estados Unidos, que confirma lo que describo líneas arriba: el diseño y la programación de las redes sociales más populares actualmente —Instagram, TikTok, Facebook, YouTube y X— están configurados de modo que lo que muestran sea lo más radical o incendiario posible para polarizar nuestra opinión y orillarnos apermanecer en las plataformas e interactuar, lo que facilita la monetización.

Polarizaión

No es noticia que medios, comunicadores e influencers se valen de encabezados provocativos o de declaraciones polémicas para inducir clics y tráfico en sus sitios. Y como las plataformas digitales fomentan esta división, el resultado son legiones enteras de usuarios dispuestos a rebanar a sus enemigos ideológicos: republicanos “trumpistas” contra demócratas “progres”, feministas contra machos tóxicos, o “chairos” contra “fachos”… mientras Musk, Zuckerberg y los accionistas de Alphabet recaudan montañas de billetes.

En su libro The Chaos Machine, el periodista Mark Fisher desenmascara esta perversa maquinaria que instiga nuestras reacciones instintivas para capitalizarlas en forma de clics. En una entrevista para el podcast Pod Save America, explica que la división ideológica genera participación —o, como se dice en el argot digital, engagement— y que el disfrute de la indignación moral es una de las emociones que explotan los algoritmos, pues “apela a un sentido de identidad social y de pertenencia a un grupo que está bajo amenaza”.

Eso explica por qué últimamente me han querido reclutar en iglesias dogmáticas a pesar de mi escepticismo; por qué mis redes muestran anuncios que, lejos de interesarme, me resultan irritantes; por qué la foto, el reel o la reseña que veo siempre vienen acompañados con el comentario peor escrito, el más ignorante o más negativo: son anzuelos que buscan provocarme atentando contra mis valores. Y como los tomo muy en serio, caigo en la trampa.

Provocación y enojo

“Vivimos en un mundo donde la gran mayoría de la población toma una droga que altera su estado de ánimo varias veces al día”, insiste Fisher en la entrevista. Y lo más descorazonador de este asunto —sobre todo para alguien que, como yo, está en una etapa de vida donde la soledad es un peso sobre los hombros— es la sensación de desconexión con un mundo que, en apariencia, cada día se aleja más de mí, de mis principios, de lo que disfruto.

El consejo que brindan los expertos no es apagar los dispositivos, cancelar las cuentas o abandonar abruptamente cualquier interacción en las redes sociales, sino “noquear al algoritmo” dejando de comentar, de hacer clic o de dar like y evitando la tentación de demostrar nuestra postura, aunque si eres activista y crees en la eficacia de la presión digital, quizás esto te resulte impensable.

En mi caso, aún no tengo muy claro el camino, pero sospecho que remontar esa secuela post pandemia es una de las tareas pendientes para mi salud mental. Y considerando la enorme cantidad de personas que todos los días salen a las redes a corregir, pelear, discutir y enardecerse de forma inútil y gratuita… dudo ser el único en esa posición.

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