
A principios de julio de este inverosímil 2020, se anunció la creación de la Virgin Money Unity Arena, en Newcastle, Inglaterra: la primera sala de conciertos diseñada en función de la sana distancia. La inauguración se prevé, si no hay ningún contratiempo, para agosto de este año. Varios grupos y personajes de la escena nacional e internacional ya han confirmado sus presentaciones. El centro de reunión estará en el hipódromo de esa ciudad y su característica principal será que entre los pequeños grupos de asistentes existirá una separación de varios saludables metros, pues cada grupo será dispuesto en pequeñas plataformas esparcidas frente al escenario. La sala de conciertos tendrá una capacidad para 2 mil 500 personas.
Ésta es una de las nuevas realidades en materia de conciertos; una más de las que ya se han venido dando desde semanas atrás. La pandemia ha afectado a la industria del entretenimiento, dejando a organizadores de eventos, músicos y asistentes con una gran incertidumbre sobre el futuro de esta reconfortante, y en ocasiones balsámica, actividad. ¿Qué pasará con esa sensación incomparable de poder escuchar y ver en vivo a tus artistas favoritos?
A mediados de marzo, toda actividad musical en vivo quedó pausada. Los amantes de los conciertos —entre los que me incluyo— esperamos a que nuestros artistas emitieran algún comunicado donde señalaran que pospondrían sus presentaciones por algunas semanas. No fue así. Infinidad de músicos decidieron que, dadas las circunstancias imperantes, el 2020 no sería un año de conciertos en vivo.
Algunos lugares reagendaron conciertos para finalmente cancelarlos y después reagendar de nuevo. Tal fue el caso, por ejemplo, del Festival Coachella, que tiene lugar en Indio, California, donde se reúnen numerosos grupos y cantantes durante varios días. Este año iba a tener lugar en abril; después se dijo que se llevaría a cabo en octubre y, finalmente, se decidió posponerlo hasta abril del próximo año —esperando que la situación para ese entonces esté controlada.
En la primera etapa de la pandemia, durante el confinamiento extremo, muchos artistas, como acto de amor a la música y en solidaridad con su público, ofrecieron conciertos desde sus casas. Ayudados por sus familias y aprovechando al máximo las ventajas de Facebook Live o Instagram, varios músicos nos deleitaron únicamente con sus guitarras o sus pianos, incluso a capella, y pudimos gozar de conciertos sui generis. La experiencia resultó conmovedora. Los conciertos en ocasiones fueron dados en pijama, compartiendo espacios virtuales a través de Zoom, pero siempre con ese toque de intimidad que, pese a la virtualidad y la distancia, o quizá justo por ellas, nos permitió conocerlos más, e incluso, visitar sus casas, ver a sus familiares y compartir uno que otro de sus espacios privados.

Semanas después, cuando se comenzó a salir un poco del confinamiento, se dieron conciertos a los que se podía asistir sin bajarse del coche. La respuesta fue variopinta. Algunos consideraron que esta modalidad resultaba fría y desangelada comparada con la experiencia de un concierto tradicional. Desafortunadamente, era la manera más segura de ir a un evento en vivo y estar protegido.
Los problemas de este tipo de conciertos son que, por un lado, se necesitan espacios grandes y, por otro, que es necesario llevar a un conductor designado, pues el alcohol no deja de fluir como suele suceder en los conciertos “reales”. Pese a las dificultades, mayo trajo consigo los primeros “conciertos en coche”. A mediados de mes, la estrella del country pop, Keith Urban, ofreció el primer concierto drive in en un espacio cerca de Nashville para 200 trabajadores de la salud. Y naturalmente, a él le siguieron otros. Los organizadores se pusieron a contratar estacionamientos, autocinemas y terrenos baldíos —y lo siguen haciendo hasta hoy.
¿Qué nos espera en el futuro? ¿Los conciertos drive-in? ¿Los de menor capacidad de asistentes? Quizá aún falta mucho para que se tenga la última palabra en el tema. En un futuro próximo vendrán las vacunas, esperemos, y también una mejor organización y conocimiento de la problemática, que nos permitirá diseñar mejores estrategias y medidas para proteger a los asistentes. Quizá el diseño de la Virgin Money Unity Arenaresulte ser el idóneo.
Yo, por mi parte, una humilde mortal que gusta de escuchar música en vivo, espero el momento de ver nuevamente a Joe Bonamassa, de bailar en una sala de conciertos abarrotada, y quizá lleve de outfit un cubrebocas que haga juego con mis zapatos, ¡qué sé yo! Si tengo una certeza es que esto de los conciertos en vivo… ¡no ha terminado!
