Las vueltas que da la vida: hace un par de años, por cuestiones que no viene a cuento detallar, la primogénita de este humilde sombrerero llegó a instalarse en mi casa y, como decidió estudiar la misma profesión que su padre, se apoderó de mi MacBook de años… hasta que llenó a tope su disco duro y me la regresó “porque ya no funcionaba bien”.
Mientras me preparaba para respaldar archivos importantes en un disco externo, decidí volver a abrir mi viejo iTunes —el mismo que me acompañó a lo largo de mi camino en una editorial y que después consoló mi angustia de trabajador independiente— y fue tanta la nostalgia que decidí escribir este texto. Pero antes de contarles la experiencia, hagamos un poco de historia.
El programa al que me refiero nació el 9 de enero de 2001, cuando iTunes fue presentado en el Macworld San Francisco. Originalmente concebido como un simple reproductor de música en formato MP3, con el paso del tiempo se convirtió en una biblioteca personalizada de música que podía sincronizarse en distintos dispositivos —como el extinto iPod—, y en la plataforma por excelencia de distribución y venta de música, podcasts, radio por internet y videos.
Luego de dieciocho años, en enero de 2019 Apple anunció la “muerte” de iTunes. Y, ¿cómo puede “morir” un programa? Un poco como la energía: no desapareciendo, sino transformándose; en este caso, iTunes cede su lugar a Apple Music —la plataforma de streaming de Apple y competencia de Spotify, que acaba de lanzar opción para escuchar radio—, Apple TV y Apple Podcasts.
Este cambio, desde luego, obedece a los nuevos vientos que soplan en la escena musical: de los pesados vinilos, los melómanos pasamos a los livianos y prístinos compact-discs; de ahí saltamos al formato digital MPEG-3 —o MP3, “para los cuates”—, que aunque no tenía una forma física sí podía almacenarse en cómodos archivos que eran la base del iTunes. Y en la actualidad reina el streaming.
Aunque ahora soy un usuario intensivo de Spotify y dedico largas horas a curar mis playlists, fue un agradable chapuzón el que me di en “mi iTunes”. Porque así era, tuyo: lo hacías tuyo enriqueciéndolo con cada canción y cada álbum que descargabas y añadías a tu librería. No sin presunción calculo que en ese viejo ordenador —que pronto tendré también que jubilar— están almacenadas más de doce mil canciones, siendo algunas de ellas álbumes completos.
¡Y es que hay cosas que nunca deberían pasar de moda! Una de ellas, ojalá que estés de acuerdo, era el “visualizador” de iTunes: un algoritmo o inteligencia artificial que convertía en vistosos gráficos animados los impulsos sonoros de la canción que está siendo reproducida, de modo que podías acompañar tu música favorita con todo un show psicodélico en tu pantalla.
También recuerdo lo fácil que era “importar” canciones: alguien te prestaba un CD, lo insertabas y le pedías a iTunes que realizara la tarea. En unos minutos, regresabas el disco a su dueño y la música se quedaba contigo. De ese modo me hice de muchas joyas musicales que atesoro y que son imposibles de localizar en los servicios de streaming. Esa colección es tan personal como mi biblioteca o los vinilos que ordenadamente conservo bajo la tornamesa.
Y ni hablar de la radio por internet: si te aburrías de oír tus mismos tracks —aun con más de doce mil, sucedía—, podías abrir la radio y “sintonizar” estaciones de todo el mundo, organizadas por géneros musicales. Así, podías explorar tu género favorito, o bien, conocer música de países lejanos, géneros exóticos o escuchar a expertos en un tema.
Como dije, ahora soplan otros vientos. Pero como el impulso del coleccionista no da tregua, y tampoco es que quiera enterrar mi tesoro, investigaré qué hacer con mi biblioteca musical —o, al menos, con “esa” parte que ni YouTube ni Spotify ni Apple pueden conseguir— y buscaré un programa para reproducir y organizar mi colección de MP3. Y ahora que iTunes ha muerto, veremos qué tan larga vida tiene el nuevo rey: el streaming…