A estas alturas, todos nos los hemos topado: personas que, como decía un meme al principio de esta pandemia, “no les germinó el frijol en la clase de ciencias naturales de la primaria, pero ahora se creen expertos en epidemiología”; o bien, gente que sin más argumentos que un video de YouTube se siente capaz de desestimar estudios científicos avalados por instituciones de prestigio.
¿A qué se debe que, en muchas ocasiones, la gente más ignorante en algún campo del conocimiento es la que mayor confianza siente en sus propias habilidades? Esta misma pregunta se hicieron los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger, y lo que descubrieron al intentar dar con la respuesta es un efecto psicológico que hoy lleva su nombre.
El llamado “efecto Dunning-Kruger” es un sesgo cognitivo que hace que una persona con pocos conocimientos y bajo desempeño sobreestime su capacidad y habilidades en un campo específico. ¿Y qué es un sesgo cognitivo? Una forma sistemática de razonar y plantear la información que afecta negativamente nuestros juicios, conclusiones y nuestra toma de decisiones.
En 1999, el estudio que dio nombre a este síndrome reunió a un grupo de voluntarios que contestaron preguntas de lógica, gramática y percepción del humor y, tras evaluarlos, se les pidió que se calificaran a sí mismos y al resto del grupo: así hallaron que quienes tienen las peores calificaciones son quienes se autocalifican con notas más altas y evalúan con mayor rigor al resto.
Este fenómeno, desde luego, es multifactorial. Pero una de las conclusiones que surgieron del estudio fue que las habilidades necesarias para llevar a cabo con éxito una actividad a menudo son las mismas que permiten evaluar si, en efecto, ésta fue llevada a cabo correctamente.
Un ejemplo simple sería el de una persona que no conoce las reglas de ortografía y acentuación en la lengua española, y cree que su redacción no tiene problemas ni errores justamente porque carece de los conocimientos que le permitirían darse cuenta de sus propias faltas ortográficas: un punto ciego del saber.
Pero el propósito de saber esto no es, ni de lejos, burlarse o sentirse superior a quienes dan signos de este efecto, sino entender los alcances de sus efectos en la vida real de esta parte del siglo XXI donde, además de la batalla que libran contra una enfermedad mortal, la ciencia y la razón tienen que imponerse a la ignorancia, las creencias políticas y religiosas, y la desinformación.
“Teorías de conspiración, noticias falsas y otros ejemplos de desinformación son un área donde la brecha entre el exceso de confianza de una persona y su conocimiento real puede tener consecuencias importantes”, dice el periodista científico Greg Uyeno en un artículo para el sitio Live Science.
Uyeno habla de una “doble carga” para las personas con efecto Dunning-Kruger y escaso conocimiento: por un lado, no pueden desempeñarse bien o comprender cierto tema y, por la misma razón, tampoco podrán darse cuenta de sus propias deficiencias. Por eso, muchos son literalmente incapaces de detectar una teoría conspirativa, las fake news o cualquier otra información tendenciosa.
Y no sólo eso: el razonamiento lógico también puede verse nublado, por ejemplo, por la afiliación política, que puede hacer que alguien se incline a creer en aquello que confirme sus ideologías o creencias previas, en lugar de lo que es comprobable o respaldado por hechos, cifras y pruebas contundentes.
Y ser inteligente no es una “vacuna” contra este sesgo: de hecho, a menudo las personas con IQ alto, pero escasos conocimientos específicos, son las más susceptibles a sobreestimar sus propias habilidades intelectuales.
¿Qué se puede hacer entonces? El propio Dunning da una pista: tratar de ser más humilde intelectualmente, preguntarse más a menudo “¿qué es lo que no sé?” y tener presente que siempre hay algo que uno desconoce. Esa es, según el científico, una excelente manera de evitar esta arrogancia cognitiva y enfocarse en temas realmente sustantivos y trascendentes.