Un divorcio puede ser fuente de profunda desdicha e infelicidad o de una apacible calma y tranquilidad, todo depende de la madurez y de la salud emocional de la pareja que decide separarse. En todo caso, las rupturas nunca son procesos fáciles y siempre tienen consecuencias importantes, especialmente si la pareja en cuestión tiene hijos. Diversos estudios han situado el conflicto interparental como una influencia importante en el futuro desarrollo social de los niños.
Así, por ejemplo, cuando alguno de los padres es incapaz de manejar su propia frustración y sentimiento de rechazo, podría usar sutiles chantajes emocionales —incluso inconscientemente— para manipular a sus hijos y “castigar” a su ex pareja. En casos extremos, este tipo de relaciones pueden ser muy nocivas para los niños, pues el padre o la madre tienden a evitar que sus hijos se independicen, o incluso que encuentren pareja.
Por otra parte, existen hogares en los que los padres sentencian a los niños, creyendo que los alientan con frases como “Ahora tú eres la fuerte en este hogar”, o bien, “Ya eres el hombre de la casa”. Quienes han vivido estas situaciones regularmente experimentan gran incertidumbre y soledad. Lo que se esconde detrás de las palabras paternales pareciera ser más bien un deseo, del padre o la madre, de invertir los roles y ser cuidados y protegidos por los hijos, quienes son conminados, de este modo, a asumir el papel de protectores. Judith Wallerstein, investigadora sobre los efectos psicológicos del divorcio, ha sugerido que tratar a un hijo como a un igual —o como a otro progenitor— durante un periodo extenso de tiempo, puede llevar al niño a desviar las energías físicas y psíquicas necesarias para su crecimiento emocional, y usarlas, en su lugar, para desempeñar un rol que no le corresponde.
Es usual, también, que los padres conviertan a sus hijos en “agentes encubiertos”, obligados a darles detalles de lo que la ex pareja hace en su tiempo libre, o en la casa. En casos como éste, los hijos terminan desarrollando sentimientos de culpabilidad; se sienten responsables de la tranquilidad del padre que pregunta, y de este modo, usualmente acaban mintiendo y sintiendo culpa por ello.
Otras conductas desconcertantes son las llamadas “triangulaciones”. Estas pueden identificarse, según Salvador Minuchin —psiquiatra y terapeuta, creador de la terapia familiar estructural—, en ciertas situaciones específicas. Por ejemplo, cuando los padres entran en conflicto y compiten entre ellos por obtener la atención y simpatía del hijo, o cuando uno de los padres y el hijo se alían en contra del otro padre, o también cuando los padres transfieren los conflictos entre ellos al hijo y lo convierten en la vía de comunicación de ambos. Este tipo de comportamientos generan mucha confusión y una falta de entendimiento respecto a la situación que se vive, derivando muchas veces en un concepto poco sano de lo que es, o debería ser, el amor.
Un poco en esta línea están también los padres que quieren convertirse en el mejor amigo del hijo y le cuentan sobre sus conquistas. Esta situación termina corroborando la separación: para el hijo es verdad que ha perdido a uno de sus padres. Según Beatriz Salzberg —psicóloga y autora del libro Los niños del divorcio—, conductas como estas producen pseudohuérfanos, y son fuente de un traumatismo psíquico.
Para los hijos que viven experiencias como estas, es muy difícil lidiar con la ira y con la herida narcisista, producto del abandono, que experimentan los padres. La madre generalmente se muestra como mártir de las circunstancias, y aunque a veces es cariñosa con el hijo, cuando él se comporta como ella quiere, lamentablemente el cariño se vuelve una forma de manipulación —que, insistimos, no siempre es consciente. Para el padre, normalmente sobreviene un enorme sentimiento de pérdida, que resulta en la casi inevitable utilización de los hijos para protegerse de la soledad y del abandono.
Es muy difícil para los hijos de padres divorciados reconocer a un progenitor egoísta, y es quizás aún más difícil —para ambas partes— reconocer el chantaje emocional y aceptar que también es un tipo de maltrato. Un padre, o madre, que manipula la vida de su hijo es violento y dañino, aunque utilice lágrimas en lugar de golpes. Estos padres enseñan a sus hijos que el amor es algo que se condiciona, lo educan para reproducir tales ideas y comportamientos y, al final, al volverse adultos, los niños son más propensos a construir relaciones destructivas —aunque, desde luego, los hijos en tanto individuos con capacidad de decisión podrían tener relaciones perfectamente sanas aunque sus padres no; estos factores influyen pero no son por completo determinantes.
Cuando un divorcio produce alguno de los escenarios presentados es común que haya consecuencias poco benéficas para los hijos, pues se genera un cúmulo de sentimientos que no siempre son fáciles de manejar y expresar. No todas las separaciones son pérdidas, hay ocasiones en que los matrimonios simplemente dejan de funcionar. Resulta difícil, y requiere de muchísimo trabajo, pero a pesar de las diferencias que puedan llevar a una pareja a divorciarse, es muy recomendable que, en la medida de lo posible, ambos padres puedan mantener una buena sociedad en la empresa parental. Sólo de este modo el impacto de la separación se podrá atenuar y la asimilación de la pérdida será más fácil para todos los miembros de la familia.