Las pandemias en el arte… de la tradición oral

Las pandemias en el arte… de la tradición oral
Fabio Cupul Magaña

Fabio Cupul Magaña

Miscelánea

De acuerdo con el escritor ruso León Tolstói (1828-1910), el arte “es uno de los medios de comunicación entre los hombres. Toda obra de arte pone en relación al hombre a quien se dirige con el que la produjo, y con todos los hombres que simultánea, anterior o posteriormente, reciben la impresión de ella”. Y continúa: “Lo que le distingue de la palabra es que ésta sirve al hombre para transmitir a otros sus pensamientos, mientras que, por medio del arte, sólo le transmite sus sentimientos y emociones”.

Y sí, como bien lo expresa Par-Olé, una empresa de regalos personalizados de arte y diseño: “El artista visualiza, siente y transmite lugares, colores, sensaciones, estados de ánimo. Son esas emociones del artista las que se expresan en su obra, con las que se identifica el observador que escoge una determinada obra de arte”. Así, el arte es el medio por el cual las personas pueden dar a conocer las más vivas pasiones y sufrimientos que ha vivido la cultura.

Por lo anterior, no resulta extraño que —como sostienen las autoras María Acosta y Natalia Echeverry— el arte deba ser tomado en cuenta dentro de la investigación psicológica, pues es una manifestación cultural e individual en la que se expresan sentimientos y pensamientos; además, puede ser una opción de contraguerra —es decir, de oposición y hasta de liberación— frente a fenómenos que han atravesado desde un comienzo la historia del ser humano.

Uno de estos fenómenos es el de las pandemias, que por siglos han perturbado la vida emocional de los humanos y son definidas por la Organización Mundial de la Salud como “propagaciones mundiales de nuevas enfermedades, además de afectar a más de un continente y de que los casos en cada país sean provocados por transmisión comunitaria”.

Así, desde el siglo XVI, las civilizaciones han experimentado pandemias, al menos tres por siglo y con intervalos de diez a cincuenta años, muchas de las cuales han dejado su rastro en una variedad de expresiones artísticas.

Sara Lasso dice que la clasificación de las artes depende del concepto de arte de cada cultura. En esa medida, es imposible hacer aseveraciones universales de lo que se considera arte o no, pues cada cultura tiene su propia escala de valores para calificar o descalificar a una manifestación como tal. Así, entre las artes literarias pueden caber las tradiciones orales de cada cultura, que se transmiten de generación en generación pero no existen en papel.

Entre estas artes se puede incluir al refrán que, según el hispanista y paremiólogo francés Louis Combet (1927-2004), es una “frase breve y de uso común, que dispensa una enseñanza de orden práctico, material o moral, expresada en forma metafórica o a veces directa, y provista de elementos poéticos como ritmo, rima y asonancia”. Sin embargo, hay autores que los consideran como meras manifestaciones folclóricas de discurso repetido —lenguaje literal.

Durante la “peste negra” que azotó a la Península Ibérica en la baja Edad Media, entre los siglos XIV y XV, huir de los focos epidémicos era uno de los principales consejos para evitarla. Si la gente podía, se trasladaba de un lado a otro para eludirla o migraba al campo para encerrarse en las villas o quintas campesinas. Esto dio origen al refrán: “Huir de pestilencia con tres eles es buena ciencia”, donde las tres eles son huir luego, lejos y por largo tiempo.

Salvator Rosa, "Fragilidad humana", 1657.

Salvator Rosa, Fragilidad humana, 1657.

Curiosamente, el desplazamiento de las personas a causa de una peste se preservó en otro arte de transmisión oral: la leyenda. Así, en las “abuelas” —que personifican a los poderes de la madre Tierra, paridora de cosechas, y a los antepasados muertos—, el autor Manuel Benito relata lo siguiente de esta leyenda altoaragonesa del norte de España:

Un pueblo es asolado por una peste (entre 1348 hasta 1654, hubo brotes de peste negra que en algunos casos provocaron gran cantidad de enfermos y cadáveres), sólo una o dos abuelas sobreviven y éstas, al verse desamparadas, buscan refugio en las poblaciones vecinas donde paulatinamente se les niega al llevar ‘el bayo’ (peligro de contaminación inherente a toda persona u objeto que ha estado en contacto con una enfermedad contagiosa). Por fin llegan a una localidad menos escrupulosa que las alimenta y recoge en un lugar apartado (cueva o torre). Como únicas supervivientes son también únicas herederas y al morir ceden sus derechos al pueblo que tan hospitalariamente las acogió…

La pandemia también está presente en el corrido, un medio de expresión de la tradición oral mexicana cuyos registros datan del siglo XIX hasta la actualidad. “El Dotor”, nos dice la maestra Beatriz Cano, es un corrido que narra la historia real de la muerte de Chon, el sepulturero, a causa de la pandemia de gripe de 1918 —la Influenza A del subtipo H1N1, conocida como “influenza española”.

Edvard Munch, "Autorretrato después de la gripe española", 1919.

Edvard Munch, Autorretrato después de la gripe española, 1919.

En el corrido se cuenta que cuando el doctor auscultó al moribundo don Chon, señaló que éste había fallecido y le ordenó a Canuto y a su compadre Nabor que lo enterraran en un hoyo muy profundo; pero el “difunto” don Chon no estaba tan “difunto”, pues les pidió a Canuto y a Nabor que no lo enterraran vivo. La respuesta que Nabor le da a Canuto es una muestra de lo ingeniosa que puede resultar la imaginación humana:

“…Échele tierra compadre,
ése ya se petatio.
Dijo el dotor que está muerto
y pues pa’ eso estudió.
A poco el muerto tarugo
va a saber más que el dotor…”.

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