El sandplay, o caja de arena, es un método psicoterapéutico utilizado para la objetivación de los contenidos de la mente que está basado en el trabajo creativo, no racional y preverbal de la psique. Los pacientes —sin importar su edad— crean diversas escenas utilizando una caja con arena, agua y numerosas miniaturas relacionadas con su entorno social y cultural. La escena producida se convierte en una fotografía tridimensional de la psique, en la que la asociación de un espacio delimitado —una caja de 57 x 72 cm— con la arena y los demás objetos favorece la representación de contenidos inconscientes, así como la expresión de imágenes simbólicas y arquetípicas que pueden originarse desde el inconsciente colectivo o personal.
El método de la caja de arena es de inspiración junguiana y fue creado en 1954 por la analista Dora Kalff, quien a su vez tomó como base las técnicas de Margaret Lowenfeld. Esta herramienta de intervención terapéutica logra expresar el dolor mental de manera poco invasiva gracias a un escenario contenedor y limitado, como lo es el arenero. La artista y terapeuta Lenore Steinhardt asegura que el proceso de tocar la arena, agregar agua, crear escenarios y modificarlos favorece el surgimiento de las dos necesidades inseparables de la terapia: la sanación y la transformación.
Por otro lado, este método terapéutico reactualiza las primeras vivencias del individuo —¿quién no preparó pasteles de lodo o hizo montañas con la arena húmeda, disfrutando así de una experiencia sensorial y kinestésica— relacionadas con cuestiones como la confianza y la seguridad personal, construidas a través de la interacción con los padres, abriendo la posibilidad de que exista un escenario en el que resulte posible sanar carencias y heridas emocionales profundas. Además, al usar ambas manos simultáneamente, trabajan los dos hemisferios cerebrales, incrementando las habilidades visuales y la imaginación.
Según Eva Pattis, en su libro Sandplay Therapy: Treatment of Psychopathologies, la arena es susceptible de contener todo un continuo de polaridades. Dependiendo de cuánta agua se utilice en la mezcla, la arena puede ser brillante, seca y luminosa o, por el contrario, oscura, húmeda y pesada. De manera que la arena puede aparecer limpia y pura —simbolizando orden—o turbia y sucia —representando el caos. La arena, por otro lado, puede ser compacta y adecuada para construir, o tan inmanejable que todo lo que se moldee con ella inmediatamente comience a desmoronarse. Estas características pueden ser suficientes para vislumbrar condiciones como la depresión, la manía o la conducta compulsiva, pues durante el proceso la mente consciente relaja su necesidad de control y permite que el material inconsciente se vaya revelando a partir de la elección de las miniaturas —que equivalen a las palabras— y de la forma en que se trabaja con la arena.
Como se puede intuir, en el desarrollo de la sesión se establece una relación triangular: por un lado, está el arenero con todo su contenido, por otro el terapeuta y, por último, el paciente. Cada integrante cumple con funciones específicas. El paciente es el director de escena: elige a los actores, las acciones que desempeñarán, sus conflictos y la escenografía que los rodeará. El arenero es el espacio limitado que contiene y genera infinitas posibilidades. Y el papel del terapeuta consiste en ser: “el testigo, actuar como partero de la creación del símbolo”, según dice la psicoterapeuta junguiana Lury Yoshikawa, lo cual requiere de una actitud de apertura, empatía y aceptación incondicional.
La caja de arena constituye un proceso integral que amalgama muchos opuestos. La polaridad de la arena expresa estrés y afrontamiento, dificultades y fortalezas, destrucción y reconstrucción, sentimientos de liberación y recursos internos de activación. La imagen es plasmada físicamente en la arena, de manera que podemos decir que el contenido interno encuentra una forma y se cristaliza, a la par que genera una experiencia emocional profunda.